Recargó la espalda en la puerta esperando que su corazón se tranquilizara. Inhaló, exhaló... y repitió otras diez veces. Luego soltó un suspiro aliviado y salió despedida a la cocina, donde abrió el refrigerador casi con desesperación.
Hizo caso omiso a las voces de la sala. No pretendía ser grosera, sólo que su cabeza estaba concentrada en una sola cosa.¿Cuándo había comido por última vez? Dobló el torso para ver lo que había detrás de una misteriosa ensalada antes de estirar el brazo y sacar un contenedor de albóndigas. También tomó un poco de pescado y algo de verduras, el helado no le haría daño...
Apiló las cosas en una encimara. Entonces comenzó a devorar las albóndigas de Myrna, que en ese momento le parecieron regalos comestibles del cielo. Se zampó una tras otra y pasó a las verduras. Sus manos se movían frenéticas sobre los alimentos, yendo y viniendo con zanahorias y carne por igual. Por un momento recordó a una tía lejana que era conocida por la velocidad (y la cantidad) a la que comía.
Estaba tan concentrada que no se percató de la presencia de Myrna detrás de ella. Su madre biológica la llamó dos veces de brazos cruzados.
Lena encajó la cuchara en el helado y se la llevó directo a la boca cuando de pronto Myrna apareció en su campo de visión. Su madre le aprisionó ambas manos a la vez que gesticulaba algo que no escuchó del todo. Durante unos segundos tuvo que parpadear para enfocar la imagen delante.
—Lena, detente —dijo apretando al agarre —. ¡Milena!
Su hija retrocedió con el gesto contraído en una confundida mueca. Pareciera que salía de un trance.
—¿Qué? —espetó.
Myrna procuró esconder la preocupación tomándola por los hombros. Luego le acomodó un mechón y ladeó la cabeza mientras se mordía el labio interior.
—Marcus está en la sala —soltó.
En un inicio no hubo reacción en Lena, pero fue cuestión de tiempo para que se cubriera la cara y pidiera a su madre que sacara al muchacho de la casa. No estaba en condiciones de enfrentarlo, puesto que ni siquiera podía sostener una cuchara sin que temblara. Las cosas no estaban funcionando bien dentro de ella... se preguntó si su equipo estaría pasando por lo mismo.
—Quiere hablar contigo.
—El diálogo es cosa de dos —explicó —, al igual que el sexo —exclamó con tal que Marcus la escuchara — ... dile que no hablaré con él.
Myrna la obligó a mirarla a la cara.
—Hija, ya es tiempo de que dejes atrás lo que sucedió. Habla con él y deja las cosas por la paz. Date cuenta que cargar con el problema te está impidiendo progresar; tu carácter no es el mismo de antes.
Lena retiró la cara del contacto de su madre y apoyó el mentón en su pecho. Toda la casa se sumió en silencio, incluso un perro del exterior dejó de ladrar.
—¿Podrías pedirle que me espere afuera? —musitó sin levantar la cabeza
Myrna asintió, le dio un largo abrazo y desapareció al cruzar el marco de la cocina.
(...)
El ambiente fuera de casa tenía cierta tensión contenida, la cual la brisa húmeda no conseguía disipar.
Debía admitir que Marcus seguía siendo apuesto; aun con la blancuzca iluminación de las barras de luz que flanqueaban el escalón de entrada. De tantos hombres en la isla... ¿por qué se había enamorado de él? Habría identificado su afilado rostro en cualquier parte, y ese olor a hierbabuena que emanaba; iba vestido con una camisa porosa y bermudas holgadas. Todavía recordaba los besos que solía darle en los párpados, o la primera vez que lo vio desnudo... no era un recuerdo tan desagradable.
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Emoción Mecánica
Science FictionDespués de una enorme decepción amorosa, Milena, estudiante de ingeniería de órganos, decide darle la espalda a los sentimientos. Literalmente, no quiere volver a sentir nada. Coincide que el Gobierno de Zanzíbar (isla cercana a Tanzania) está busca...