Epílogo: NoMeOlvides

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Escuchó su nombre entre la palabrería del Padre y tomó aire y murmuró algunas palabras. Era duro estar en este lugar y sabiendo que el chico a su lado no era creyente, pero quiso que eso pasara, solo porque ella decía que eso haría que su alma descansara, aunque todo fuera una farsa.
Lo admiró, tenia un traje negro, con una rosa roja en el bolsillo de su saco y era perceptible una media sonrisa en sus labios; ellos siempre parecían embozar una pequeña media sonrisa traviesa. Mientras tanto, ella vestía completamente de blanco y era irónico, porque se veía como la buena y el malo, la santa y el pecador.
Sonrió con lagrimas picando en los bordes de sus ojos.
Era tan hermoso, nadie podía contradecir eso, su hermoso y largo cabello negro, sus ojos oscuros, el pequeño rastro de barba que, aunque se afeitara todas las mañanas, en la noche ya se podían ver los pequeños puntos color carbón surgir por alrededor de su barbilla, mandíbula y labios. Quiso alargar la mano para acariciar su suave cabello, pero la incomoda barrera se lo impidió.
Escuchó su nombre nuevamente y miró a todas las personas sentadas delante de ella, todos vestidos de traje y vestidos caros. Se acercó al podio y aclaró su garganta.
—Robert —comenzó, suspirando —, él era lo que yo consideraba el amor de mi vida ademas de mi alma gemela. Él siempre estuvo consiente de muchas cosas, pero, ese tiempo que estuvo aislado fue algo malo para él, todos aquí lo saben, pero no tanto como yo.
» Robert era sensible en muchas formas, ademas de dulce. Mi intensión no es venir a hablar mal de él mientras esta detrás de mi en un ataúd pero, era humano, y cometió muchos errores pensando que estos estaban bien, pero su amabilidad llegaba tan lejos que no supo diferenciar la fina linea entre el bien y el mal. Me dio la oportunidad de ser alguien en este mundo. Fue un niño asesino de animales que se convirtió en un joven asesino de personas; un asesino que estaba enamorado. Sé que tengo parte de la culpa de todo lo que hizo, pero no fue así, no lo obligué a sacarme de ese lugar, no lo obligue a nada, pero aun así quiso ayudar.
» Robert Enest fue, en pocas palabras, una buena alma atormentada por sus acciones y por la repentina y devastadora muerte de su madre, la cual también sufrió antes de morir.
Hizo una reverencia y se alejó del micrófono. Si le preguntaban que había dicho, se quedaría en blanco, porque ni ella misma sabia lo que había dicho y mucho menos el significado de ese vomito verbal.
Mientras el padre daba sus oraciones Emma se arrodilló y tomó un puñado de tierra y lo dejó escurrirse entre sus dedos sobre el ataúd, mientras este se sacudía y comenzaba a bajar, en su camino diez metros bajo tierra. Sacó varias flores azules de su cabello y las olió. Las nomeolvides eran sus flores favoritas, al igual que las de ella.
Arrojó parte de las flores haciendo una promesa: nunca lo olvidaría y su recuerdo nunca moriría.

RobertDonde viven las historias. Descúbrelo ahora