Capítulo XLIV

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Las siguientes semanas transcurrieron con normalidad, Peter comenzó a trabajar y eso lo obligaba a salir de casa mucho antes que Lily para poder llegar a tiempo al trabajo pero eso no significaba que la pareja disminuyera su tiempo de calidad juntos; las visitas de parte de Peter al trabajo de la escritora durante las horas del mediodía y los paseos rumbo a casa cada que la jornada laboral de la muchacha terminaba eran cosa de casi todos los días y eso solo lograba llenar de confianza a la muchacha sobre la estabilidad de su relación con el muchacho, una estabilidad aún más grande que la que tenían cuando se mudaron a vivir juntos en Chicago, siendo la madurez el principal eje propulsor de esa sensación.

—¿Estás bien? —preguntó Peter. Justo estaban en camino a la consulta con la ginecóloga de la muchacha para ver como iba avanzando el embarazo.

—Estoy asustada —murmuró la muchacha, con la vista puesta al frente de la carretera mientras jugueteaba nerviosamente con sus dedos— ¿y si María dice que hay algo mal?

La duda en la expresión de la chica le pareció a su novio extremadamente adorable; Lily había pasado de estar obsesionada con la idea de interrumpir el embarazo a estar por completo enamorada de la idea de estar esperando un bebé, hasta los síntomas más molestos como lo eran los vómitos, las nauseas y los mareos ella los asumía con una radiante sonrisa en su rostro, fiel reflejo de su instinto maternal desarrollado a lo largo de toda su vida.

—Todo va a estar bien, preciosa —dijo Peter, besando con ternura sus nudillos—. Vas a ver, después de que salgamos de allí todas tus preocupaciones van a quedar de lado y nos vamos a ir a cenar para celebrar, ¿qué opinas?

—Está bien —contestó la aludida con una sonrisa aprensiva—. Solo espero que tengas razón.

—La tengo, nena, la tengo —expresó el muchacho con una expresión llena de alegría mientras mentalmente rezaba porque lo que le dijo a la muchacha fuera cierto, sino era así, la pequeña cajita que llevaba en el bolsillo derecho de su pantalón, y lo más importante aún, el contenido de la misma, tendría que esperar un tiempo más para ser entregada a quien debía ser la dueña.

˜*˜

Tras una demora de quince minutos —que a la escritora le pareció eterna— la pareja pudo al fin entrar al consultorio de la doctora María, quien les esperaba con una sonrisa, contenta de ver a su paciente acompañada de su pareja tras esa crisis que por poco acaba con un embarazo interrumpido.

—¿Cómo te has sentido, Lily? —preguntó la galena, haciendo un ademán con la mano para que la chica se recostara en la camilla.

—Bien, bien, solo estoy preocupada porque he tomado como dos o tres gaseosas en las últimas semanas y porque mi compañero de trabajo ha fumado un poco frente a mí en un par de ocasiones, ¿eso le hace daño a mi bebé, verdad?

La chica se tomaba el vientre en un gesto sobreprotector mientras que una ligera sonrisa se escapaba de la doctora María y de Peter, había mujeres cuidadosas durante el embarazo pero Lily definitivamente iba más allá de eso.

—No te preocupes tanto, hija —dijo la mujer mientras le regaba el gel en el estómago a la muchacha para poder hacerle la ecografía—. Me alegra que cuides a tu bebé de la forma en que lo haces pero también debes guardar la calma, mira que muchos hombres no soportan esas actitudes de sus parejas —alegó mientras miraba con diversión al novio de la muchacha.

—Por eso no se preocupe, doctora —dijo el muchacho mientras apretaba la mano de la muchacha—. Amo a mi neurótica más que nada en la vida. La amo más de lo que pensé que era posible, y nada me va a separar de ella, ni siquiera la peor de sus manías.

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