Capítulo 18. Marca el día negro.

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  En cuanto Maxwell y sus hombres se llevaron a Rita se creó un ambiente pesado y silencioso en uno de los cuartos de los estudios Abbey Road.

John, para romper el silencio y sus nervios, cogió una trompeta dorada y comenzó a tocar la tonada de Bethoveen.

—No puedo creer lo que has hecho... —dijo Brian a William, con seriedad mientras John tocaba. —¿Cómo pudiste hablar a Maxwell, muchacho?
—Fue lo primero que se me ocurrió... —declaró William, débilmente. —¡No teníamos otra alternativa! Ella sabía de esto...
—¡Sí la había! —gritó Brian, dando un susto a todos. Azotó la mesa de sonido con su puño y miró a William con vergüenza. —Pudimos haber llegado a un acuerdo con esa chica... pobrecilla.

En ese momento John detuvo la trompeta y miró a su manager.

—¡Era culpable, Brian! —objetó John. —Por su culpa murió Paul.
—Culpable o no ella pedía justicia —continuó Brian, sin hacer caso a nadie. —Era una criatura que tenía más valor al hablar que todos nosotros juntos —volvió a mirar a William, que estaba serio y con los brazos cruzados. —¿Es qué no sabes lo que es capaz de hacerle ese hombre? Pudimos habérnoslas arreglado con Rita y así hacer saber al mundo la mentira, ¿no era lo qué querías, John? —repudió mirándole. John fingía no verle con la vista perdida en la trompeta. Pero sí que les escuchaba. —Una aliada a la que debimos proteger y no entregar al enemigo... —suspiró profundo. —Sepa Dios que calamidad le espera a manos de esos hombres. Podrían golpearla, violarla, o incluso cosas peores... ¡Ah!, ¡no puedo! —raramente, Brian se hecho al suelo y comenzó a llorar como antes no lo hacía. —¡Ya no podría seguir viviendo cargando otra muerte a mi espalda!, ¡y ya no puedo continuar con la mentira!, ¡Paul no lo merece! Yo tampoco puedo dormir tranquilo, y ahora menos al saber que destiné a un ser indefenso a la muerte... —sollozó. —¡Mañana mismo yo...!
—Pero mañana iremos al evento de meditación en Gales, Eppy —interrumpió Ringo, triste al mirar a su manager.

Brian alzo la vista y le miro con crueldad. Fue George Martín el que le ayudó a ponerse de pie.

—No. Ustedes se van..., pero yo no... me quedaré. No deseo moverme de aquí hasta que cumpla mi propósito...
—Por favor, Brian, no sabes lo qué dices. Trata de ver las cosas con claridad —le decía el productor.
—¡No, Martín! —alegó Brian. —Por primera vez en mucho tiempo sé que hago lo correcto.

[...]

Y con un lúgubre y espasmódico momento, la luna le dio paso al sol y así llego el nuevo amanecer. El gallo cantó, y todos los ciudadanos se levantaron para continuar con la agitada rutina.

El veintisiete de agosto, Los Beatles viajaron en tren hasta el campus de la universidad de Bangor, en Gales. Aquel viaje, fue quizás, el primero en donde la banda musical más famosa del momento viajaba sin sus organizadores de viajes, y ni siquiera habían pensado llevar los bolsillos llenos de monedas y billetes verdes.

Muchas personas habían sido invitadas y acudían al llamado del Maharishi; entre ellos destacaban Mick Jagger, Marianne Faithfull, Alex el Mágico, Jane Asher, Cilla Black, la cuñada de George Harrison Jenny Boyd, entre otras trescientas personas. Así que no fue de esperar que la estación estuviese llena por invitados a la estadía y admiradores fuera del ámbito hindú, que solo marchaban por ver a sus artistas favoritos partir.

—Damas y caballeros, hay demasiada gente aquí —dijo un encargado a los futuros viajeros —. Será mejor que suban ya al tren, ahí estarán más cómodos y seguros.

Se hizo caso a la advertencia y, de poco a poco, los invitados fueron subiendo al tren que echaba humo por la caldera.

Los Beatles se encontraban hasta el último lugar en toda la larga fila. Llegó el momento en que los fanáticos no pudieron más y fueron contra ellos, no podían evitarlo. Gritos frenéticos, agitadas volubles y besos por doquier. Las mismas parejas que acompañaban al grupo se vieron expuestas a tal caos. Fue un revoltijo tremendo el de aquella fecha. Cynthia Lennon, mujer de John, se vio hundida entre la multitud, y por más auxilio que pidió nadie hizo caso a su plegaría. Ni siquiera su esposo, que ahora estaba siendo llevado por oficiales al tren para mayor seguridad.

A day in the life (The Beatles)Where stories live. Discover now