5 - Mi Presa

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Salgo corriendo de la oficina de Ben Across, arrojo la puerta detrás de mí y cruzo el pasillo hasta las gradas que me llevarán a las carnadas, tengo poco tiempo antes de que los secuaces de Ben se den cuenta que está malherido en su oficina; pero me preocupan aun más los zombies que entran a la mansión rompiendo vidrios y paseándose como si fuera su casa.

Derribo a los zombies que se cruzan en mi camino de un solo disparo certero en la cabeza sin perder el tiempo. No por nada me llamaban "el Carnicero", ¿olvide mencionar que una de las razones por las que me llevaron al cuarto de los innecesarios fue por eso? Ben Across siempre supo quién era yo o al menos, quién fui. Era un traficante de armas después de todo, debía saber la verdadera identidad de uno de los criminales más buscados del país que en sus horas libres era un inofensivo profesor de química en una universidad de mala muerte y en un pueblucho de porquería.

Cuando fuimos al pueblo y vi a ese chico carnada siendo devorado por uno de esos zombies que muchos llamaban "parca". Me sentí identificado con esa criatura, debo aceptarlo; ese semblante de satisfacción mientras partía en pedazos a su víctima. Me recordaba a mí.

De pronto, choco con un ser humano. Alzo la vista y me encuentro con el corpulento Gordo. Él me mira extrañado.

—Profesor, ¿estás bien? —me sostiene del hombro, luego ve el arma que llevo conmigo—. ¿De dónde sacaste eso?

—Es una larga historia, Gordo, por favor, ayúdame a liberar a las carnadas —le ruego con fingida angustia—. Ben Across acaba de decirme que ese túnel no lleva a ninguna parte, todos los refugiados morirán y solo se llevará a sus más allegados... no estás entre ellos.

Él no sabe quién soy, por lo que duda un momento mirándome con fijeza y algo de desconfianza. Si me causa problemas lo mato.

—Conozco un camino que nos llevará a salvo. Pero necesito sacar a Lisa Amber de entre las carnadas —hago un último intento.

—Deberíamos traer con nosotros a Efrén y Hadi, saben dónde es la Nación Escarlata —me dice con el ceño fruncido—. ¡De paso si encontramos a Leila! Sabe cocinar, nos servirá de ayuda.

—Sí, ¡exacto!

Nos abrimos paso a través de los refugiados que tratan de meterse al inútil túnel, ahí están Efrén y Hadi, intentando ayudar a los desdichados a mantener la calma; aunque no está dando mucho resultado. El Gordo toma a Efrén del hombro y lo jala fuera de la multitud; perturbado, él se voltea, Hadi nos sigue.

—Kal dice que ese túnel no tiene salida —explica nuestro corpulento amigo—. Nos guiará a otro lado.

—Un momento, ¡¿sin salida?! —casi vocifera Hadi, horrorizada—. Deberíamos avisar...

—No te quieras hacer a la heroína —no tengo tiempo para sus delirios de grandeza, le apunto con la Uzi sin dudar—. Solo se salvarán los más afortunados, no podemos perder el tiempo

—Cálmate, Kal —me recomienda el Gordo.

—¡Baja esa arma! —Efrén trata de empujarme, pero también le amenazo y se detiene asustado.

—Liberamos a las carnadas y nos vamos de aquí —digo con frialdad—. Si no están de acuerdo, pueden seguir por el túnel o ir a entregarse a un carnicero. No me importa, ya veré la forma de llegar a la Nación.

Ellos no tienen mejor opción que seguirme y lo sé por sus expresiones de resignación. El Gordo y yo vamos por delante, matando a todo zombie que se atraviesa en nuestro camino, esquivando gente que solo corre despavorida por los pasillos de la mansión. En el suelo yacen los restos de las costosas pinturas del estúpido traficante, yo paso por sobre ellos con todo gusto mientras vamos llegando a las escaleras de caracol en donde, en cada escalón, hay varios secuaces de Ben Across disparando sus armas tratando de detener a los zombies anormales se acercan con lentitud.

