CAPITULO XXXI: Resultados

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Sus facciones se descomponen inmediatamente, ha comprendido lo que significa esto, todo ápice de felicidad imperante en su alma se ha desvanecido como por arte de magia. Acababa de agradecerme por devolverle el sueño de ser profesor, por ayudarle a encontrar trabajo y ahora, puede que también sea el responsable por destruirle la vida, por enfermarle con un virus letal, uno que moralmente hace más daño que su propios efectos físicos. Una voz en mi mente me aconseja retirarme, que prefiero dejar esto aquí en vez de contemplar su reacción. La posibilidad de ser rechazado, encarado y maltratado por la persona que me ama me paraliza. Cata me enseñó a ser fuerte, a enfrentar siempre los problemas, mas frente a Diego soy débil, una hoja de papel a la deriva. Mis pies se mueven por voluntad propia, me alejo despacio y aun así, pareciera como si me cayera rápidamente a un profundo precipicio.

No quiero llorar, eso no lo volveré a hacer más, ya he derramado muchas lágrimas como para hacerlo una rutina. Me voy por las amplias avenidas del centro de la ciudad, poco a poco la respiración de mi amado quedan atrás, como una pesadilla que jamás podré borrar de mi mente. La vida estaba repletándose de oscuridad cuando un fuerte golpe en mi cabeza, provoca que la luz ingrese raudamente a mi alma. -¿Por qué siempre decides que lo mejor es alejarte? ¿Acaso te culpé? ¿Te confesé que me sentía arrepentido por amarte?- Me dice Diego notablemente enojado, con el aliento entrecortado, debido a que tuvo que correr para alcanzarme. No quería sollozar, sin embargo su presencia, su seguridad y por sobre todo, el amor reflejado en sus pupilas, hicieron que mis ojos se licuaran sin más. Apago la llama del llanto en su pecho, aquel calor que siempre me ha abrigado sin importar las consecuencias. ¿Por qué soy tan débil ante ti? ¿Por qué no puedo ser el Renato fuerte de siempre contigo? –No importa lo que suceda, saldremos adelante juntos... Yo te apoyaré y tú a mí... No deseo volver a separarnos, eso sería mucho peor...- Me susurra al oído, con aquella voz tierna que siempre me regala, que me conforta y me hace vivir.

Como los días están más cálidos, luego de nuestro momento romántico novelesco, vamos a tomar helado. Usualmente voy a comprarlos a esos locales ubicados en los centros comerciales, donde los adquieres y debes pelear por encontrar un asiento, de lo contrario, te tocó la mala suerte de probarlo de pie mientras ensucias el suelo. Sin embargo, esta vez mi novio me lleva a un lugar lujoso, casi un restaurante de hotel cinco estrellas. El edificio fue un antiguo palacio señorial en el centro de la ciudad. Los pilares de mármol, los marcos decorados con ángeles, las amplias y lujosas puertas, además de toda la indumentaria que utilizaban los dueños de antaño, se encuentran intactos. Me siento en medio de un cuento de hadas, y eso me produce ganas de vomitar.

¡Odio a las princesas y a los príncipes! A las hadas y toda esa mierda que aparece en Disney. ¿Cómo pueden casarse con solo un beso? El sujeto ni siquiera le ha visto la rodilla, y ya se está matrimoniando para probar siempre la misma piel. ¿Cómo puede ser eso? O eran gais obligados por sus padres a casarse, o realmente eran como Ken y Barbie, de plástico y con un calzón que no nos permitía ver si tenían pene o vagina. ¿Cuántas veces buscaron en su juguetito si podían ver sus genitales? Yo terminaba dibujando una verga con un lápiz a todos, incluso a las muñecas. ¡Oh Por Buda! Ahora entiendo porque me hice amigo de Cata.

Finalmente un mozo llega a nuestra mesa con un enorme Banana Split, uno tan grande como una sandía. No sé de qué forma podremos ingerir tanto helado, jarabe y plátanos. -¿Por qué te sorprendes? Han entrado cosas más grandes a tu boca...- Me dice apasionadamente Diego, convertido en todo un pervertido, uno al cual no había visto antes, no por lo menos con ropa y en público. -¿De qué hablas? Tu pene no es tan grande... No seas fanfarrón.- Le respondo en un tono que pensé normal, solo que la mirada de la anciana a nuestra izquierda, me indica que he hablado muy fuerte. A mí me da igual, solo que mi novio enrojece de pronto y hasta comienza a destellar. La señora lo observa de pies a cabeza, como si estuviese buscando alguna prueba que reafirme lo que acabo de decir. –Quince centímetros en reposo, y veintiuno erecto... En algunas películas he visto a actores son vergas más grandes, así es que a mí no me impresiona, ¿y a usted?- Le digo íntimamente a nuestra nueva amiga, y es que al contemplarla tan entusiasmada con Recabarren, trato de ayudarla a despejar dudas.

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