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Steven Rogers:

   Willem van Gogh solía escribir cartas a su hermano menor; Theo. Y entre relatos del desarrollo de futuras obras maestras, de inspiraciones, desgracias y palabras teñidas en locura categorizada, existían sensaciones reprimidas, llamados de auxilio sigilosos por mínima deriva a peligro súbito, un agotamiento hacia el menosprecio plasmado en caligrafía que se conserva. Sin embargo, en cuanto a la posición que tomo en el aspecto, lejana a la situación de aquél hombre que cayó en la mortalidad sin el reconocimiento merecido, yo no poseo indicios de causalidad por acudir a su apoyo, Capitán. Es tan real como amargo el que quizá, entre tanto en existencia, la ayuda y la compañía sean lo que más debería necesitar en mi enfermizo estado, pero estaría mintiendo al mundo si bramo eternamente como sea de duradera mi eternidad, pues sé que no podría usar literalmente ésta característica para una descripción en el momento por dichas cosas. Un poco decepcionante que mi suprema inteligencia en el campo de las ciencias no sea mi salvación para la meta de mi bienestar sin suerte, ¿no lo cree?

   Es lo que es, francamente, y me gustaría relatar con detalles agregados el origen de lo nuestro previo a la llegada de mi infortunio en éste papel antes de que mi cuenta regresiva en contra de un crono único llegué a su caesura final: si empezase por dar una apertura con un primer encuentro de nuestras miradas en naufragio, entonces habría de otorgar a mis antiguas cartas entregadas un motivo aclarado de envío para usted, pero, ¿qué sería de mí sin un misterio de crecientes sensaciones como trágica prueba a otros?, ¿qué sería de nosotros si lo desarrollado nunca hubiese poseído lo que debió?. Osaría a pensar que nuestro vínculo se hubiese tratado de simples aberraciones y falsa predilección, de dañinas caricias y ósculos sumamente abordados de una obligación al tacto, mas no una verdadera pasión compartida. Nuestras noches tendrían lugar sólo como la actuación absurda de un amorío. Oh, pero la real osadía está en llamarlo nuestro, Steven, viejo amante, poeta oculto, terrorífico destructor a deleite de caricias. Qué acto de insolencia cometo al caer fascinado en la fingida esperanza de que coexistiría una relación, de que coexistiríamos a través de los restos de una guerra. Así es como comenzaría con ello, con el fallo y las consecuencias, no las causas y la alegría ahora pérdida.

Renacer de las cenizas, sólo a espejismos en mente, los vestigios que se transfiguran en hechos y de ello a lo conservado en memorias, los susurros y vocablos prometidos. Somos incapaces de amarnos en recuerdos como no fuimos aptos de perpetuar nuestras alevosías limitadas. Se reduce en ruinas, ¿cierto?, se reduce en la inconmensurable necesidad de nuestros cuerpos en brasas de fantasmagoría, el deseo carnal por el que nuestras almas profesaban en silencios nebulosos. Usted lo describió tanto tiempo atrás como lo que era, habló sobre su desinterés a crear afecto entre ambos, creyéndolo una inmensa manera de errar. Me descubría a mí mismo reflexionando sobre lo que pudo escribir, narrar gloriosamente acerca del amor alguna vez. Reducidos grupos de personas le veneraban por sus versos plasmados y enfocados en el romanticismo cuando se encontraba alejado del rango que había obtenido en el ejército, pero era usted un farsante en sentimientos hasta un punto opuesto y desconocido. Comprender su situación requiere de tiempo, en realidad. Lejano amor mío, emprendías la búsqueda, la aprehensión por el verdadero significado de lo que describías con entusiasmo, y yo era una estación efímera en el viaje, pero no la última de ellas, absolutamente.

TS.

Epistula ↠ StonyWhere stories live. Discover now