Mierda, esas expresiones de satisfacción mientras despedazan a la gente... solo pueden ser los Garrudos... Despedazan a cada carnada con tal parsimonia que me causa escalofríos. Joder, joder, joder. "¡Que alguien detone a las carnadas!", escucho a uno de los guardias gritar, "¿dónde está el jefe?". Muriendo, de seguro... le disparo al patético hombre al costado de la cabeza y éste cae de bruces. Mato a su otro compañero que se ha volteado asustado.

—Cojan esas armas —les ordeno a Efrén y Hadi, están horrorizados, pero aun así me obedecen.

Bajamos las gradas, el blanco piso del gran vestíbulo ya no se puede distinguir, parece una simple piscina de sangre bañada en restos de tripas y pedazos de carne humana. No me importaría pisarlos si no fueran resbalosos. El Gordo, Efrén y Hadi me ofrecen cobertura por la espalda, son muy buenos, a medida que avanzamos logramos derribar a al menos cuatro Garrudos que están muy distraídos divirtiéndose con las carnadas.

Ahí la veo, Lisa Amber encogida en un rincón, llorando como una niñita desconsolada, está mirando cómo uno de esos anormales arranca los intestinos de su estúpido novio. Yo no puedo hacer más que sonreír satisfecho ante esta imagen, pero no reparo en asesinar al monstruo con la Uzi, cuatro disparos y es más que suficiente. El resto de innecesarios están repartidos por doquier aun sostenidos a duras penas por una soga, algunos fingen estar muertos, como si eso sirviera de algo.

Me agacho para liberar a Lisa y desvío la vista hacia la ventana. Varios Toros vienen hacia nosotros con su andar lento y sus postes de luz entre las agigantadas manos; acelero mis movimientos, esa es la única criatura que me causa algo parecido a miedo. Le quito los explosivos al desnudo torso de Lisa y aunque quiero detenerme a admirar el paisaje, prefiero no hacerlo. Me quito mi abrigo color marrón y después de cubrirla con él, le obligo a levantarse y correr con nosotros. El Gordo me mira extrañado, no entiende mi fascinación por Lisa Amber; la verdad es que yo tampoco.

Escuchamos a los carniceros lanzando sus característicos ensordecedores gemidos agudos mientras rompen las ventanas. Nosotros subimos a los pasillos superiores y conduzco al grupo hacia la oficina de Ben Across, en el camino, el Gordo corre para sacar a Leila y su bebé del inútil túnel del que algunos ya salen desesperados, pues no han encontrado la salida.

En la oficina del traficante, éste aun yace moribundo y me mira con odio. Ignoro las preguntas y la desconfianza del Gordo, Efrén y Hadi; solo abro la trampilla de debajo de la alfombra y comienzo a bajar por las escaleras. Los demás me siguen. No tienen otra salvación.

¿Ahora quién debería estar en el cuarto de los innecesarios?

El Gordo nos guía a través del túnel con linterna en mano. Pasamos entre muros cavados a la mala y hay lugares en que tenemos que agacharnos. Poco a poco, los estruendos de lo que pasa en la mansión se van quedando atrás hasta que llegamos a la salida, que llega directo a una camioneta negra que ya está esperándonos.

Al buscar las llaves de Ben Across en mi abrigo que lleva Lisa Amber, mi mano choca con un objeto más pesado. Se trata del detonador de las carnadas.

Le doy las llaves al Gordo, quien apresurado y nervioso, trata de abrir el coche. Sostengo el detonador en mi mano derecha sin que ninguno de mis compañeros lo note. Suspiro y una última y terrible explosión llena el ambiente. A lo lejos, vemos cómo toda la mansión se derrumba como una bestia caída en batalla, no solo han explotado las carnadas, sino las vigas de soporte de la casa y los pedazos de concreto han de haber aplastado a cientos de zombies y humanos por igual.

Ja... maldito Ben Across...

Él nunca planeó salvar a nadie. Lástima que su palacio haya caído sobre su inútil cabeza.

Continuará...

CarnadaWhere stories live. Discover now