Capítulo 2

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Me desperté en mi cama. Tenía el cuerpo sudado y la respiración agitada. Un mal sueño otra vez. Me levanté y caminé hasta el living. Por el ventanal que daba al balcón aún podía ver la luna. Tan redonda, tan brillante. Bajo ella, el Campanile estaba atento de todo lo que ocurría alrededor. Todavía había gente paseando por la plaza.

Miré mi reloj digital. Eran las cuatro de la madrugada, aún faltaban dos horas para el amanecer. Caminé hasta la cocina y tomé un vaso. Volví al living y de un estante, agarré una botella de whisky escocés. Me serví y me senté en un hermoso sofá blanco que había comprado en un remate. Me recosté sobre un enorme almohadón y bebí mi trago esperando apaciguar los malos sueños; esos que rondaban en mi cabeza noche tras noche. Almas sin pena, sangre, muerte. En todos esos, yo era el juez. Yo era el encargado de apretar el gatillo ¿Quién sabe cuánta gente inocente había asesinado? Sentir el caluroso abrazo del whisky en mi garganta, me tranquilizaba. El sueño me invadió de nuevo. Decidí dormir allí en el sofá, con el torso desnudo. Después de todo, era verano y el calor era agotador.

Desperté tres horas más tarde con la luz del sol pegándome en la cara. Había amanecido y la luz solar se había colado por el ventanal, llenando cada rincón del living con su luz. Guardé la botella de donde la había sacado y me dirigí al baño.

Tomé una ducha pensando en lo que debía hacer hoy. Lo más importante del día, era la cena con Alessa; una muchacha que había conocido hacía algunas noches atrás. Habíamos tenido una noche romántica en un hotel cerca de mi trabajo. Ahora habíamos coordinado para cenar. Quizás estaba yendo demasiado lejos, sólo esperaba que no.

Me sequé con una toalla color marrón, y me cambié: pantalón de vestir negro, camisa blanca, moño negro. Me miré en el espejo y masajeé mi rostro. Una barba rasurada se escurría bajo mis dedos. Tomé mis lentes de sol negros que había dejado en la mesita de entrada y me marché. Dejé mi casa a las ocho de la mañana y me dirigí al trabajo. Era mozo en un coqueto restaurant del otro lado del Rio de Palazzo de Canonica.

Crucé la Plaza de San Marcos con un rápido caminar. Se podía sentir el calor que emanaban las losas de piedra de Istria. No tenía idea de qué temperatura estaba haciendo pero podía sentir los rayos del sol penetrando a través de mi vestimenta y quemándome la piel. La gente iba y venía tomando fotos y riendo. Eran felices, y yo también lo era, en algún punto. Caminé entre las galerías hasta dejar atrás los modernos negocios. Pasé por al lado de la majestuosa Basílica de San Marcos con sus enormes cúpulas. Los turistas se amontonaban para ingresar a ésta. Yo la había visitado cuando llegué, luego, dejé que los turistas la recorrieran sin mi presencia. Lo más asombroso era la obra de orfebrería bizantina: Pala d'Oro. Seguí camino por una angosta calle repleta de negocios y restaurants típicos de Venecia hasta llegar a un puente. Debajo, una pequeña góndola surcaba lentamente las aguas del canal, en silencio. Luego de recorrer algunas calles más, llegué por fin a mi trabajo.

La fachada era bastante rústica pero por dentro era moderno. Mesas redondas y buena iluminación color azul dándole un toque marino. De las paredes colgaban cuadros exóticos y había masetas con pequeñas plantas por doquier.

Crucé la puerta de madera a toda velocidad. Mi supervisor estaba yendo y viniendo, de aquí para allá. Al verme entrar me preguntó por qué había llegado tarde. Los clientes ya estaban llegando y debía ponerme en marcha. Por la mañana, trabajábamos como una cafetería. Enseguida, tomé una bandeja y un anotador, y me dirigí a la primera mesa donde una pareja de ancianos esperaban ser atendidos. Me esperaba un largo día laboral.

A las siete de la tarde, dejé mi puesto y me retiré del restaurant. Ese día, la propina había sido buena y me fui contento de allí. Antes de irme, mi supervisor me dijo que uno de los empleados necesitaba cambiar su turno nocturno por diurno, sólo por el día de mañana. Acepté con buenas ganas; si iba a verme con Alessa, me acostaría tarde. Me alejé con esa buena noticia, feliz. No sabía si merecía ser una persona feliz, pero así me sentía en aquel momento. Caminé de regreso a mi casa. Debía prepararme pues a las nueve de la noche me encontraría con mi chica en el Palace Gardens.


El Precio De Un AsesinoWhere stories live. Discover now