Un inesperado dolor

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—¿Quieres que te lleve a tu casa?

Misha levantó despacio la mirada para aceptar el ofrecimiento tan amable de uno de sus compañeros. De inmediato se arrepintió, ¡no tenía ningún deseo de pasar un momento más de los estrictamente necesarios con ese chico, del que solía huir siempre que le era posible!

Pero la oportunidad de declinar se arruinó ante el dolor intenso y punzante, ¡algo no iba bien! Misha intuía que aquello era más que una simple infección por comida en mal estado. 

El chico le ayudó a levantarse del rincón donde estuvo casi toda la clase, sintiéndose cada vez más enfermo. Los últimos diez minutos de la espera los pasó en horizontal, en posición fetal.

El profesor Jorge, de Biomecánica y Ángel lo ayudaron a levantarse y entre los dos lo llevaron casi cargando hasta el estacionamiento, en donde su Bettle de ocho años, de segunda mano, era ya el único auto en esa zona. La escuela estaba casi vacía.

Dejaron a Misha en el asiento del copiloto. Ángel lanzó las mochilas de ambos al asiento trasero. Profesor y alumno se dieron la mano para de inmediato cerrar la puerta, aliviado de que uno de sus compañeros auxiliara al muchacho.


***

Pocos días después de que Ángel cumpliera sus dieciséis años, su padre, que en ese momento estaba ya mucho más reconciliado con la realidad del hijo que tenía y que además, se sentía culpable por sus malos tratos anteriores, acompañó a su hijo a conseguir su permiso de conducir.

Unas semanas más tarde, ya con su permiso en la mano, lo llevó a escoger su primer auto y pagó por él. Era algo que Ángel pensaba hacer por su cuenta, con el dinero que heredó de su abuela. Sin embargo, Luciano no quiso ni hablar del tema.

—¿Para qué tienes un padre? —Le gritaba—. Guarda ese dinero para el futuro, cuando ya no esté yo para darte lo que necesitas, que para eso trabajo, para alimentar a mi familia y...

Y continuaba la retahíla de regaños, de esos que son puro amor incondicional, con muchas capas de mierda encima. Fue mejor de lo que esperaba. El auto era bonito, estaba flamante y ni siquiera necesitaba alguna reparación. Era azul eléctrico, sí, ni modo. Ángel pasó por alto el color y se enamoró de su quemacocos, de sus asientos de piel y de su sistema de audio.

Pero fue hasta ese momento, con Misha retorciéndose en el asiento, que sintió verdadera gratitud por tenerlo.


***


El Profesor Jorge y unos pocos alumnos más se quedaron dos horas más en la escuela para ensayar dinámicas difíciles en su materia, Misha entre ellos aunque él no para ensayar nada, sino para tomarse un analgésico y poder llegar a casa.
Sin embargo, en esas dos horas Misha pasó de estar un poco mal, con aspecto dolorido y cansado, a estar muy mal.

Una vez que estuvo al volante, Ángel metió el acelerador a fondo.
En la primera luz roja se atrevió a extender la mano hacia la frente del enfermo; estaba húmedo de sudor y bastante caliente. Sostenía su vientre y antes se había quejado de tener ganas de vomitar.
Ángel sospechaba que ese dolor tan intenso era de cuidado. Podía recordar perfectamente que por la mañana, Misha ya se veía enfermo.

—¿Hay alguien en tu casa? ¿En dónde vives?

—Siempre está mi papá —respondió con voz temblorosa—. Trabajando. Y vivo pasando la Delegación de Tláhuac

La sorpresa de Ángel que no pudo reprimir le hizo alzar ambas cejas.

—¿Eso es por Chalco?

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