Capítulo treinta y siete.

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Separé mi mano rápidamente - en un acto reflejo - cuando vi que Alfonso se disponía a encender la luz, mientras algunos aún miraban embelesados los créditos de la película.

La mano de Jesús se quedó apoyada en mi pierna, y, aunque él al principio se quedó algo descolocado, pareció entender mi impulso cuando por fin se encendió la luz.

Apartó su mano con cuidado, y levanté la manta que nos cubría para ir al baño.

Cuando llegué, me miré un segundo en el espejo.

¿Qué había significado todo eso? ¿Cómo debía actuar yo ahora? ¿Por qué Jesús se comportaba así?.

Miles de preguntas rondaban mi mente, y yo no sabía darle respuesta a ninguna de ellas.

Me sentía por las nubes. El chico que me gustaba acababa de estar haciéndome caricias durante toda una película... como para no alegrarse.

Pero mi inseguridad siempre tenía que hacerse presente, y ya estaba buscando mil explicaciones que justificasen el por qué lógico de todo. No podía ser que le gustase.

Había dicho que le atraía, y ahora, esto, pero... no podía ser.

Con la de chicas guapas y con cuerpos de infarto a las que él podría aspirar sin problemas. ¿Por qué se iba a fijar Jesús en mí?.

Era imposible.

Bebí un poco de agua, y, con la que quedaba en mis manos, me froté la nuca.

Volví a suspirar pesadamente antes de salir.

- Qué novedad. -

Todo continuó como si nada. Recogimos, nos despedimos, y, como era algo tarde cuando terminó la película, cada mochuelo emprendió camino a su olivo.

No sé qué esperaba cuando me acerqué a despedirme de Jesús, pero una mirada algo tímida, acompañada de una sonrisa similar, y un achuchón, sirvieron a modo de despedida.

No estaba mal.

No pude evitar reírme cuando nos abrazábamos, y pude oír que se lo había contagiado.
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Iba con las manos en los bolsillos del abrigo y media cara tapada con un cuello negro.

Era tarde y hacía frío, y el camino con María a casa solo estaba a punto de complicarse.

- ¿No me vas a contar nada?. - me dijo, con media cara también escondida en su bufanda, y mirada pícara.

La miré como si estuviera loca.

- ¿De qué?. -

Se giró riendo mientras cerraba los ojos y negaba con la cabeza.

- No sé si te crees que soy ciega, o tonta, pero de momento, ninguna de las dos, afortunadamente. - aún podía notar media sonrisa en su voz.

- Ciega un poco, porque con esos ojos de china, muy bien no puedes ver, pero tonta, seguro. -

- Sí, sí. Tú hazte la loca todo lo que quieras, igual que cuando haces manitas con Jesusito debajo de las mantas, y te crees que no me doy cuenta. - subió y bajó las cejas rápidamente.

A mí ya nada me sorprendía.

Bufé. No tenía ganas de hablar del tema.

«Acércate porque te odio.» - Jesús y Tú - GemeliersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora