Heridas Profundas

✨Capítulo 18✨

Era una fría tarde de diciembre en Barcelona.

Allen, con dieciocho años, metió las manos en los bolsillos de su chaqueta mientras contemplaba con aburrimiento los rostros de toda la familia White. Siempre en fechas especiales se sentía totalmente apartado. Incluso los abuelos maternos, Jorge y Alondra, que vivían en una provincia de Luisiana, habían llegado desde América. Los primos también. Leonel White, su padre adoptivo, tenía dos hermanos mayores: Rafael y Sergio, quienes eran gemelos.

Salma y Marco, los cuates, eran los hijos de Rafael. Sebastián era el único hijo de Sergio. Allen se llevaba bien con sus primos, sin embargo, le era difícil sentirse parte de la familia, aun a esas alturas. Ya llevaba cuatro años con los White y el sentimiento de pertenencia todavía no se sembraba en él.

Ellos contaban chistes, anécdotas, recuerdos del pasado donde generalmente él no participaba en ninguno. No culpaba a nadie por eso, después de todo, su adopción solo había sido por simple necesidad de Emma, mas no por un deseo real.

Aunque al menos le habían regalado un hogar, y tenía que agradecerlo, por mucho que no se sintiera tan unido a ellos. Sin que nadie lo volteara a ver, se levantó del sofá de la sala y salió de la habitación para dirigirse a su cuarto. Pero antes de que pudiera abrir la puerta de la pieza alguien tocó su hombro. Sobresaltado volteó.

Era Sam.

—Oye, creo que querrás venir.

—¿A dónde? —preguntó.

Sabía que a Sam no le agradaba mucho, pues lo veía como el suplantador de su querido hermano pequeño, aunque últimamente parecía querer cambiar de actitud con él.

—Solo ven.

Allen suspiró y terminó por seguirlo. Cuando estuvieron fuera de casa, de la nada se sintió mal por querer divertirse. Él no podía divertirse.

—¿Qué sucede?

—Nada —respondió a la pregunta de Sam.

"Me duele el alma", quiso responder.

—Sebastián y Marco nos invitan a una fiesta, no tardarán en venir por nosotros, solo fueron por unas cosas —anunció Sam, con titubeo.

Allen tensó los hombros, nunca había ido a una fiesta, Sam nunca le había invitado a ninguna parte, mucho menos sus dos primos. Sebastián tenía su edad, dieciocho años, Marco era un año mayor, y Sam era el más grande de los tres, con veintiún años. No sabía cuál era el motivo de su invitación. ¿Llevarse mejor?

Sin embargo, no se negó.

Tal vez era una oportunidad para integrarse un poco. Pero no pudo evitar una punzada en el pecho. ¿Quería integrarse más a esa familia extraña mientras su hermana podría estar muerta o sufriendo cualquier cosa?

Apretó los puños.

Estaba a punto de rechazar la invitación de Sam cuando un coche lujoso y oscuro aparcó delante de ellos.

—¡Suban! —gritó Marco, el que conducía el auto.

Sin darle oportunidad de hablar, su hermano adoptivo lo empujó al coche por la puerta trasera. Cuando Allen pisó el interior del auto arrugó la nariz, olía a tabaco y alcohol.

—¿Fumas? —le preguntó Sebastián.

Allen se sintió ofendido, quería abrir la puerta, pero conducían a demasiada velocidad y hacerlo sería un suicidio. ¿Qué estaba haciendo con ellos?

—No, y ya saben que no fumo —contestó.

El aludido se rio sin gracia.

—Como sea. —Se encogió de hombros—. ¿Seguro que no quieres uno?

Le tendió un cigarrillo como si este fuera un dulce. Nunca había probado alguno, no sabía fumar y si lo hacía enfrente de ellos seguramente se ganaría una buena riña.

Negó con la cabeza.

—¿A dónde vamos? —preguntó Allen.

Sam sonrió de lado y los otros dos soltaron una sonora carcajada.

—A divertirnos un poco, es hora de que conozcas más el mundo, pequeño Allen —contestó Marco y le subió el volumen máximo a la música.

Allen tragó saliva, tal vez no era buena idea estar ahí. Aunque ya no le importaba lo que le pasara. Por su culpa su hermana había sido arrebatada de su lado, así que a él podría sucederle lo que fuera, se lo merecía.

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