Se limpió los restos de sangre del rostro antes de incorporarse con un quejido; sabía que el can se aceraba. Todavía seguía aturdida por el golpe, ¿de verdad había sucedió aquello?
Sora rompió las reglas... ¿qué me impide a mí hacer lo mismo?
Lena se plantó bien firme en dirección al perro, y cuando éste comenzó a correr con mayor velocidad hacia ella, flexionó las rodillas. Las perturbaciones en el suelo fueron más intensas conforme el animal se acerba, hasta que lo tuvo a escasos centímetros. Salió despedida hacia el frente, apoyando sus magulladas manos sobre el lomo del can, luego, con ayuda de sus piernas, se impulsó hacia arriba con tal fuerza que llegó a lo más alto de la pared.
Se aferró del filo del muro entre muecas adoloridas y bestiales ladridos debajo de ella. Notó cuando una de sus uñas se desprendió, pero no era momento para quejarse. Pataleó contra la pared y estiró un brazo como pudo para trepar; cuando estuvo casi arriba, se volcó sobre su espalda y dejó escapar un gemido. Para su buena suerte, la corona del muro era lo suficiente ancha para reposar el cuerpo de manera vertical.
Sus respiraciones agitadas se perdieron debido a los ladridos, que ya sonaban menos intensos.
—¿Quieres callarte? —gritó al perro con el aliento que le quedaba.
El animal no cesó, de modo que Lena rodó un poco y asomó la cabeza por el filo; una vez ahí, le escupió al perro, como si eso pudiera callarlo. Luego se rio de sí misma y cubrió su rostro con ambas manos. Apenas volviera a Zanzíbar se conseguiría una cita en el primer spa que viera.
Mientras tanto, debía hacer lo que estaba en sus manos. Se incorporó frunciendo el ceño y apretando la mandíbula. Encima de ella se alzaba la bóveda más grande que jamás había visto, en los extremos se localizaban los puntos de vigilancia, que alumbraban todo el lugar de una luz blanquecina. Sabía que los vigilantes la miraban.
Desde su posición pude ver que no estaba tan lejos de la salida; si continuaba recto, llegaría en pocos minutos. El problema eran sus compañeros (menos Sora). Analizó su rededor con visión térmica, buscando alguna mancha anaranjada que le indicara el camino. Gracias a ello pudo dar con Gabriela de manera rápida, al igual que con Niklas y Jane.
Primero les daba instrucciones de cómo llegar a la salida desde su elevada localización, y después continuaba andando por encima de los muros. Encontró a Nerida en compañía de Sora; de modo que no le quedó más que guiar a ambas.
Divisaron desde el pasillo al resto del equipo. Lena bajó el ritmo de su marcha al notar los tensos hombros de sus compañeros, incluso Niklas ocultaba el brazo detrás de su espalda, donde tenía preparada el arma que antes había sido su mano.
Se detuvo a la altura de Jane y miró hacia donde los demás lo hacían. Frente a la gigantesca puerta levadiza del bunker había una figura recortada por la luz. Lena contuvo la respiración; era imposible, no podía estar ahí. Se talló los ojos a pesar de la suciedad de sus manos y evitó mirar algunos segundos.
—Hola, Lena —saludó Elijah, su hermano.
En un principio, las emociones chocaron en ella cual agua contra una presa. Elijah debía estar en su isla; nada tenía sentido. ¿Y por qué su visión térmica no lo detectaba? Ni siquiera podía analizar sus signos vitales. }
—¿Cómo te va lejos de casa? ¿Ya sanó tu corazoncito? —inquirió ladeando la cabeza.
Algo no marchaba bien. Al mirar al equipo, se dio cuenta que todos tenían una expresión distinta. Se sorprendió al ver que Sora se arrodillaba y extendía los brazos delante de ella, como si estuviera rezando o algo similar. Por otra parte, Niklas se llevó el arma al cráneo y cerró los ojos mientras apretaba la mandíbula a más no poder. A su lado, Gabriela retrocedió unos pasos con expresión aterrorizada.
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Emoción Mecánica
Science FictionDespués de una enorme decepción amorosa, Milena, estudiante de ingeniería de órganos, decide darle la espalda a los sentimientos. Literalmente, no quiere volver a sentir nada. Coincide que el Gobierno de Zanzíbar (isla cercana a Tanzania) está busca...