Pan quemado

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-¡¡¡Donde está!!! -dijo Arydeen gritando como una loca -¡Cómo ha podido escapar!

-Bueno... es posible que cortara ella las cuerdas con una navaja, quizá la llevara encima... -dijo un hombre detras de ella.

-¡La registramos y no llevaba nada encima con que poder desatarse! 

-Pero...

-¡Pero nada! ¡Os dije que teníais que vigilarla! ¡Siempre estais igual! ¡jugando a las cartas y bebiendo! ¡tendría que daros verguenza!

Acto seguido, salió de la tienda echa una furia. Arydeen resopló para sus adentros y continuó su camino hacia su tienda. Quería estar sola, almenos durante un rato. Cuando estuvo dentro, se echo encima de la cama. Sacó de su bolsillo derecho, una bola luminosa de color azul, turquesa y se puso a jugar con ella. En su mundo, en aquel momento, solo existian su bola de vitrio y ella. Aquella luz azulada se reflejaba en sus ojos oscuros, la cegaban y la apartaban de la realidad.

Aquellas piedras preciosas eran diferentes a todas las otras que ella había visto. Eran muy escasas y resistentes, no se rompían con facilidad. Cuando era pequeña le habían contado que eran una reliquia que podían poseer pocas personas y su precio era mucho más alto que el que podría haber estimado qualquier joyero, dentro de la piedra, el centro de esta, contenía un alma. Eran realmente antiguas. Las fabricaba la gente que tenía dinero. Cuando fallecían sus seres queridos, estos querían conservar su alma, sana y a salvo. Acudían a las ninfas del río o a magos y hechiceros para que guardasen y dieran reposo al alma del difunto dentro de una piedra preciosa. Esa era una de las teorias, claro. Había más, por ejemplo, algunas personas decían que se trataba de estrellas muertas o caidas del cielo.

De estas se consevaban muy pocas, muchas habían desaparecido al cabo de los años. Muchas las poseían ellos pero la gran mayoría seguía perdida.

-¿Quiere algo, señora? -preguntó uno de los guardias que vigilaban su tienda, aquello la hizo volver a la realidad otra vez, el hombe esperaba en la puerta de la tienda.

-No, gracias -contestó -podeis retiraros.

El hombre que esperaba en la puerta asintió con la cabeza y se fue. al cabo de un rato, Arydeen se levantó,  cogió su capa, se envolvió en ella y salió de su tienda. Recorrió todo el campamento. Este estaba solamente iluminado por la luz de cuatro torchas y un fuego que ardía en el centro del campamento, ya era de noche. Dos minutos más tarde ya se encontraba entrando por una de las tiendas que rodeaban la hoguera.

-Se que fuiste tu -dijo Arydeen al hombre  que había sentado en la silla de madera que tenia en su tienda -siempre fuiste tu, quien intentó salvar a su hija, quien persuadía a todos de que dejaran de buscarla por el bosque, quién liaba al grupo para que tomara direcciones equivocadas -Arydeen dió un respiro, el hombre que estaba sentado en la silla no dijo ni una sola palabra -¿no dices nada? -rió -sabes que al final lo descubrirá y sinó se lo diré yo al Cárdeno, si lo descubre por otro el dolor serà mayor, ya lo sabes.

El hombre levantó la cabeza.

-Pues diselo -dijo el hombre de la silla -seguro que si se lo dices tu te ascenderá ¿no es eso lo que quieres?

Arydeen se puso seria.

-Mañana el Cárdeno y todos sabrán que tu eres el traidor. Vendrán a buscarte a la salida del sol -Arydeen pensó un momento -tienes tres horas como máximo -después de decir esto empezó a marchar hacia la entrada- paró un momento y se giró -espero que cambies de opinión y te delates antes de ese momento, lo hago por ti -esta salió de la tienda y volvió a dejarlo solo en la penumbra de una sola vela que ardía al lado de la cama. 

El hombre dibujó una sonrisa <>

Al amanecer llegaron a la tienda unos veinte hombres y Arydeen acompañada del Cárdeno, entraron, pero el hombre que había estado sentado en la silla dos horas antes se había esfumado como el humo.

Al día siguiente Arydeen y un grupo de diez Zaharkeks salieron en dirección a Herr. Estos llegaron a la panaderia al cabo de media hora.

-La casa está desierta -dijo uno de los hombres -se lo han llevado todo.

-Han huído, claro. -dijo Arydeen -como no, Astrid los ha alertado y han marchado.

-¿Que hacemos entonces señora?

-Quema la casa, almenos no podran volver -respondió y esperó - y deja de llamarme señora, por favor.

A los pocos minutos las llamas abrasaban el lugar y devoraban los ultimos pedazos de la panadería, los vecinos intentaban apagar el incendio utilizando el agua del río. Nadie sabía quién había probocado el incendio. Fuera quién fuera no había dejado ni rastro.

El Rayo PartidoWhere stories live. Discover now