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Los susurros en casa de Davos se terminaron cuando precisamente Davos iba entrando al vestíbulo. Estaba furioso, tremendamente enojado. Si el rumor que le había dicho su asistente era cierto, iba a cortar cabezas aquel mismo día.

Todos los cazadores estaban allí, listos para disfrutar el espectáculo de sus vidas.

Detrás de Davos venían dos vampiros, los encargados de cuidar de sus espaldas. Como los guardianes. Todo el mundo se hizo a un lado, para dejarlo pasar. Y en el centro del vestíbulo, pudo verlos: Jane y Connor.

Jane tenía manchado su vestido de sangre, y Connor estaba delante de ella, esperando a que Davos llegara hasta ellos.

Pero Davos se detuvo en seco, al ver la boca de Jane manchada de sangre humana, y luego fulmino con la mirada a Connor.

-¿Cómo pudiste? –pregunto al ver a Connor. –Eres un malagradecido.

Connor retuvo a Jane tras de él, porque sabía que en cualquier momento Davos iba a violentarse, o a volverse loco.

-Después de todos estos malditos años, que te di algo que hacer con tu miserable vida. –siguió, aumentando el volumen de su voz. –La convertiste en un monstruo.

-No es un monstruo. –respondió Connor.

Davos dirigió su vista al hombre en el suelo, era un humano, que tenía una herida en el cuello y ahora estaba muerto.

-Entiéndelo, no somos monstruos... supera ese estúpido odio irracional a los vampiros. –dijo Connor. –Mira a tu alrededor. Tienes a un maldito ejército que te obedece porque les das miedo... aquí el único monstruo eres tú.

Davos le dio un puñetazo, tomando por sorpresa a todos. Nunca lo habían visto pelear, solo se molestaba en darles órdenes y dejaba que los demás vampiros hicieran el trabajo sucio. Connor se movió a penas unos centímetros, también sorprendiendo a todos... nunca nadie podría hacerle daño a Connor, era el maestro de los cazadores, el mejor.

Davos iba a darle otro golpe, pero Jane se atravesó, provocando que el golpe cayera en su rostro, haciéndola perder totalmente el equilibrio, y cayo unos metros después. Davos era un vampiro viejo, y ella era literalmente nueva.

Escupió sangre, atónita, afectada totalmente por el golpe. Davos jamás le había tocado un solo cabello. Connor lo miro horrorizado, y Davos se arrepintió en ese mismo instante por tocarla. Pero no iba a disculparse, la odiaba por aceptar convertirse en vampiro.

-Lleven a Connor a la sala de sacrificios, iré en un minuto. –ordeno.

Los dos vampiros empezaron a caminar, y Connor se puso a la defensiva: podía con dos estúpidos vampiros.

-No. –dijo Jane, recuperando la compostura. –Yo se lo pedí, no es su culpa... déjalo irse.

Connor la miró, sorprendido ante sus palabras. Ella no se lo había pedido, Connor la había persuadido para convertirse, pero originalmente no fue su idea. Davos apretó la mandíbula, ante el pedimento de su hijastra.

-Por favor. –agrego la chica. –Déjalo ir.

Davos la observo, viendo toda su humanidad y pánico en su mirada, y miedo. Temía por la vida de Connor. Suspiró fuertemente, porque aún no entendía como aquella chica podía corromper todas sus creencias y valores, porque siempre terminaba accediendo a sus peticiones.

Jane SalvatoreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora