Mudanza [Parte 2/3]

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La luz del sol le despertó, pero todavía tenía sueño. Se había dormido con los vaqueros y su camisa de botones puesta. Sacó el móvil de su bolsillo, y abrió un solo ojo para comprobar la hora. Eran las siete de la mañana, era completamente normal que siguiese medio dormida. Quería caer en los brazos de Morfeo de nuevo, pero el sol se lo impedía. Buscó con el tacto una manta para proteger a sus ojos, que no llegó a encontrar. Se removió un par de veces y volvió a dormirse con la cara hundida en la almohada.

Amaneció de nuevo unas cuatro horas más tarde. Se levantó y encontró a su madre maquillándose un poco.

—¡Sara! —exclamó—. Voy a salir fuera a comprar un par de cosas y a llenar la nevera. De momento puedes ir desayunando lo que te encuentres por ahí. Tenemos tus cereales favoritos y algo de fruta.

Sara asintió y la más mayor terminó de prepararse.

—Vuelvo en menos de tres horas, cariño —dijo y se fue, cerrando fuertemente la puerta.

El estómago de la pelirroja gruñía por alimentos, ya que no había cenado la noche anterior, pero no le apetecía comer.

Estuvo un buen rato contemplando su nuevo hogar, tratando de acostumbrarse. Tenían varios muebles nuevos, y otros que movieron de su casa anterior. La posición de las habitaciones era lo que más le mareaba, pues era completamente diferente a la anterior.

Buscó un módem para comprobar si ya tenían Internet, pero acabó decepcionada.
Encendió y configuró la televisión. Tenían más o menos los mismos canales que en Ávila, excepto alguno más y alguno menos. A pesar de eso, no echaban nada interesante.

Volvió a su habitación y se dio cuenta de que su madre había dejado las sábanas dobladas sobre su antiguo escritorio. Con un suspiro y por puro aburrimiento, hizo su cama. El color quedaba muy bien con las paredes beige, pero aquel gotelé le molestaba.

Se sentó para pensar en cómo organizar su cuarto mejor; sin embargo acabó sin soluciones. Se tiró encima de la cama recién hecha, estropeando su previo trabajo. Dio un par de vueltas sobre ella y se levantó, buscando algo emocionante que hacer.

Tras ver el llavero colgando de un clavo en la puerta de la cocina, Sara decidió salir a dar un paseo para comenzar a conocer su nuevo barrio y la zona en la que viviría. No caminó mucho antes de encontrar un pequeño parque que pertenecía a aquel vecindario. Aquel parque estaba casi vacío, excepto por una niña de cabellos chocolate que se balanceaba en los columpios. Ella se sentó en el sillín de al lado, y pensó que alguien joven sería un buen primer paso para comenzar a hacer amigos. Estaba desesperada y paranoica. Iba a ponerse a hablar pero hubo un pequeño problema: la chica estaba escuchando música con cascos y, probablemente, ni se había percatado de que Sara se encontraba ahí. Roja de la vergüenza se levantó y se largó, antes de que la castaña pudiera tan siquiera darse cuenta de su presencia.

Cuando volvió a su casa su madre todavía no había llegado. Se tiró en su cama sin saber bien qué hacer. Tras estar unos minutos tumbada se aburrió y se levantó para comenzar a cotillear en las cajas de la mudanza. En una de ellas encontró unos libros de narrativa juvenil que había comprado unos años atrás que ni siquiera había comenzado. Se pasó el resto del día leyendo.

Aquella noche tuvo una horripilante pesadilla. Se despertó cubierta de una capa de sudor, y sintiendo más calor del que debería. Era como si su piel estuviese en llamas. Abrió la ventana para refrescarse un poco. No recordaba qué había soñado y, en poco tiempo, se durmió otra vez.

A la mañana siguiente volvió a aquel parque. La niña estaba allí de nuevo, en la misma condición que el día anterior. Sara se sintió un poco incómoda, pero trató de no demostrarlo. Tras un rato se silencio la pelirroja pensó en hacer lo mismo que la última vez. Se levantó y se preparó para irse.

—Adiós —dijo la niña sin mirarle.
Sara tembló un poco y recuperó el mismo rojo que el día anterior. Se giró un poco para responderle, sin embargo la castaña estaba con los ojos en la pantalla de su móvil.

—Adiós —murmuró, sin estar segura de que la otra chica le hubiese escuchado.
Se alejó del lugar completamente avergonzada.

Los primeros días fueron bastante repetitivos. Todas las noches tenía pesadillas que no recordaba, se despertaba cubierta de una capa de sudor, y sintiendo más calor del que debería; cosa que no cambiaba aunque dejase las ventanas abiertas antes de dormirse. Sin embargo aquella rutina cambió al sexto día.

Se encontraba poco antes del mediodía balanceándose junto a la chica de cabellos castaños. Se levantó y se preparó para irse.

—¡Maldita sea! —masculló la chica—. Me quedé sin batería.

Ella se levantó y comenzó a caminar detrás de Sara, pero aceleró hasta estar justo al lado de ella.

La pelirroja estaba algo incómoda. Se enfadó consigo misma por resultarle tan difícil hacer nuevos amigos. Aunque no hubiese tenido experiencia con eso por varios años, nunca se hubiese imaginado que incluso le pudiese llegar a temblar la voz.

—Hola —saludó la castaña—. Me llamo Raquel, ¿y tú?

—Sara —respondió en un tono bastante más bajo que el de Raquel.

Paseaban al mismo ritmo. Al principio un silencio tenso cubría la atmósfera, agobiando a la pelirroja hasta el punto de hacerla querer salir corriendo. Debido a que estaba con aquella chica no lo hizo. Estaba comenzando a sentirse mareada.

—Eres nueva aquí, ¿no? —supuso la chica de ojos marrones con un tono enérgico. Sara asintió efusivamente, pero no mencionó una sola palabra.

Raquel era mucho más bajita que ella, en cambio la chica de ojos del color de la miel era la que se sentía intimidada por su simple presencia. La más joven caminaba tranquilamente pero con pasos firmes, mientas que la mayor parecía que se fuese a derrumbar en cualquier momento.

Por un momento Sara pensó que la otra chica le estaba siguiendo a donde ella iba. Se sentía cada vez más y más incómoda. No podía invitar a alguien a quien acababa de conocer a su casa. No creía que pudiese llegar a ser alguien peligroso, pues no lo aparentaba, pero no se sentía la suficiente confianza con ella como para realizar aquella acción. Además en aquel momento sus padres estaban en casa, y conociendo a su progenitora probablemente le invitaría a comer. Si aquella niña se quedaba Sara lo pasaría muy mal; o peor, podría llegar a descubrir su secreto.

—¡Anda, mira! —exclamó Raquel—. Parece que somos vecinas. ¿En qué piso vives?

Sara casi suspiró del alivio, pero estar junto a ella todavía no era del todo cómodo.

—En el quinto, ¿y tú? —respondió con una sonrisa medio torcida. Tuvo suerte de que la castaña no se diese cuenta de eso.

—Tercero.

Se subieron juntas al ascensor en silencio de nuevo. Pasaron un par de segundos hasta que llegaron a la planta en la que Raquel se bajaría. Sin embargo, poco antes de hacerlo, le abrazó. Sara se quedó tiesa.

—Bueno, encantada de conocerte. ¡Nos vemos! —se despidió la más joven justo antes de salir.

La pelirroja no se movió hasta que se cerraron las puertas automáticas. Fue entonces que se dio cuenta de que durante aquel corto lapso de contacto físico con la niña había estado aguantando la respiración. Se puso roja y suspiró aliviada. Seguidamente se odió a sí misma por ser tan inútil crenado nuevas amistades, sabiendo que a ese paso iba a quedarse sola. Su corazón acelerado no ayudaba para nada.

Espíritu Dragón (Primer Capítulo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora