Capítulo 4: Una buena mano

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La dragona marrón aterrizó a poca distancia de la ciudad de Góset, amparada, además de por el denso bosque, por la noche recién caída. Fue tras echar un largo vistazo alrededor cuando consiguió dar con lo que buscaba, la pequeña bolsa de color verde que por la mañana escondió en unos frondosos matorrales. La agarró con sus dientes y la sacó de su escondite para depositarla a unos metros de este, en el suelo. Con cuidado, deshizo el sencillo y poco apretado nudo y dejó a la luz de la luna menguante un puñado de arena, igual que el usado al comienzo del día. De la misma manera que entonces, cerró los ojos y entonó las palabras necesarias para devolver su cuerpo a su estado original. Al terminar de recitar el hechizo, los granos de arena emitieron luces de varios colores y se elevaron por sí mismos hasta rodear al dragón, describiendo veloces circunferencias a su alrededor. Al poco, la arena y las luces desaparecieron, como gotas de agua que, evaporadas, ascienden hacia las nubes, apareciendo entre ellas la rubia hechicera, vestida con su característica túnica roja.

Saguia se miró los brazos y las piernas, revisando que, una vez más, todo había salido bien. Hechas las pertinentes comprobaciones, recogió la bolsa del suelo y se encaminó hacia la ciudad. En esta, como ocurriera por la mañana, casi no encontró a nadie por la calle y los pocos con los que se cruzó no la molestaron, preocupados más en evitarla que en interactuar con ella.

Había pasado fuera todo el día, aprovechando su temporal forma de dragón para cazar y comer una buena pieza de ciervo después de que el marrón Álbagar se separase de ella al llegar al pie de la montaña. Por esta misma razón, se llevó una mano al vientre, lleno este al no haber terminado de digerirlo en su anterior forma. Pensó, entonces, en el caldo de especias que tomaría al llegar a su casa, mezcla milagrosa que le enseñaron hacía unos años. La magia podía hacer poderosas a las personas, pero no debía obviar otros métodos tan buenos como la ciencia o la botánica. Esa, al menos, era una de las firmes ideas de Saguia, una de las muchas que le enfrentaban con otros tantos hechiceros que planteaban el arte mágico como un método único e infalible, sin alternativas que pudieran rivalizar con el mismo. La mujer, por contra, nunca se dejó guiar por las masas, sopesaba las ventajas e inconvenientes de los distintos métodos y aprendió a compaginarlos. Según ella, cada situación requería uno u otro, obcecarse en que la magia era lo más efectivo para todo y en todo momento le parecía un gran error. Este era uno de los motivos por el que muchos hechiceros, por poner sólo un ejemplo, eran fácilmente derrotados en combate; la magia requiere un severo gasto de energía por parte de la persona que la usa y esta tiene un límite. Si en lugar de basarse únicamente en hechizos fueran capaces de utilizar dagas, espadas o arcos tardaría bastante en llegar el momento en el que se quedaran exhaustos y a merced del más débil y torpe enemigo, sin una sola posibilidad de defenderse. Así, con todas estas ideas bien arraigadas en su cabeza, Saguia sacrificó prácticamente toda su infancia y juventud para estudiar tantas materias como le pareció conveniente, aprendiendo, de otros maestros en ocasiones y por ella misma en otras, a utilizar distintas armas y conocer los secretos de la botánica, la física, química, geología... A sus treinta años podía presumir de poseer amplios conocimientos ante otros de su gremio que le doblaban en edad, viejos hechiceros que seguían las obsoletas reglas de siempre.

Saguia caminó tranquila por las calles de Góset. Se sentía realmente cansada y se notaba en sus lentos pasos. Sin duda, tras la infusión, lo siguiente que haría sería echarse en la cama. Ni siquiera le daría tiempo a desnudarse o retirar las sábanas; en cuanto su cuerpo notase el suave tacto del blando colchón de plumas, un profundo sueño se apoderaría irremediablemente de ella. Sin embargo, sus planes peligraron un instante, debido a la imprevista visita que aguardaba a la puerta de su casa.

—¿Qué haces aquí, Bátler? —En su voz se vislumbraron con claridad la pesadez y la desazón—. Te dije que esperaras mi llamada.

—Lo siento, pero necesitaba verte.

El murmullo de la batalla (Saga Ojos de reptil #2)حيث تعيش القصص. اكتشف الآن