Final del invierno

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Ya hacía tiempo que Krez no comía una rebanada de pan. La verdad es que ultimamente le costaba encontrar una simple manzana para comer. 

Siempre había sido difícil encontrar comida en la ciudad de Clott en esta época del año. En invierno la comida escaseaba hasta en las familias más ricas en toda la región de Elasht.

Aun así estaba contento, como toda la ciudad. El frío ya se iba y otro año más Krez había sobrevivido a los temporales y las nieves invernales.  De aquí a un par de días, cuando la nieve se secara, volverían a montar el mercado. 

Vendrían todos los mercaderes de las ciudades del país, el mercado de Clott era conociodo en toda la región. y siempre era un buen lugar para encontrar buenas ofertas y todo tipo de mercancías, desde alimentos hasta los más extraños objetos traidos de Oriente Medio, Àfrica y la India.

Ese era el mejor momento para conseguir comida, los objetos y utensilios para poder vivir. 

Clott vivía de los mercaderes y los comerciantes que llegaban a la ciudad. En invierno venía poca gente a vender, ya que los caminos que llegaban a la ciudad quedaban llenos de nieve y se hacían intransitables para los carros. Esta época se convertía en la más dura del año para todos los habitantes del lugar y especialmente para los vagabundos sin familia como Krez. 

Pero él ya hacía aproximadamente unos cinco años que vivía en la calle y estaba acostumbrado a pasar frío por las noches. Había aprendido a robar a los comerciantes más ricos, también había tenido mucho tiempo para practicar y aprender. Sobrevivía como podía.

A los siete años de edad sus padres habían muerto en un incendio, un incendio intencionado, él lo había visto cuando volvía a casa después de ir a comprar dos barras de pan al horno. Vió a un hombre encapuchado que se escabullía por el jardin. Antes de salir de la casa había echado un vistazo hacia atrás y Krez había podido ver, entonces, el rostro de aquella figura vestida de negro.  Solo entonces supo que no lo olvidaria nunca. Desde donde se encontraba solo se podia ver una cara blanca por debajo de la capucha. Vió unos ojos rojos y una fina línea negra que le recorria toda la cara horizontalmente por encima  de la nariz. La capucha era negra como el azabache y una línea blanca la cruzaba en los bajos. 

Los primeros días sin casa ni familia fueron los peores de su vida, solo tenía para comer aquellas dos barras de pan. En una semana ya no tenía nada para comer. Poco a poco empezó a buscar comida en los desperdicios y se daba cuenta de la cantidad de comida que la gente era capaz de lanzar a la basura.  Por las noches rondaba por las calles, no podía dormir. Todo aquello era nuevo para él. Más de una vez había ído a su casa, ya en ruinas a buscar objetos de valor que no hubieran sido tocados por el fuego. Todo lo encontrado lo fue guardando y solo lo utilizaba para comerciar cuando realmente necesitaba comida. 

Al cabo de un tiempo empezó a robar comida y a mendigar. Normalmente en el mercado la gente estaba más pendiente de vender sus productos que de vigilar sus tiendas. Hasta algunos que ya habían estado antes en la ciudad acababan haciendo la vista gorda cuando veían que algún sin techo como Krez se llevaba algo de su propiedad. Krez ya sabía a quien podia pedir dinero, a quién tenía que robar y a quien seria más fácil, conocía la ciudad como la palma de su mano. Los techos de Clott eran ahora su hogar.  

Sus escasas pertenencias las escondía bajo una teja desprendida, en la interjeción entre dos tejados donde había una chimenea. Allí es donde había colocado su escondite secreto, era un sitio perfecto: la chimenea paraba el viento gélido del invierno y se resguardaba de las lluvias debajo de una de las techumbres que sobresalía por encima de la otra al encontrarse. Era allí donde, cuando no podía dormir,  tocaba la flauta que había salvado de su casa.

Aún estando acostumbrado a la vida como mendigo, recordaba con anhelo su anterior vida. Quería a su padre como a nadie más, viajaba mucho y aunque nunca se lo había llevado en ninguno de sus viajes, le afectó realmente su muerte. Cuando estaba en casa le había enseñado a montar a caballo y a tocar la flauta y el piano. También le había enseñado a leer y se había vuelto un gran lector, sentía mucho añoro por la lectura, ya que todos los libros se habían quemado con la casa.

Ahora, ya tarde, intentaba pasar la noche en su escondite de los tejados soñando con la llegada de la primavera y con ella del mercado y del calor. 

El Rayo PartidoWhere stories live. Discover now