Beth

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-¿Cómo te fue en el viaje?- Preguntó Beth mientras le daba vueltas a su cena.

-Bien.-Contestó su marido.

-No hubo nada interesante, supongo.

-No.- Se mantuvo cortante.

-¿Te gusta la cena? Es tu favorito, pensé que...

-Está bien, gracias- Interrumpió. Beth soltó una lágrima discreta antes de ponerse de pie para servirse más agua.- Beth, lo siento, es sólo que estoy muy cansado.

-Claro, siempre estás cansado, no hay problema.- Y dicho esto, la cena continuó como cualquier otra, en silencio y con la enorme tensión en el aire. Los niños se enfocaban en sus platillos, intentado pensar en algo más que en sus padres.

Desde hacía años que eran así, sin cariño ni pasión, lo cual era irónico pues solían considerarlos "la pareja perfecta". Siempre robándose besos y riendo de chistes internos, con las manos unidas en cada oportunidad que tenían y mirándose a los ojos con alegría, eran como un par de adolescentes experimentando el primer amor. Pero eso se acabó cuando su segundo hijo tenía tres años.


Beth y Tom querían tres hijos, y siendo que los primeros dos habían nacido sanos, se dedicaron al tercero con gran entusiasmo, sin embargo, Beth perdió al bebé. Tuvo un sangriento aborto en la cocina, su cuerpo lo había rechazado sin razón alguna. Fue entonces que los problemas empezaron, y terminaron en el punto sin retorno en el que estaban ahora. Thomas la veía como una asesina, inconscientemente; por su parte, Beth sentía que era culpa de Thomas, que ya no estaba en edad de tener un hijo y sus genes ancianos fueron los que asesinaron a su hijo. Y así, entre culpas, destruyeron su matrimonio.

Esa noche y como cualquier otra, se fueron a dormir con todo su dolor en mente. Lo único que se decían era "buenas noches" y ambos se aferraban a su lado de la cama, dándole la espalda al otro, sintiéndose más solos que acompañados. La melancolía inundaba sus corazones, y no podían hacer nada al respecto.

Los días pasaban lentos, las cenas eran tensas y su vida monótona. Cada uno se enfocaba en sus intereses personales, ignorando a sus hijos adolescentes, lastimándolos sin saberlo. Los pobres niños, Kate y Dean, pasaron de tener una familia unida a una que apenas se sostenía sola. Kate era un desastre, fumaba y usaba drogas, se iba con cualquier chico que le comprara accesorios o le diera un poco de atención, porque eso era algo que sus padres no le ofrecían, a penas y comía, se iba a la cama y lloraba hasta quedarse dormida, odiaba la vida que tenía pero no podía cambiarla porque no sentía fuerza suficiente para intentarlo. Eventualmente, terminó suicidándose, pero esa es otra historia. Dean era un busca-problemas, siempre en detención o metiéndose en una pelea callejera, le gustaba lo ajeno y trataba mal a las chicas de su clase. Habían dejado de mandarle reportes porque sus padres no se fijaban y sólo firmaban con tal de deshacerse de él. Ambos iban a Irvine High School, la cual estaba a cuatro cuadras de su casa en Havenhurst circuit. A veces se iban caminando, porque sus padres olvidaban que había que llevarlos a la parada de autobús.




Una noche en Las VegasWhere stories live. Discover now