X. Cabello blanco

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Selba entreabrió los ojos, amodorrada, con el letargo de una noche sin sueños

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Selba entreabrió los ojos, amodorrada, con el letargo de una noche sin sueños. Tenía los músculos doloridos, pero aún así se sentía liviana, como si se hubiese deshecho de una carga enorme y pesada. En el aire había un aroma extraño, a madera quemada que se impregnaba en la nariz, pero lo ignoró mientras se giraba en la cama. Fei Long estaba dormido y ella pensó que era la primera vez que lo veía así: tranquilo e indefenso, con el cabello despeinado que caía sobre la almohada y sus cejas. A decir verdad, el fondo se sentía aterrada, no sabía si era por lo que habían hecho o por el hilo de cabello blanco que rompía con la armonía del azul eléctrico.

Ambos sabían que estaba prohibido, que iban a tener represalias, pero el Cubo Azul lo había castigado muy pronto anunciando de esa forma que iba a buscar una sucesora. Le acomodó el cabello para quitárselo de los ojos y esconder el hilo blanco para no sentirse culpable y alzó los ojos hasta la mesa de luz. Contempló con enojo el anillo de Fei Long, el cual le respondió con un destello zafiro, retándola.

Maldiciendo mentalmente se vistió y se dirigió hasta el baño. Evitó el espejo, pero cuando volvió a pasar por él se detuvo. Aunque sabía lo que encontraría, se sorprendió.

En su cabello boscoso también encontró un mechón blanco que cubría casi todo su flequillo y pensó que, a pesar de la distancia que los separaba, su Cubo la castigaba por igual. No solo por Fei, sino también por dejarlo ir, por permitir que Violett se lo llevara.

Se abrazó a sí misma y se quedó contemplando al Dios Azul, pensando que seguramente era la primera vez que dos dioses compartían la cama como dos amantes. Sonrió y se dijo que quizá no estaba del todo mal si iban a dejar de ser Dioses. Al fin y al cabo, si seguían escondiendo esos sentimientos por más tiempo quién sabe qué pasaría.

Una explosión agitó los mismísimos cimientos del Castillo Verde y Selba, desconcertada, se abalanzó hacia el ventanal. Empujó las persianas enormes de madera y cristal azul para mirar el exterior.

Y allí encontró la explicación al olor ocre que había sentido al despertar.

La ciudad estaba en llamas, ardiendo como una enorme pira funeraria. Podía ver los estandartes del Territorio Rojo brillando bajo el sol del amanecer, ingresando con un ejército enorme y saqueando todo lo que encontraba a su alrededor.

Desde allí no podía oír, pero su mente podía reproducir los gritos y llantos de su gente, como un remanente del poder del Cubo que quería castigarla más y más. Sintió las lágrimas agolparse en las comisuras de sus ojos mientras su estómago se contraía en una enorme sensación de culpa. Todo lo que había pasado esa noche quedó en segundo plano.

Sintió un movimiento a sus espaldas pero lo ignoró, quedándose allí mientras se mortificaba con las imágenes horrendas de la destrucción de su ciudad.

-Selba, vámonos. -Sintió el tacto de Fei sobre su brazo, tenía los dedos fríos como su expresión. El anillo del Cubo Azul volvía a relucir en su dedo anular. Aquello molestó a la Diosa Verde, ya que él parecía inmune al sufrimiento de su gente-. No vas a cambiar nada quedándote ahí mirando -agregó, jalándola con cariño pero firme.

Rojo - Saga Dioses del Cubo 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora