Mudanza [Parte 1/3]

55 12 1
                                    

El ser de fuego soltó un aullido, de ira o de dolor, no lo pudo distinguir, y se abalanzó sobre el otro. En milésimas de segundo una pelea comenzó. Ella no podía reconocer nada por el vapor que tapaba todo, pero cada grito que oía, cada sombra que veía, era como una aguja clavándose en su corazón. Sara se tapó los oídos y cerró con fuerza los ojos para poder liberarse del dolor que aquellas presencias le producían. Trataba de alejarse, sin embargo sus piernas no le respondían. No iba a ser capaz de soportarlo un segundo más.

.

Aquella cosa llamada mudanza era algo de lo más molesto y problemático. Eso era lo que pensaba Sara. Se iban a trasladar a Madrid esa misma tarde por culpa del estúpido trabajo de sus padres. Y no podían ir y venir muy a menudo de un lugar a otro ya que estaban a casi cuatro horas en coche del centro de la ciudad.

Realmente era algo horrible. Tendría que despedirse de sus actuales amigos para poder verlos sólo cuando estuviese de vacaciones y, quizás, allí no haría ninguna amistad. Aquel era un pensamiento un tanto desesperanzador, pero no podía evitarlo; tenía miedo. ¿Y si no llegaba a conocer a nadie con quien llevarse bien? Se quedaría sola para siempre. Para siempre. ¡Y ella no quería estar sola! Ella quería amigos con los que salir los fines de semana y fingir que estudiaban cuando viniesen a su casa. Amigos de confianza, como aquellos que tenía en Ávila. A ellos les conocía desde que fue consciente, y sabía que su capacidad de hacer amistades nuevas había empeorado considerablemente. Probablemente en su nuevo instituto incluso la marginarían.

Con aquellos pesimistas pensamientos en mente, acabó de hacer su última maleta.

En ese momento sus padres estaban llevando el resto de las maletas, que no entregaron a la agencia de viajes, a su futura y nueva casa de Madrid, y lo único que quedaba en la actual era el ordenador portátil de Sara y, por suerte, la conexión de Internet. Tras tantear entre algunas páginas web, encontró conectado a un amigo suyo en una de las tantas redes sociales en las que tenía una cuenta. Ese amigo se llamaba Max, no tenía un nombre muy común, pero eso era debido a que su padre era estadounidense.

Él, en el otro lado, al verla conectada, trató de comenzar una conversación. Sara le respondió. Max se reía de ella, porque se iría de Ávila, y porque ese era su último día allí. Pocos minutos más tarde, ya ambos cansados de teclear todo el rato, iniciaron una conversación por video chat. Max se encontraba sentado en una silla frente a su escritorio, mientras que Sara estaba sentada en una posición más incómoda: sobre su cama, ahora sin sábanas, y la espalda apoyada en la pared.

—Deberías dejar de fumar —dijo ella, al ver aquel cigarrillo entre los dedos de su amigo.

Según él, estaba a punto de cumplir los dieciocho años, así que tampoco era para tanto, pero ella seguía reprochándole diciendo que si seguía fumando así moriría pronto. Él, en vez de reflexionar y dejar de hacerlo, le sacaba la lengua, dando a entender que no le iba a hacer caso. Así mostraba su lado infantil y alegre. Él siempre decía que debía disfrutar de la vida mientras era joven.

Ella y el rubio habían estado saliendo como pareja hasta hacía poco, pero Sara rompió con él diciendo que era demasiado irresponsable y despreocupado. El pobre chico estuvo rogándole el volver ya que seguía enamorado de ella. Decía que iba a cambiar, que iba a madurar, pero no lo consiguió. A pesar de ello, como se seguían llevando bien, seguían siendo amigos y mantenían el contacto.

Siguieron hablando de trivialidades hasta que llegaron los padres de Sara. Max dijo que la visitaría a su nueva casa de Madrid, a lo que ella le respondió de broma que no sería bienvenido.

Tuvieron una cena rápida en la que ella no comió nada, ya que el viaje se retrasó más de lo que debería, y cuando acabaron salieron para irse a Madrid. Sara metió su ordenador, ya apagado, en una bolsa que tenía especialmente para éste, y se incorporó dentro del coche, en uno de los asientos traseros. Su padre puso la última maleta en el maletero y se sentó en el asiento del conductor, mientras que su madre se acomodó en el del acompañante.

El viaje se le hacía eterno, así que no tuvo más remedio que dormirse.

No conocía aquellas calles. Nunca había visto aquellos altos edificios que parecían ser rascacielos. Se dejó llevar por su instinto, que la guiaba por sitios extraños, hasta que acabó frente a un pequeño callejón bastante estrecho.

Llegó a ver algo parecido a una enorme llama de fuego, se acercó a ella y se dio cuenta de algo no muy normal: aquella llama tenía forma humana. Se podía apreciar una cabeza del tamaño de una persona posada sobre unos hombros iguales, además de un tronco de un tamaño considerablemente humano, un par de brazos y otro de piernas. Pero era fuego.

Frente a él se encontraba otro ser igual, en cambio éste era de agua.

Los dos surcos de cada uno de los rostros de los seres, que en un humano probablemente representarían los ojos, se observaban con fiereza. Eran cuatro pozos oscuros que parecían no tener fin.

El ser de fuego soltó un aullido, de ira o de dolor, no lo pudo distinguir, y se abalanzó sobre el otro. En milésimas de segundo una pelea comenzó. Ella no podía reconocer nada por el vapor que tapaba todo, pero cada grito que oía, cada sombra que veía, era como una aguja clavándose en su corazón. Sara se tapó los oídos y cerró con fuerza los ojos para poder liberarse del dolor que aquellas presencias le producían. Trataba de alejarse, sin embargo sus piernas no le respondían. No iba a ser capaz de soportarlo un segundo más.

—Sara, cariño, ya hemos llegado. —Su madre le despertó.

Estaba bañada en sudor, y su respiración era pesada. Agradeció a nadie en especial porque su progenitora, además de sacarle de aquella pesadilla, no se había dado cuenta de su estado.

Se sentía algo aturdida sin saber por qué. No recordaba lo que había soñado.

No fue capaz de ayudar a sus padres con las maletas, pero sí consiguió seguir sus indicaciones para llamar al ascensor y abrir la puerta de su nueva casa cuando llegaron. Sin embargo, lo hacía todo sin pensar.

Entró, se dirigió al primer dormitorio que encontró, se tiró sobre la cama y se durmió en pocos segundos.

La mujer de pelo castaño iba a avisar a su hija para que primero colocase las sábanas sobre el colchón destapado, pero fue demasiado tarde. Llamó a su marido, quien trajo una cámara para propósitos que avergonzarían a Sara en el futuro.

Espíritu Dragón (Primer Capítulo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora