Capítulo XII

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El amanecer despertó fríamente mientras conseguía llegar al departamento que no volvería a ser mío.
Guardé todas mis pertenencias y esperé hasta mediodía para ir con mi tío. Platiqué con él por dos horas, tiempo en el que por fin pude mantener una conversación sensata, sabiendo que quería alejarme lo más posible de ahí. Justifiqué mi atrevimiento por tomar su dinero sin permiso y se lo pagué.
No hablamos sobre Jane y tampoco de mi supuesta novia. Simplemente me limité a entretenerme con la esperanza de que aquella extraña se presentara para devolverle el smoking pero no apareció.

Pasaron semanas, Acción de gracias, Navidad y Año Nuevo, días en que volvía a sentirme parte de mi familia, tratando de ser mejor persona, trazando nuevas metas, ansioso de prepararme en lo que mejor hacía. Incluso en las tardes me proponía a dejar atrás mi miedo al rechazo y decidía retratar a mi madre en uno de tantos cuadros de los que después formarían parte de mi galería personal. Veía la pena latente en sus ojos de que su hijo no fuera lo que su marido y aún así, tanto ella como mi padre seguían apoyándome.
Pero las noches me consumían pensado en ella, drenando mi dolor por Jane, entraba en mis sueños, a mitad de mis dibujos, en mis pensamientos y algo no estaba bien. Ella estaba a mi alrededor, en cualquier dirección, en mis pesadillas mientras que su smoking aguardaba en el armario.

No quería regresar al lugar de mala muerte que me ofrecía San Francisco, pero mi mente viajaba ahí cada segundo.

-¿Qué te ocurre?
-Nada, ¿Por qué ha de ocurrirme algo?
-No lo sé, Jane, San Francisco, tu tío, lo que dejaste allá.
-Mamá, no tiene importancia, estoy bien.
-Tal vez puedas engañar a tus amigos, tus primos y a la gente que te rodea, incluso a tu padre, pero ¿A mí? Vamos hijo, ¿Qué te tiene tan alterado últimamente?-.
Una chica que no conozco, una maldita extraña que tiene una manera rara de tratar a sus amigos, una chica por la cual las personas prefieren no acercarse a la playa cuando se pierde en sus pensamientos, una chica que más bien es una niña que se esconde detrás de su cuerpo esquelético, labios carmesí, piel de invierno y ojos de búho de los cuales aún no reconozco su color, una niña que escapa de su captor, un gorrión que no quiere regresar a su jaula, un rompecabezas con piezas faltantes, un corazón roto. Por ella estoy tan alterado.
-Nada, de verdad.
-Si es la escuela, recuerda que las clases inician hasta medio año y apenas estamos en enero. ¡1993 te recibe con los brazos abiertos, Jim! No lo desaproveches. Si necesitas hablar con alguien, estoy yo, soy tu madre y aunque en ocasiones hagas grandes tonterías jamás dejarás de ser mi hijo-. Me detuve y volví a sentarme.
-Es una chica, ¡Pero antes de que pongas los ojos en blanco con señal de aburrimiento, no es cualquiera de las que ya haya hablado antes! Ella es distinta. Ella es...-.
Le conté todo lo que sabía de quien se autonombraba Dianna, una persona que deseaba cambiar sus orígenes, que moría lentamente en su soledad.
-¿La extrañas tanto? ¿Por qué no la buscas y platicas con ella?
-Te lo dije, no sé cuándo está en la playa, en el trabajo o en su departamento.
-Bueno, ¿Y si esperas en la puerta de su hogar hasta que llegue? Si es tan esencial su amistad seguro valdrá la pena.
-Gracias, y mamá
-¿Mande?
-No me esperen a cenar-. Salí de la habitación y me dirigí a buscar un transporte que me llevara a San Francisco.

El cielo estaba oscuro, el piso adormecía mis pies y Dianna miraba junto a su puerta demasiado sorprendida.
Tiró las bolsas de celofán vertiendo su contenido y me levanté para saludarla. Ella saltó a darme un gran abrazo.
-¡Jim! Lo siento, en serio que sí. Pedí tu dirección a tu tío pero me dijo que te habías regresado a Florida después del fracaso con Jane. Perdón. Yo no quise tratarte así, por favor perdóname.
-Tranquila, no vine a reprocharte nada-. Recogimos las bolsas y entramos.
-Vaya, ¿Tú comprando comida? ¡Dianna comprando comida! Esto es un milagro.
-Soy humano, también necesito alimentarme.

Le ayudé a preparar la cena y después de comer recogimos las hojas viejas que abundaban en el piso.
La bolsa negra ya estaba llena a pesar de sólo recoger la cuarta parte de la montaña de papeles viejos.
-¿Estás seguro de querer seguir ayudando?
-No lo sé, esto se vuelve eterno, no entiendo tu necesidad de coleccionar basura.
-No todo es basura.
-¿Enserio?
-Bueno, sí, todo es basura.

Nada en ese cuarto demostraba algo de su vida pasada, ningún dato que diera pistas sobre quién era ella o de dónde provenía y su afán de pasar inadvertida ante la sociedad.
-Así que ¿Con quién pasaste Navidad?
-¿Es broma, no? Es decir, ¿Con quién?
-¿Qué hay de tu familia?
-Ajá, visitar una cárcel no es divertido, que tu hermana te cierre la puerta en la cara o que no sepas el paradero de tu hermano tampoco lo es.
-¿Cárcel?
-Vamos Jim, ya me harté de fingir que estoy bien o que algún día lo superaré, de verte a la cara sin un ápice de vergüenza porque no puedo más. Me quitaron algo que ni tú ni nadie podrá devolver. Somos amigos y se supone que no debemos guardarnos secretos.
-Bueno, sí. Pero tampoco es algo de tanta relevancia como para presionarte.
-Lo es, sino ¿Cómo puedo saber que eres realmente mi amigo si te marchas cuando averigües algo acerca de mí?
-Por que pase lo que pase seguiré a tu lado con tal de que hagas lo mismo.
-La última vez que te dije algo de mí perdí el control y me atropellaron, afortunadamente no estamos en la playa y no me apetece quitarme la vida saltando de un edificio.
-Es un poco estúpido.
-Lo sé-. Tomó mi mano y me guió hacia otra habitación.
-¿Qué pretendes?-. Encendió la luz iluminando las paredes cubiertas de fotografías.

ScarsWhere stories live. Discover now