CAPÍTULO DIEZ

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  "Hogar, dulce hogar". No pude contener un suspiro de satisfacción, en cuanto vi la casa de mis padres ante mis narices.

   Mis padres nos esperaban en el porche. Estaban sentados en las sillas de forja que allí habían. Nada más vernos llegar, se levantaron justo cuando el coche entraba en la parcela. Le pedí al conductor que se detuviera allí mismo, para poder bajarme e ir junto a ellos; no podía esperar más, ¡estaba impaciente por tenerlos entre mis brazos!

   Eric también bajó conmigo.

   El Mercedes S 350 gris metalizado, emprendió de nuevo la marcha, pero en esta ocasión con dirección al garaje de mis padres. Yo corrí hacia mis padres, que me esperaban con los brazos abiertos, listos para un gran abrazo que sin duda, no tardó en llegar.

   Mi madre me inundaba la cara de besos mientras me abrazaba. Mi padre a su vez, nos abrazaba a las dos.

   —Michael, Adriana —saludó Eric con un gesto de su cabeza a la vez que los nombraba a cada uno—. Buenas noches.

   Me soltaron y ambos se inclinaron hacia él.

   —Igualmente, su excelencia —dijeron al mismo tiempo.

   —Llamarme simplemente Eric. Recordad que ahora sois mi familia —afirmó a la vez que se posicionaba junto a mí y me ponía el brazo por encima de los hombros.

   —De acuerdo, así será.

   Esta vez fue mi padre el que habló, acompañando sus palabras con un gesto afirmativo de su cabeza.

   Después de los saludos previos, nos introducimos dentro de la vivienda. Cómo siempre, olía a esencia de limón. Adoraba este olor, me recordaba tantas cosas de mi anterior vida...

   Mi madre, que lucía estupenda con una falda vaquera y un jersey blanco abotonado, me ofreció algo de beber. Fue hacia la cocina, y al abrir la puerta de ésta, un aroma a guiso inundó mi nariz: había preparado para cenar mi plato preferido.

   No tardaron en hacer acto de presencia los dos <<gorilas>> de mi marido. Éstos iban cargados con nuestras maletas. Justo en ese momento en el que entraban, mi madre apareció de nuevo saliendo de la cocina con una lata de refresco en la mano. Como no había notado la presencia de los dos vampiros, casi se choca con ellos. Del susto, dio un brinco hacia atrás y la lata se le resbaló de sus manos. Estuvo apunto de estrellarse contra el suelo, pero en un abrir y cerrar de ojos, Eric estaba al lado de ella sosteniendo entres sus manos una lata intacta.

   —Creo que esto es tuyo querida... —le devolvió la bebida—. Disculpa a mis hombres, están entrenados para pasar desapercibidos —les dedicó una mirada dura.

   —Soy yo la que tengo que disculparme... Yo... Debí estar más atenta...

   —Mejor olvidemos el tema —dije mientras tomaba la lata de refresco de la mano de mi madre—. Gracias mamá.

   Volví a sentarme en el sofá, junto a mi padre y sin decir nada más, empecé a beber de mi refresco.

   —Si me disculpáis, voy a preparar la mesa —comentó ella. Sin más, regresó a la cocina.

   Eric acompañó a sus hombres hacía nuestra habitación, que antes era sólo mía, para que dejaran allí el equipaje.

   Ahora estábamos mi padre y yo a solas. Él estaba fumando como siempre solía hacerlo cada vez que estaba nervioso.

Saga &lt;&lt;La Era De Los Vampiros&gt;&gt; Libro I: &lt;&lt;Dulce Cautiverio&gt;&gt;Donde viven las historias. Descúbrelo ahora