2:Superyó

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Agua fría y mucho hielo triturado, se convirtió en el desayuno de la mayoría de mis mañanas.

Toda la angustia parecía desaparecer con el frío, y desde primera hora del día estaba sonriendo por ello.

Aunque si no estuviese sufriendo, no me haría falta hacer esto para sonreír. ¿Pero a quién coño le importa?

Mamá dejó una nota reciente en la nevera; dentro, junto a los tomates.

"Como me robes el dinero, te meto el palo de la escoba por el culo".

Mami siempre tuvo mucha capacidad de expresarse. Tal vez parte de mi admiración por ella se debía a eso.

Papá salió a trabajar, no sin antes darme un beso en la cabeza que yo me limpié nada más escuchar la puerta cerrarse.

Camila, al fin, había llevado a la otra enana a comprarse un vestido.

Odio los vestidos. Sobre todo cuando los llevan las mujeres.

Tal vez es porque no me agradan demasiado las mujeres.

Tenía la casa sola, y tras un largo curso esforzándome, cuidando a esos dos demonios a los cuales mis padres me obligaban a llamar "hermanas", ganándome yo mismo el dinero, y casi sin tener relaciones... Era obvio que me merecía descansar.

Sigmund no tardó en llegar, siempre con unas cervezas en la mano y los ojos asomando muy ligeramente a través de su flequillo rojo.

-No entiendo ese afán de cambiaros el color natural -un suspiro cansado salió de entre mis labios, los cuales el contrario unió con los suyos.

-A ti no te hace falta porque tienes el pelo bonito -una sonrisa no tardó en aparecer en su rostro. Mirándome el pelo. Nunca a los ojos. Me conocía.

-Tú eras el que tenía una obsesión con los rubios, ¿no? -una risa seca de mi parte inundó el salón, y me sorprendió que ambos nos sentásemos a la vez, quedando más pegados de lo que me gustaría.

-No es obsesión. Sólo me atraen.

El chico iba a seguir hablando, pero antes de que pudiese pronunciar palabra alguna, yo ya estaba quitándole la camiseta.

El alcohol pasaba por mi garganta así como mi miembro pasaba por la de Sigmund, el cual mantenía siempre los ojos cerrados.

El polvo picaba en mi nariz, pero después fue directamente hacia mi boca, donde pude saborear su tono amargo.

Los jadeos salían de entre mis labios y yo no me reprimía. ¿Para qué hacerlo? No me merezco reprimirme.

Un reloj comenzó a martillear mi mente, y el inexplicable ambiente lleno de... Tiras... Hilos... Dorados, me hizo reír con pesadez.

Mis ojos buscaron al responsable de mi sentimiento de observación, pero sólo encontraron más dorado. Y más, y más.

Tal vez podría haberme aguantado el correrme en la cara del pelirrojo, así me habría ahorrado tener que partirle la mandíbula cuando clavó sus ojos en los míos.

Las lágrimas comenzaron a recorrer sus ojos, y un grito resonó por toda mi casa.

-Te dije que no me miraras.

Don't stare at me |The Puppeteer| [Gay]Where stories live. Discover now