Capítulo 10

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Al principio, me sentí húmedo. No sabía exactamente por qué. No lo recordaba. A continuación, una sacudida me balanceó de un lado a otro. Entonces, lo recordé. Estaba en el avión de una persona que había conocido hacía algunas horas en el bar del aeropuerto, rumbo a Estambul con Alessa, la chica con la que había entablado una bonita relación en Venecia y de la cual me había enamorado, para cometer un asesinato. Sí, lo recordaba. Debía matar al turco Ihan Avci. Pero, ¿y la sacudida? ¿Qué tenía que ver? ¡El avión! Nos estábamos cayendo.

Abrí los ojos de golpe y me levanté sobresaltado. Entonces vi a Alessa junto a mí. Traía consigo un vaso de vidrio lleno de agua.

-¿Qué ha ocurrido? –dije tratando de encontrar las palabras dentro de mi cabeza.

-Tranquilo, Louis –puso su mano sobre mi pecho. Mi corazón latía desesperadamente. –Hemos llegado. No podía despertarte así que te arrojé un poco de agua. Espero que no te haya molestado –su sonrisa no me permitía fastidiarme.

-Casi muero de un susto.

Oí una bocina que retumbó por toda la cabina de pasajeros.

-¿Qué fue eso?

-Hora de irnos –dijo Alessa mientras me desabrochaba el cinturón y me ayudaba a incorporarme.

Caminé hasta la puerta y cuando asomé la cabeza por ella, vi a Daniele Novalto junto a un precioso Mercedes Benz plateado. Me saludaba enfáticamente desde allí.

-Venga, señor Louis, miré lo que le he conseguido.

Descendí cuidadosamente por la escalera de metal. Por encima de mí, Alessa salió al exterior de la aeronave y trabó la puerta con el seguro. Luego, descendió también.

-Bienvenido a Constantinopla, amo.

¿Amo? ¿Constantinopla? Bueno, sí, estaba claro que ese era el nombre anterior que había recibido esta magnífica ciudad. Pero de ser el amo de aquel hombre, no estaba seguro. De todas maneras, no sonó mal, así que no protesté. Caminé hacia él y lo abracé. Ese hombre me había ayudado a escapar de Venecia y se había transformado en uno más del equipo. Le agradecí eufóricamente y luego, quería saber de dónde había sacado aquella belleza sobre ruedas.

-Bueno, verá, –comenzó dubitativamente –digamos que he hecho algunos trabajos aquí y hay gente que me debía favores.

-Me parece bien.

-Dentro –dijo abriendo la puerta del conductor –le preparé un GPS para poder guiarse. Espero que le sea de gran utilidad –dio la vuelta y abrió la puerta del acompañante para que Alessa pudiera ingresar. –Bueno, ¿dónde queda mi papel?

Lo miré y le sonreí amablemente.

-Te necesitamos cerca del aeropuerto. Vamos por un trabajo y luego regresaremos.

-Qué pena –dijo apenado Daniele. –Pero lo suponía, así que me tomé la libertad de conseguir estos dos celulares. Tome uno y llámeme cuando me necesite. El número ya está cargado. A sus órdenes.

Me guardé uno de los celulares dentro del bolsillo de mi pantalón. Daniele cerró la puerta de Alessa y yo me despedí de él. Estrechamos las manos y le volví a agradecer todo lo que había hecho por mí. Luego, me subí al vehículo y cerré la puerta. Vi a Daniele alejarse hasta el avión y desapareció tras las alas.

Me quedé un segundo sentado agarrado del volante. Era de cuero por cierto, al igual que todo el tapizado de los asientos. Era un lujo. Junto a mí, Alessa sonreía maravillada.

-Carga la dirección del hotel en el GPS –le pedí. Realizó su trabajo sin chistar y la voz de una mujer sonó por el parlante del objeto tecnológico.

El Precio De Un AsesinoWhere stories live. Discover now