Capítulo 6: La hora del cambio

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El rey Flojan se había levantado de muy buen humor por la mañana. Normalmente no era así y solía descargar su mal despertar en los sirvientes que se dedicaban al cuidado personal del monarca. Es por ello que todas estas personas se sorprendieron tanto de su comportamiento, alguna hasta pensó que pudiera estar enfermo. Aún así, por raro que pareciera, se alegraron de tener un día de respiro entre tantos gritos, golpes y humillaciones que sufrían a diario de su propia mano.

El corpulento hombre no pudo evitar que una inmensa sonrisa se marcara con fuerza en su rostro, fruto también del nerviosismo por los cambios que iban a producirse en tan poco tiempo. No podía creerlo, al fin iba a tener la oportunidad que tanto había esperado. Desde que tenía conocimiento, vio que su padre siempre estaba buscando la forma de hacerse con el control de todo el continente. Sin embargo, la oposición de Fránel era contundente, poseía un formidable ejército contra el que poco, o nada, podía hacer. Obsesionado, entonces, con la búsqueda de extraños objetos que las leyendas los describían como poderosas armas con las que podría lograr sus objetivos, cayó terriblemente enfermo, no pudiendo recuperarse hasta terminar por fallecer. Así fue como Flojan, a sus inexpertos dieciséis años, se hizo con la corona de Jálova, heredando, además, el sueño de su padre de conquistar Felácea entera. Quizá fuera por satisfacer los deseos de su progenitor o por su propia ambición. La cuestión era que al fin contaba con un elemento decisivo que le ayudaría a conseguir lo que ansiaba, si es que Saguia, una de las personas más eficaces de las que tenía bajo su mando, estaba en lo cierto y los dragones marrones lucharían junto a sus hombres en la guerra contra la mitad sur del continente.

Sumergido en profundos pensamientos, casi no se enteró del baño que sus tres sirvientes le dieron; tampoco de cuando le vistieron dos de ellos, ni del peinado de pelo y barba del que se encargó un tercero antes de echarle la túnica sobre los hombros. Estaba exultante, lleno de gozo.

La mañana la ocupó con un fuerte desayuno, un largo paseo por los jardines del mayor de los tres patios interiores de la fortaleza y unos ejercicios de tiro con arco. El día era magnífico, con un sol que calentaba sin excesos y nada parecía poder echarlo a perder.

Así llegó el mediodía y, con él, la hora de almorzar. Una fabulosa pieza de jabalí asado se encontraba delante del rey, sobre una bandeja estrellada con los bordes de oro. Como era costumbre, los cubiertos sirvieron un día más de adornos para la mesa, pues Flojan dio cuenta de su comida con las manos, totalmente despreocupado de cualquier mala imagen que pudiera dar a los que le observaban. De todas formas, estos nunca se atreverían a juzgarle, tal era el miedo que tenían a sus represalias y castigos. Y es que el rey de Jálova se irritaba con extremada facilidad, haciendo siempre oídos sordos a las excusas que pudieran tener. Típicas eran las escenas en las que se liaba a golpes con algún sirviente porque no hiciera todo exactamente como él quisiera, por mínimo que fuera el error, o, incluso, su orden de arresto para el que, a su propio juicio, le faltaba al respeto o no demostraba el suficiente al tratarle. Algunos afirmaban que su comportamiento se debía a la falta de disciplina por parte del anterior rey, habiendo hecho como príncipe, desde crío, todo lo que le dio la gana hacer; otros seguían echándole la culpa a su padre, pero por la ausencia de este como figura familiar, sin atender en absoluto al jovencísimo Flojan, obsesionado en su lucha contra Fránel; los demás, lo achacaban a una demasiado temprana edad para la toma de posesión de tan alto cargo, para nada preparado para ello a sus dieciséis años. Fuera por una razón u otra, el actual rey no era comedido en sus actos represivos y el pueblo vivía bajo sus órdenes con miedo. Podían estar o no de acuerdo con sus formas, pero eran plenamente conscientes de que, a sus cuarenta años, ya no iba a cambiar.

Ni siquiera durmió su habitual siesta, atento a la llegada de Saguia, la cual estaba prevista para poco después del almuerzo. La joven hechicera no era dada a la impuntualidad y acudió a su cita en el momento indicado, con el ansioso rey de pie frente al inmenso sillón de la sala de audiencias. Este, en cuanto se percató de la llegada de la mujer, abrió exageradamente los ojos, con una nerviosa sonrisa que delataba a las claras su estado.

El murmullo de la batalla (Saga Ojos de reptil #2)Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu