Mudanza [Parte 3/3]

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Por una vez en su vida no fue capaz de hablar de sus amistades a sus padres. Sabía que era porque hacía mucho que no conocía a alguien nuevo, ¡y lo odiaba! Aunque no consideraba a Raquel una amiga por el momento, esperaba que lo fuese en el futuro. Así por lo menos se le haría cada vez más fácil, eso esperaba Sara.

La cena fue silenciosa. Aunque su padre fuese muy temprano a trabajar, tenía suerte de que volviese pronto y así pasar un rato en familia. Sara casi no tocaba el plato.

—Cariño —interrumpió su madre la monotonía—, hay algo que tenemos que contarte.

Sara levantó su vista del plato. Su madre, de nombre Helena, tenía el mismo color de pelo tan característico de ambas. También coincidía con su hija al tener unas singulares pecas adornando sus ovalados rostros, y las voces de ambas tenían un similar tono soprano que pocos eran capaces de alcanzar. Pero ellas no eran completamente iguales. La adolescente también tenía rasgos similares a José, su padre. Comenzando desde sus ojos marrón claro y su nariz recta, hasta los pies que la más joven consideraba enormes. Ella ya había alcanzado una altura superior a la de Helena, pero le faltaba bastante para llegar a José.

Ella asintió.

—Verás... —se interrumpió a sí misma la mujer adulta unos segundos, en los que la adolescente le observaba con los ojos abiertos y su mano quieta.

—Vamos, mamá, dilo ya.

—Vas a tener un hermanito.

Sara abrió su boca por completo. Tardó un poco en procesar aquella información.

Una sonrisa torcida apareció en la expresión de Helena, mientras que Mario esperaba impacientemente a una reacción por parte de su hija.

—¡No jodas! —acabó chillando.

—Eh, niña, nada de palabrotas —le reprendió su padre, pero fue ignorado por ambas mujeres.

—Casi tres meses. —Helena sonrió y unas ligeras arrugas se marcaron en sus mejillas.

—Pero, ¿todavía puedes?

Los dos adultos rieron, sin embargo no respondieron nada.

Los minutos pasaron y la cena acabó. Toda la familia ayudó a lavar los platos y ordenar la mesa, como era costumbre.

Con la excusa de que no se encontraba muy bien, Sara fue al baño y vomitó todo lo que tenía en su estómago, y luego rechazó las medicinas que Helena le quiso dar por si acaso. Remarcó que probablemente solo fuese algo malo que hubiera tomado.

Aquella noche la más joven de la familia se fue a dormir bastante temprano. Se arrepintió inmediatamente.

El calor al que se había adaptado cambió por completo, haciéndose inmensamente más potente. Daba vueltas bajo las sábanas, y luego sin ellas. Giró varias veces la almohada para quedarse con el lado frío, pero eso no servía de nada. Desde la ventana abierta no entraba aire fresco, sino más calor todavía. Comenzó a removerse con impaciencia tratando de buscar una zona con una temperatura aunque fuese ligeramente más baja, sin éxito.

Un fuerte mareo le atacó, y sus tripas se revolvieron. Tan rápido como pudo se levantó y fue al baño a vomitar de nuevo, y se preguntó de dónde había salido todo lo que acababa de devolver. Ya sin energías volvió a su lecho, y cayó rendida ante el sueño, que parecía querer divertirse con ella. Sintió todavía más ardor que antes, y creyó que iba a consumirse en llamas de un momento a otro. Sin embargo, no sentía como si necesitase ir al hospital, mas como si una ducha fría pudiese calmarle por completo. A pesar de eso estaba demasiado cansada como para tan siquiera moverse.

Espíritu Dragón (Primer Capítulo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora