0.8

189 21 0
                                    


   Descendió del metálico monstruo que antes los había transportado, necesitando de sujetarse de la agarradera lateral a la entrada del vagón. Otros cuantos pasajeros arribaron al fin a la estación, fastidiados y reticentes por la espera que conllevaba el aguardar que la interrupción del camino desapareciese, golpeando con mudo desprecio su hombro en la bajada. La turbada mente de Rogers fue incapaz de contar con precisión los descorteses contactos que alteraron su postura, acompañados éstos de maldiciones entre dientes, tan sólo aferrándose a la cálida sensación de la mano que palmeó su espalda amistosamente, reconociendo la presencia de Barnes en un instante.

   —La exorbitante sorpresa es descubrir tu pavor hacia los trenes. —Se burló con la gracia que bien le caracterizaba, apartando sus dedos de la rugosa textura del traje opuesto, sus palmas rebuscando el refugio de sus bolsillos.

   Steve tanteó el amago torpe de sonreír, una sinuosa, irregular línea curvando sus labios, un certero pánico aún acometiendo a la firmeza de sus actos. La dura manera en que sujetaba la fría materia le hendió a profundidad, decidiendo alejar la tensión que ejercía su piel contra la sólida amalgama. Su dorso cambió el trayecto hacia su frente, limpiando el helado sudor que corrió por el costado de sus facciones, la angustia proveniente de una azul corazonada que tuvo sabor a advertencia. Suspiró e inmediatamente intentó recuperar el aire recién perdido, a punto de erguirse cuando reparó en la ausencia de los avisos en las sonoras bocinas de la estación, víctima del confusionismo como rápida respuesta.

   Alzó sus orbes índigo, atesorando la serenidad del corredor, las vías portando aquellos vagones solitarios, mera ilusión devastadora que se coronaba arrancándole la realidad de sus manos, despiadada. No existía presencia alguna además de la suya propia, ni siquiera era capaz de divisar a su compañero de viaje entre el misterio del desvanecimiento. Dio un paso al frente, imaginándose mil y un posibilidades en el ensueño; suelos resquebrajados, quebrantadas leyes de gravedad, sonidos vastos. Sin embargo, nada de ello hubo en su sendero, apacible el camino, la suave luz que por los ventanales se colaba, la melodía del gran reloj en reversa acompañándole en su locura espectral.

   De entre los indomables trenes, una silueta emergió, indescifrable en la distancia. Aguardó a que tal irreconocible hombre hiciese ademán alguno, obteniendo en cambio fúnebre silencio y quietud, la creencia de una compañía en su delirio muriendo lento. Cuando las manecillas doradas marcaron la medianoche a espaldas de lo fantasmal, el eco de una pisada atronó en el lugar, un escalofrío manifestándose hasta sus entrañas, no apto de deducir lo que la proximidad habría de reflejarle, trémulo en su endeble actitud hacia lo paranormal, lo intocable para mortales como él lo era. La intrincada vivencia sacudió sensaciones antes enterradas en sí, aquéllas víctimas de la inexpresión que un soldado portaba en guerra, rostros que embozaban el miedo de un hombre real y no estropeado por lo cruel, por la sangre derramada en suelo bélico.

   Frente a frente, el Capitán encaró a su demonio: la esencia de Anthony Stark, vagabunda en el espejismo, extraviada para encontrarle. Inspiró una bocana que ardió bajo la prisión de albos huesos, desconociendo el método de reacción. Sus dedos temblorosos se levantaron en el aire con desquiciante impaciencia por rozar su piel, asegurarse de ser el hombre real ante sus ojos y no un producto de su mansa superstición. Mas se topó con el vacío de su masculino cuerpo, atezado; el toque rompiendo la apolínea fisonomía como el elixir venenoso que despedaza la vida del pobre ingenuo que lo bebe.

   —Anthony. —El aura perdida se enfureció en su llamado, melancolía tempestuosa en colisión a las ardientes llamaradas de furia floreciendo—. He vuelto a ti.

   Al ser rezada la promesa, con Steve a punto de estrechar su cuerpo en vano con el impropio, el ánima se esfumó en su abrazo, la estela final atravesándole el pecho, decantándose por llevar ambas de sus palmas al sitio de su corazón, palpar los vestigios fallecidos. El tumulto de la estación volvió a recrearse, una apurada mujer empujándole, el rugido de un tren en marcha espantando su dulce encuentro y enseñándole de golpe lo real. Empuñó sus manos contra el carmesí de su vida, las miradas de repugnancia y extrañeza sobre él.

   —¿Qué diablos ha sido eso, Steve? —interrogó Barnes a sus espaldas, sujetando las pesadas valijas—. Si no deseabas hacerte cargo de tus pertenencias, tan sólo podías dejarlo en claro.

   El aludido se volvió para hallarlo, ayudándole en un instante.

   —Espero sepas perdonarme, amigo mío —correspondió con la voz enronquecida—. Mis pesares me han traicionado injustamente.

   Tras la disculpa, los dos hombres prosiguieron en su travesía.

Epistula ↠ StonyWhere stories live. Discover now