CAPITULO 3

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GRACIAS A TODOS POR LEER LA HISTORIA ESPERO QUE LES GUSTE AQUÍ ESTA EL TERCER CAPITULO

ESTA ES UNA ADAPTACION DE UNA NOVELA QUE LEI HACE UN TIEMPO, ESPERO QUE LES GUSTE

CAPÍTULO 3:

Ese sábado lo dediqué a la limpieza, y entre tanto hacía breves paradas para echar una ojeada al libro endemoniado. Tal vez pensaba que de aquella manera podría mantener encendida la llama del morbo. Realmente me apetecía volverme a sentir tan excitada como la vez que lo había hecho conmigo misma en el sofá, pero había sido tan intenso, y probablemente me estaba obsesionando tanto por sentir ese morbo, que no obtuve la reacción que deseaba. Mi móvil sonó, era Mia que reclamaba el café de los sábados con las chicas. Ya había limpiado bastante, me vestí y me fui a la terraza del centro. No me apetecía mucho el revuelo de las chicas, puesto que intuía por dónde irían los tiros.

— ¿Y bien? —asaltó Kate antes de que tomara asiento. Odio a veces no equivocarme. ¿Por qué tenía que ser tan quisquillosa? Que ellas no ocultaran tabús respecto a su vida sexual no significaba que yo debiera hacer lo mismo.

—Buenos días chicas. —dije en tono irónico. Kate mantenía una sonrisa pícara. Claire apuraba un cigarro cubriéndose los ojos del sol, y Mia la más normal entre ellas se comía una napolitana de chocolate con el ansia de quien devora un manjar.

— ¿Ya lo has empezado? —preguntó Mia seguramente motivada por una patada bajo la mesa por parte de Kate.

—La verdad es que aún no he tenido tiempo —me justifiqué jugueteando con mis dedos. Mentí como una bellaca. Pero, ¿Qué les iba a decir? Mi marido dormía plácidamente en el sofá, mientras yo empapaba mis bragas. Definitivamente, no.

—Pues yo acabo de empezar la segunda parte. —anunció orgullosa Kate. Las otras dos la apremiaron con la mirada y una cabezadita solemne. Me pareció algo surrealista. Por lo que me pregunté de qué manera habrían aplicado la endemoniada lectura en sus matrimonios.

—En vista de que aún no puedo seguir nuestro rollo, estaría bien que me contaran cómo van ustedes. Claire abordó la conversación, indignada.

—Que te lo cuenten ellas, porque para mí es una tortura. —dijo aún con la boca llena.

— ¿Ah sí? —pregunté aliviada, aunque en el fondo quería decir: cuenta, cuenta.

— ¡Claro! ¿Cómo voy a poner todo eso en práctica si no tengo novio? También era cierto. Pobre chica, no pude evitar imaginármela en el sofá con la mano en el sitio prohibido, y frotando. Tuve que cambiar de pensamientos.

—Pues mi novio está encantado. —fanfarroneó Mia.

—Qué suerte chica, el mío dice que lo tengo harto. —se lamentó Kate

—Shhh calla, Ana no sabe aún de qué va. No le estropees la lectura.

Bla, bla, bla tenía que hablar la salvadora. Definitivamente, no les diría por el momento que lo había empezado, bueno que ya casi iba a por el final. Y menos que me montaba una orgía a solas basándome en el señor Grey y la señorita: "Me muerdo el labio porque sé que te pone". Debía de empezar a delirar por aquel entonces, y cuando regrese de mis pensamientos las chicas me miraban alarmadas, como si tuviera algo extraño en la cara. La verdad es que hacía calor, un calor sofocante. También debieron de ponerme de los nervios sus miradas escrutadoras.

—Ana, ¿te encuentras bien? Tenía que decir la palabra mágica... y al acto noté un mareo que hizo que mis ojos se entornaran. Cuando volví a abrirlos, me encontraba arrellanada en el suelo de la terraza, con una toalla empapada sobre la frente, y el camarero sujetando mis tobillos a la altura de su pecho. No sabía qué había pasado, tan sólo recordaba que lo último que imaginé era una orgía, a Grey, mis manos. ¿Qué coño hacía el camarero con mis piernas? Ingenua de mí, me había desmayado y alguien sacudía mis piernas para retornar la circulación a mi cabeza, que falta me hacía. Ahora entiendo a los hombres, cuando piensan en sexo la sangre se les concentra en la bragueta, pero ellos se niegan a desmayarse. ¿Sería cierto? No, no podía ser. Santo cielo, aquello no era normal. Procuré achacar lo sucedido a mi tensión arterial, y serenarme. Me levanté como pude, me despedí apresuradamente, y con la boca abierta dejé a las chicas y al camarero que me contemplaban estupefactos como me alejaba lo más deprisa posible. Ya con más calma me detuve frente al escaparate de una pastelería, aquellos deliciosos y coloridos pastelitos acapararon mi atención. Tras recomponerme el cabello frente al cristal me adentré al interior para comprar una bandejita de postre para la noche que tenía preparada para José. Nunca me había fijado, pero me sorprendió que aquella mujer mayor y de sonrisa honesta dispusiera de un mostrador con pastelitos con formas de pene y bollitos que simulaban tetas con una graciosa cereza en el centro. La mujer de pelo blanco debió de apreciar mi interés, cuando empezó a detallarme a que sabía cada uno de ellos, y yo quise morirme de la vergüenza al ver como no dejaba de entrar gente en aquel estrecho pasillo, y esperaban curiosos a ver por cuál me decidía. Tarta de limón. Eso, la típica tarta de limón me llevaré, le dije elevando mi tono de voz para que los demás clientes dejaran de mirarme con ojos acusadores. Definitivamente, iría a casa y no saldría más, al menos por ese día. De nuevo me recibió la calma de mi hogar, José no vendría a comer, por lo que disponía de toda la tarde para mí, y tenía tiempo de cocinar algo para la cena. Quería que fuera especial. Entretanto, ¿qué podía hacer para no aburrirme? Sí, podía leer un ratito. Además dicen que es bueno para la memoria. Por lo tanto me acomodé, la cosa comenzaba a ponerse caliente. Mi cosa también comenzaba a ponerse caliente, pero detuve al demonio. Esa noche sería la mía, incluso me pareció ver a una diablilla frotándose las manos ansiosa.

La cena estaba lista, yo estaba lista, faltaba José. Mmmm... sí, iba a sacar un vestido negro muy cortito, y le iba a sorprender. Seguro que captaría enseguida la indirecta, cenaríamos casi sin palabras, le provocaría sinuosamente y luego Mmmm... luego haríamos el amor apasionadamente. La Temperance salvaje estaba mostrando mucho interés por salir del armario, y muy animada con mis pensamientos me puse a preparar un solomillo al horno con finas hierbas y vino blanco. Guardé en el congelador otra botella de Frascatti y dispuse una mesa en el comedor con el mantel rojo que nos había regalado tía Julia por nuestro aniversario. ¿Quedaría claro que deseaba una noche especial? Lo estaba esperando, la diablilla perversa lo estaba deseando. Faltaba poco para que llegara, ya frente al espejo me di cuenta de que estaba muy pálida. El color de mi pelo era demasiado oscuro para mi piel, y opté por dar un poco de rubor a mis mejillas y resaltar el azul de mis ojos con una sombra del mismo color. Por suerte mis labios eran sensuales, o al menos era la parte de mi cuerpo que más me gustaba. Un poco de brillo sería suficiente. Perfecta. Pude oír como el coche aparcaba frente al portal, es lo bueno de vivir en un barrio tranquilo de Seattle. Me recompuse, ajusté los bajos de mi vestido a un palmo de la cadera y esperé sentada a lo Sharon Stone en el butacón del comedor.

Entonces sonó el timbre. ¿Por qué coño tocaba el timbre?

— ¿José? —grité con voz cantarina desde mi posición, para no descomponerme.

— ¡Soy yo cariño!

— ¡Está abierto...! Pero antes de que terminara lo que iba a decir, José irrumpió en la sala acompañado por dos colegas de la oficina que llevaban una bolsa con cervezas en la mano, y estas cayeron al suelo cuando me sorprendieron con las piernas cruzadas y en una pose muy sensual. Lo del desmayo había sido horrible, el apuro en la pastelería había sido horrible, pero aquello no tenía nombre. Me levanté como pude, compuse una sonrisa lo más correcta posible, y me dirigí corriendo a mi habitación, no sin antes lanzarle una mirada colérica a José, que boquiabierto no fue capaz articular palabra. La humillación que sentí en aquel momento hizo que odiara con todas las fuerzas al hombre con el que me había casado. Me sentía tan insignificante, y a la vez tan furiosa, que no sabía si estaba enfadada con José, conmigo misma o con la diablilla que entonces se partía de risa escondida en un rincón del comedor. Enseguida él acudió a la habitación, por suerte tan sólo entreabrió la puerta, porque de lo contrario el zapato le hubiera dado en toda la cabeza, y luego a ver cómo le explicaba a sus amigotes porque llevaba un tacón marcado en la frente. Obviamente reflexioné toda la noche, y obviamente José pasó toda la noche en el sofá. No le di opción a disculparse, me daban absolutamente igual sus disculpas. Me había jodido la velada, y me daba igual joderle la suya.

A la mañana siguiente me levanté con unas pintas horribles. Como no escuché ningún ruido en el salón me dirigí de puntillas a por mí café, pero ahí estaba él, sentado en el sofá con los ojos abiertos. Me dio igual, fui a por mí café. Como era de esperar José me siguió dispuesto a hablar, a lo que le contesté que me importaba un comino cualquier parrafada que fuera a soltar por esa boca, y que iba a salir a dar un paseo, y que si a la vuelta no encontraba el salón en condiciones, lo que podía hacer era recoger sus cosas y buscarse un lugar donde dormir. Creo que lo entendió. También quise explicarle que si lo que quería era hacer vida de monjes de clausura, no se hubiera casado con una mujer cuatro años más joven que él, pero no me dejó terminar, mis gritos lo ahuyentaron.





PROHIBIDO (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora