Carta a un ángel

162 12 5
                                    

Deja que limpie mis pecados, que lance mis culpas al aire y mi alma quede pura. Comprende que cuando nuestras auras se cruzan, escasamente puedo levantar la mirada y dirigirla a aquellos ojos, tan oscuros como el vacío que habita en mi alma y reprime mis ganas de dirigir mi palabra hacia tí cada vez que te encuentras a mi lado, pero tan brillantes como la luna, esa misma luna que me sirve de consuelo en la noche en que el recuerdo de tu dulce rostro hace que mi alma se retuerza de dolor dentro de mi cuerpo. Intenta comprender al menos una parte de cómo me siento cuando estoy a tu lado, y sin querer te miro y descubro que tus ojos dirigen su esplendor hacia mi rostro, sucio y herido. Entiende que cuando por fin nuestro saludo se cruzó, y mi voz se sintió ahogada por un sentimiento de tristeza y angustia, solo pude sentirme culpable al recordar todo lo que pasaste gracias a mí.  Comprende lo que siento al estar junto a ti y ser incapaz de siquiera saludarte. Ya no puedo alzar el vuelo, aunque lo intento; y cada vez que trato, recuerdo que mis alas están atadas a un cable que tu imagen mantiene tenso, y me impide ser libre. Deja que me inspire y le grite al olvido que te extraño, que sería capaz de dar mi vida entera por sólo un momento a tu lado, y decirte todo lo que no fui capaz cuando pude.  Déjame que le escriba al viento diciendo que te extraño, y rogándole que me conceda el honor de contemplar tu bella sonrisa por última vez; esa sonrisa que, aunque pude contemplar más de una vez, ahora añoro. Añoro aquellas tardes en que el sol se ocultaba viendo como aún intercambiábamos palabras hasta que el oscuro manto de la noche me obligaba a tomar un descanso. Añoro sentirme bien, añoro sonreír, y que tú seas uno de los motivos para levantarme cada día y lidiar con una rutina tan pesada que nadie jamás entendería. Permite que te escriba desde este mundo tan frío como la mirada que desde aquella noche en que ocurrió todo, habita en mí; y tan oscuro como mi ser desde el momento en que se separó de tu cariño. Deja que mi cuerpo, lastimero y arrepentido, le suplique perdón de rodillas a mi alma, tan efímera y tan manchada, por todo suplicio del cual ha sido víctima por su actuar egoísta y soberbio; porque no soy superior a nadie, y porque ya no sé en qué creer.  Solo resta esa hermosa, aunque utópica fantasía en que tú y yo volvemos a aquel tiempo en que todo era bueno, o, al menos, bastaba para estar contento. Déjame mirar todo lo que he logrado, y saber que gran parte de ello ha sido gracias a tu inspiración. Deja que llore al haberme condenado a la Tolomea, y haberme desterrado a Judea, apartando de ti mis recuerdos, que yacen rotos en el suelo esperando a que alguien que logre comprender mi dolor sea tan valiente como para intentar repararlos. Déjame que redacte esta carta, dirigida al viento, con la esperanza de que, si el destino así lo quiere, algún día llegue a tí, y sepas de una vez por todas, que estoy hundido entre aquella foto nuestra, que me recuerda que una vez tú misma me quisiste, pero que de eso ya no queda si no polvo entre mis ojos, que me ciega y no deja que vea las cosas como realmente ocurren, y no permite a mi amarga conciencia que se de cuenta de su error al no percatarse de que tú eras mi ángel.

Escritos Para No DormirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora