Capítulo 36

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Agosto:

Sergio:

Sonrío a la camarera mientras me sirve una copa de vino. No creí que acabaría viniendo a este tipo de restaurante que antes tacharía como pijo. Sinceramente, antes tacharía de pijo todo en lo que se está convirtiendo mi vida.

Sam entra entonces por la puerta del restaurante y se aproxima a mí. Al llegar me saluda con un beso y deja su cara cazadora colgada de uno de los salientes de su silla.

—¿Cómo va "la gran visita"?— pregunta intentando disimular su acento mientras se sienta en su silla y arruga la nariz. Es un gesto que no he aguantado nunca, pero ahora se me hace tan familiar como hablar con él.

—¿Cómo va a ir?—hago una pausa entonces. No sé que contarle. No sé ni yo cómo va— Ya sabes cómo es... y ya sabes cómo soy... no creo que aguante mucho más sin echarme algo a la cabeza.

Finjo una risa, perdiendo la mirada en la mesa de unos ricachones en la que hay una pareja sentada. De repente una se arrodilla y me parece que está pidiendo matrimonio a la otra, y ella —cómo no— ha montado una escena desvelando a todo el restaurante su veredicto. Parece sacado de una película ñoña que no aguanta ni dios; bueno sí, las aguanta Adam.

Me vienen un par de recuerdos a la mente sobre Adam. La vez que le consolé sobre su hermano, la vez que le presenté a Nuria, o todas esas veces que ha intentado tranquilizarme por Ian... Todas la noches que he pasado en vela viendo su cuerpo al cual creía que nunca volvería a ver despierto... Y resultaba que solo tenia amnesia leve... No pude contarle por qué le conocí. No debe saberlo. Si lo sabe... perderemos la relación, aunque ya esté perdida. 

Odio que sea tan feliz ahora que no estoy. Sé que es feliz. Tres tías andan rondando a su al rededor con intención de... no quiero ni saberlo. Solo espero que no se deje tentar por Lia. Es lo único que pido.

Antes de escapar de Burgos, Lia se dedicó a meter mierda sobre todo lo que yo hacía o decía; y Adam, su perrito faldero, se lo creía todo. ¿Cree que es fácil vivir con un amnésico? y por si fuera poco tenía que aguantar a la tocapelotas de su ex. Las dos se reunían en el piso a modo de aquelarre* con el único propósito de echarme de aquel lugar. Ellas querían a Adam solo para cada una, y a mí, cada vez me daba más igual.

Estaba harto de eso.

Pero aquí estoy; cenando con un tío bueno hablando sobre la visita que he dejado abandonada en mi apartamento de este mes. Sí, así es. Apartamento de este mes. Cada mes cambio de ciudad, ya que no tengo nada que hacer en ninguna parte, pero supongo que esta será la última, ya que tendré que volver a Burgos en unas semanas.

Sam se agarra el flequillo y bebe de mi copa de vino.

—¿Desde cuando bebes de copas ajenas?—bromeo.

«Mejor dicho, ¿desde cuando bebe?»

Él sonríe y responde:

—Desde que mi ex quiere que cenemos juntos—no lo hace queriendo pero se le marca su acento inglés. Cosa que me encanta.

Su contestacíon me ha dejado con la boca abierta. Siempre ha sido la niñato consentido "don-perfecto" que nunca rompe un plato ni dice cosas hirientes. Por eso le dejé. No aguantaba que fuera tan... soso. Pero he notado un cambio en él.

El cambio que noto en Sam es que ya no se caya las cosas. Me lo dice todo a la cara, por mucho que me joda. Y ha aprendido a que no le importe.

En la entrada aparece entonces un hombre mayor, canoso y con pinta de tener más dinero que cualquiera de los que estamos en el restaurante.

Nunca volaré sin ti.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora