✨Capítulo 15✨

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Alguien había tocado la puerta, Rebecca estaba segura de ese hecho cuando despertó por la mañana. Quitó las sabanas de su cuerpo y se levantó de la cama con paso tambaleante. Aquel día, por motivo de junta directiva en la universidad, se habían suspendido las clases. Después de llamar con su madre, como regularmente lo hacía por las mañanas, estiró sus extremidades.

Al instante volvió a sonar su móvil. Sus padres le llamaban por separado, ya que ellos trabajaban en lugares diferentes. Miró la pantalla y una sonrisa le curvó los labios.

—¿Papá?

—Hola, mi amor. Te llamo porque acabo de encontrar tu libro favorito, el que me dijiste que te buscara el domingo. Y como pasaré por Nueva Orleans en estos días por trabajo quiero aprovechar para dártelo.

—Oh, gracias, papá. ¿Y dónde lo encontraste? Tenía mucho tiempo perdido —rio entre dientes.

—Debajo de un mueble de tu recámara, cariño.

—Oh, vaya. —Sacudió la cabeza—. Lo suponía... ¿Cuándo vendrás?

—Te llamaré cuando esté allá.

—Sí, está bien.

—Bueno, tengo que dejarte, cuídate mucho.

—Siempre —dijo, y tragó saliva—. Te amo, papá.

—Yo también, hija.

Y colgó la llamada con el corazón encogido. Aún recordaba la conversación que había tenido con su padre hacía tiempo, en la que él le había hecho la promesa más difícil de cumplir. Pero ella confiaba en él.

—No te lo perdonaré; eso no, nunca. —Sus lágrimas habían bañado su rostro—. Prométemelo, papá. No harías esa locura jamás, ¿verdad? Por favor...

—No, hija... Si así lo quieres, así será. —Sus ojos claros estaban llenos de tristeza—. Te lo prometo.

Entonces lo había abrazado muy fuerte, con toda su fuerza y toda su alma.

—Gracias, papá —susurró en su pecho—. No soportaría perderte.

Estaba tranquila con esa promesa, pues nunca podría perdonarse perder a uno de sus padres por su culpa.

Becca se vistió con lentitud mientras paseaba la mirada por toda su habitación, aunque su atención se atoró en el pequeño cajón donde estaba guardado el diario de su inquilino.

Allen.

Caminó hasta el buró y abrió el cajón, tomó el pequeño libro gastado y acarició la portada con las yemas de los dedos. Si él de verdad se había marchado y no lo volvería a ver nunca más, se quedaría con —seguramente— el objeto más importante para él. No obstante, pensó que no podría irse sin su diario, pues debía haberse dado cuenta de la ausencia de este. Se aferró a esa pequeña esperanza, él no podría irse sin algo tan suyo.

Después de pensarlo bien, soltó un suspiro. Debía entregárselo, ya había leído parte de su diario sin permiso, no era justo que siguiera en su poder. Pero si ya no aparecía su dueño tendría que pensar qué hacer con él. Terminó de alistarse y metió varias cosas importantes a su mochila antes de salir: como dinero, tarjetas, y algunas cosas personales más.

Cuando salió no pudo evitar mirar hacia la puerta de enfrente, que estaba cerrada. Avanzó y tomó el elevador sin echar otra ojeada más. Era extraño, porque se sentía de repente más sola que antes, cuando siempre había sido la única en esa última planta del edificio.

Heridas Profundas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora