Dormido

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—¿Y tú qué haces aqui? ¿Por qué tan temprano?  ¿Y en domingo? Me voy a ir a misa en una hora. —Evaluó la figura completa. Algo tal vez estaba mal, porque agregó—.  Deberías ir también para que se te salgan los diablos del cuerpo y...—. La letanía de la vieja hubiera continuado, de no ser porque descubrió lo que Misha tenía en las manos.

A veces, los viejos se parecen a los niños; el mismo brillo de ilusión brota en su mirada ante las cosas más simples.

Se apartó de la puerta para dejarlo entrar.

—¿Tamales?
—De champiñones y queso. —Misha dejó la bolsa en la mesa, atiborrada de cosas. Comenzó a limpiar como si fuera la casa de su propia abuela. Minita no trató de impedir que levantara los platos sucios y los llevara al fregadero o que tirara la basura—Y atole champurrado. ¿Te gusta?

—¡Mi favorito! ¿Y no había tamales de mole? —Hizo un mohín de desencanto cuando comenzó a escarbar en la bolsa y solo encontró el contenido antes anunciado. El vapor casi le quema la nariz, pero no le importó; la anciana tatareó —. ¡Me gustan más los de mole!

Cuando Misha le entregó un plato limpio, ella ya maniobraba con los dedos para separar la hoja de maiz del muy caliente contenido.

—¡Si, claro! El señor que los vende, tiene de todos los sabores, pero los champiñones son nutritivos. Te hace bien, tienen proteínas.

—¡Pero me gustan más de mole! ¿De dónde son?

—Los venden frente a la entrada de empleados de la plaza.
—¿Fuiste hasta allá a estás horas?
Misha dijo que si con una sonrisa.
—¿Y para qué fuiste hasta allá?
—¡Pues a comprar tamales para desayunar! ¿Para qué crees tú que yo iba a ir? Quería darte las gracias. Hice lo que dijiste y...

—¡Ah! ¡Que muchachito más bueno eres tú! El espantajo de esa casa no te pudo tocar, ¿verdad?

—¡No, ni a mí, ni a los padres de Ángel! ¡Debiste verlo! Parecía que la casa se iba a partir, pero el espectro no pudo pasar de la puerta.

—Mis "ayudantitos" te  protegieron —. Le sonrió orgullosa y contenta por el éxito de sus planes. —¿Ya estás comiendo mejor? —La mirada de Doña Mina se distanciaba tanto de su actitud traviesa al quemarse los dedos por abrir su tamal hirviente, que parecía dos personas compartiendo un mismo cuerpo.
En sus ojos no habitaba la sorpresa.
Eran tan profundos como los de Joaquín, pero al contrario del espectro, los de Mina irradiaban luz, vida y causaba que Misha tuviera otra vez esa sensación de ser revisado, desnudo hasta los huesos.

Tomó de la bolsa de plástico uno de los tamalitos. Lo desenvolvió, revelando la deliciosa textura esponjosa de la versión más ancestral de un pan de maíz. La salsa que lo cubría, demasiado caliente, emanaba un aroma picante, a chile, a comino y a cualquier cantidad de ingredientes, su boca se hizo agua. En verdad, su apetito regresó después de la segunda visita a la casa de Minita.

En esa ocasión, sin su hermana presente, ella lo acostó desnudo en una estera de hojas tejidas, en el suelo y le dio un masaje tan lento, tan íntimo y profundo que olvidó la vergüenza de estar desnudo. Olvidó que ella era una mujer de más de cincuenta años. Se dejó guiar hasta un sitio en sí mismo donde todo estaba bien.

—Si, más o menos —respondió, la mirada pensativa en su plato. Picoteaba despacio su tamal con el endeble tenedor de plástico, distraído por sus pensamientos—. Creo que estuvo bien reconocer que somos... bueno, novios. Sus padres se sorprendieron, pero después de que pasó todo, el señor Var me trató muy bien. Creo que ya lo aceptó

—Es que tienes un lazo muy fuerte con ese muchacho. Tenías que reconocerlo o apartarte. Pero quedarte a la mitad sólo  iba a traer problemas. Nunca te quedes a la mitad de nada. Hasta el final, pase lo que pase. ¡Anda, pásame uno de mis jarritos, el atole no se toma en estos vasos desechables, ¡que horror!

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