Como todas las mañanas, me costaba mucho salir de la cama y prepararme para ir al Instituto. ¡Qué ganas de ser mayor!...y tener tu propio espacio, compartir tu tiempo, pero no tus dudas, porque ya habrás llegado a esa edad en la que la opinión que los demás tengan de ti no cuenta tanto. Pero mientras ese momento llegaba me tenía que conformar con lo que había y eso cada vez me se me hacía más cuesta arriba.
Cuando llegaba al Instituto, los profesores estaban a punto de entrar en clase , así que me quedaba poco tiempo para hablar con mis amigas. ¡Y tenía tanto que contar!
A la salida del instituto, me recogía el padre de una amiga, que siempre me dejaba al final de la calle . Mientras andaba para llegar a casa mi cabeza daba vueltas pensando en las últimas frases que me había dicho la sabelotodo de mi clase, con su cínica sonrisa y esa seguridad con que enfatizaba cada una de sus palabras y que a mi me ponía enferma.
Tiempos manchados de rutina para mis días simétricamente imperfectos, con personas iguales que yo, pero que cada vez parecían más diferentes a mí. Era como si un océano inmenso me separa de aquellas que hasta hace poco parecían mis mejores amigas, porque cuando les contaba algo no entendían nada y cuando sonreía con ganas de llorar no hacían ningún esfuerzo para sacarme de ese estado de tristeza. Tal vez necesitaba gente nueva en mi vida, caras por descubrir y aires nuevos.
Definitivamente , iba a abrir las ventanas de mi vida para que se renovara el aire.
Algunos días pasaban dos chicos por mi calle, pero ninguno de ellos me miraba y empecé a pensar que era invisible para ellos .
Siempre miraban hacia abajo, e iban por la acera contraria a la mía.
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El chico de mi calle
Teen Fiction"A él le gustaba verla cuando estaba distraída, a ella le gustaba sentir su mirada y fingir que no se daba cuenta..." Un libro sobre todo lo que vivimos los adolescentes, mientras recorremos un camino lleno de sorpresas, alegrías, desengaños... que...
