Chocolate

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En los siguientes años hubo más eventos como ese.

Cuando tenía diez, fue el funeral de otra de las hermanas de su abuelita y cuando tenía once, la esposa de otro hermano. Y es que eran muchos en su familia. ¡Ni siquiera creía poder reconocerlos por nombre a todos!

En cada uno de esos velorios vio al muchacho de los ojos color miel.

Tenía once años cuando cayó en cuenta de que aquél muchacho no cambiaba.
Ángel sí. ¡Y mucho!
Le interesaban ya los videojuegos y los grupos de rock. Trataba de mantener calificaciones aceptables o su madre le quitaba la consola.

Una vez reprobó matemáticas y lo dejaron sin ella por casi un mes.
¡Fue espantoso!

Por eso sabía que había cosas que no se debía hacer nunca... como reprobar.

—Hola —saludó.

El muchacho no respondió, estaba sentado junto al hueco de la escalera como siempre. La casa a oscuras en esa zona y la mayor parte de las personas, repartida en las habitaciones que fueron dormitorios para estudiantes casi un siglo atrás y que en los tiempos presentes eran habitaciones de invitados, pues tenían tanta familia que siempre alguien se quedaba a dormir en la casa de su abuelita.

Se suponía que esa casa era de todos los hijos de la bisabuelita, que murió muchos años atrás, cuando él era tan pequeño que apenas si tenía alguna imagen borrosa del suceso.

Pero todos cedieron sus derechos legales sobre la casa, en favor de su abuela, porque todos estaban mejor que la viejita, económicamente hablando y porque todos la querían como a una madre...

Por lo que decían, la bisabuela fue bastante desobligada con "el conejerío que tuvo".

Su abuela siempre decía esa frase, que significaba que su madre parió como si fuera una coneja. Muchos hijos y muy poca atención para ellos.

— ¿No puedes hablar? —preguntó de nuevo.

Otra vez permaneció callado. El muchacho iba descalzo, su camisa, sucia hasta lo imposible, desgarrada como si un animal, una rata o un gato le hubiera clavado las zarpas.

Tenía un tipo de pantalón corto hasta la pantorrilla, color rojo sangre, arruinado con grandes manchas oscuras. La camisa también tenía esas manchas, parecía que le hubiera caído chocolate encima.

Era extraño, pero no le tenía miedo.
Aquel chico era su amigo de siempre.

—Yo te vi cuando era pequeño. ¿De dónde vienes?

El muchacho levantó la mirada.

Ángel encontró un inmenso dolor en los ojos del muchacho. Fue sólo un momento, pero se le quedó en la memoria.


Algo mas tarde volvió a la sala para integrarse a los ritos del funeral.
Alguien trazó, como era la costumbre, una cruz de pétalos blancos en medio del piso limpio y brillante.

El ataúd reposaba en el soporte de metal y cuatro cirios, velas tan gruesas como las de la iglesia, decoradas con líneas rojas, flores azules y pajaritos blancos, permanecían encendidas, una en cada esquina del féretro.
Los presentes; familia y amigos lloraban o estaban serios.

Y cuatro de ellos se colocaban junto a los cirios, custodiado al cuerpo.

Ángel gozaba de esa parte.

Algunos miembros de su familia trabajaban en la policía.

Un hermano de su abuela, dos de sus hijos y un primo de Ángel que era varios años mayor.

HambreWhere stories live. Discover now