Capítulo 27: Mar Nocturno

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Hizo un esfuerzo gigante por ocultar el dolor de su cara; incluso contuvo la respiración con tal de no temblar frente a Ed. Pero fue cuestión de segundos para que las emociones salieran en tropel de su cuerpo. El dolor dentro de sí le sacó lágrimas, y la ira la llevó a volcar el escritorio más próximo.

Los tubos de ensayos y otros cachivaches salieron volando hasta estrellarse contra la pared o el suelo, lo que tocaran primero. Ni siquiera el estruendo del vidrio logró distraerla de las palabras de Ed, las cuales eran un disco rayado en su cabeza: La última vez que te metiste con un hombre fue para cancelar tu boda.

Él seguía inmóvil en su sitio. Un trozo de ella, el que cargaba con las esperanzas, quería correr y abrazarlo; preguntarle si su última frase había tenido verdadera intención de herirla, o si solo se había tratado de un impulso.

—¡Por eso no puedes dirigir al equipo! Eres impulsiva y nunca consideras las consecuencias de tus actos —ladró Ed.

No había terminado de gritar cuando Lena ya había salido echando humo del laboratorio.

(...)

Amaia siempre le había dicho que antes de obrar, analizara sus sentimientos y tomara en cuenta lo que su cerebro le indicaba, puesto que de esa manera tomaría decisiones más acertadas.

En ese instante el análisis valió un pepino bendito. Se dejó guiar por un impulso que nació desde su pecho y se extendió por todo el cuerpo, haciéndola correr a una velocidad que podría haber sido considerada ilegal de haber existido límites al transitar para humanos.

En cuanto llegó a la playa comenzó a cavar en la arena a toda prisa. Quería sumergirse en la tierra y aparecer en Rumbek. Deseaba retroceder el tiempo. ¿Qué pensaría su equipo de ella? ¿Qué diría el mundo cuando la noticia se supiese? No soportaba la idea de haberlos defraudado. De cierta manera, les había dado la espalda

Lloró con más fuerza de la que excavaba. Apretó los cúmulos de arena en sus manos y apoyó su abatida frente en el suelo, luego comenzó a estrellar la misma una y otra vez hasta que el dolor la devolvió a la realidad.

Y pensar que hacía unas horas había estado en una fiesta...

El mar detrás de ella rugía poco; era una noche amena a pesar de todo, así que todavía quedaban algunas personas paseando por ahí. Por un momento deseó ser cualquiera de ellas para así escapar de su piel. Quizás alguien más supiera dar solución a sus problemas.

De pronto se percató que el hoyo en el suelo ya era lo suficiente grande para meter las piernas, de modo que lo hizo. Los próximos minutos los gastó rellenando de arena el espacio restante del hueco.

—¿Puedo sentarme aquí?

Lena alzó la cabeza con aire perdido en dirección a la voz. ¿Acaso el chico silla no veía que estaba tratando de hundirse en la arena?

—No —dijo, apenas audible.

—Demasiado tarde —musitó él en una exhalación que sonó cansada.

Ella lo contempló unos segundos con cara de pocos amigos, aunque él ni lo notó; estaba muy ocupado encontrando la posición adecuada para el reposo de su tabla de surf. Luego se rascó la nariz con el pulgar y apoyó ambas manos en la arena detrás de él.

—¿Siempre estás en la playa?

Él asintió sin mirarla.

—Casi siempre. No voy a la universidad —le recordó en voz baja —. Trabajo en las campanas submarinas.

Emoción MecánicaWhere stories live. Discover now