3 - Los viajeros

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Siempre les he temido a los toros. Sus puntiagudos y amenazantes cuernos siempre me causaron terribles pesadillas cuando era niño; me vi obligado a convivir con ellos durante toda mi infancia pues mi padre tenía una granja en la pequeña localidad en que solíamos vivir, mucho antes de que me mudara a estudiar Química pura en la universidad de la pequeña ciudad en la que se desarrolló mi juventud hasta el holocausto zombie.

Sigo sin entender de dónde venía ese temor a esos regios y tenebrosos animales, creo que se debe a que mi padre una vez me contó que mi madre había sido pisoteada por uno de esos justo frente a mis inocentes ojos de niño de dos años. Pobre suerte la suya... aunque realmente no la recuerdo ni a ella ni al suceso.

En ese tiempo, no imaginaba que llamaría "toros" a las bestias que me causarían mucho más miedo que los propios animales de granja.

Pasó en un día común y corriente para todos, en los noticieros locales no había señales de que fuera a ocurrir algún holocausto zombie. La vida transcurría normal y la pálida presentadora de las noticias hablaba acerca de las sequías que pronto azotarían nuestro hogar. Yo estaba sentado en uno de los asientos acolchonados de rojo en mi cafetería favorita, bebiendo un café expresso de los que me gustan y comiendo un panecillo de frambuesa lo suficientemente dulce como para acompañar mi bebida sin azúcar.

Sin que nadie se diera cuenta, veía de reojo a la Lisa Amber, la chica que me quitaba el aliento y que para mi suerte; también frecuentaba ese lugar con su novio. Bueno, no se puede tener todo en esta vida. Me conformaba con ver de lejos su cabellera castaña y sus tiernos gestos bien adornados por sus brillantes ojos verdes.

Era perfecta, es perfecta, es el prototipo de mujer que siempre me ha llamado la atención. No es que sus facciones sean suaves y como talladas por los ángeles, pero la profundidad de sus ojos y el resplandor de su cabello es indescriptiblemente bello. Esa belleza no la ha perdido ni siquiera con el holocausto. Aunque claro, siempre está acompañada de ese feo novio barbudo que ve la vida como si fuera un parque de diversiones. Incluso con los zombies al acecho, sigo preguntándome por qué el no se fue al cuarto de los innecesarios y yo sí.

A veces sentía la mirada de ella sobre mí. Nunca me consideré un tipo guapo, pero al menos podía decir que estaba mejor que ese feo barbudo, además tenía una profesión: era profesor de química de la pequeña universidad local. Lisa Amber era mi alumna de segundo año y en cuanto la vi por primera vez, me quedé anonadado.

Ese día, como cualquier otro, solo repasaba en mi mente la cantidad de trabajos y exámenes que debía revisar una vez llegando a casa y que en ese mismo momento llevaba en mi maletín. Una suave tormenta de arena se acercaba a nuestra desértica pequeña ciudad y yo solo seguía absorto en mi café, bebiendo de sorbo en sorbo y con la vista fija en la ventana. La mayoría allí ya estábamos acostumbrados a esas pequeñas tormentas de polvo y ni siquiera nos mosqueábamos, otros por el contrario parecían nerviosos. Sobre todo los menores de catorce años. Tenían mucho por aprender.

La tormenta de arena azotó a nuestra pequeña ciudad y el viento zumbaba en las ventanas que pronto cerró la flacucha dependienta de la cafetería. Me miró y me sonrió de forma coqueta. Cómo hubiera querido que Lisa Amber me mirara así.

Sin embargo, algo distrajo mi atención entre el polvo que el viento levantaba...

Vislumbré varias sombras de personas corriendo a toda velocidad e incluso de forma iracunda. Me sentía confundido en aquél momento, no imaginaba que serían hombres y mujeres escapando de los zombies. No fui el único al que aquella situación le llamó la atención, pues varios clientes de la cafetería se pusieron de pie y se acercaron a las ventanas para ver mejor.

CarnadaWhere stories live. Discover now