VOLVÁMONOS LOCOS.

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Nos apresuramos a entrar a la iglesia y cerrar cuidadosamente la puerta. Renata ahora ríe locamente y el eco de su vos retumbaba por las paredes y dimensiones de aquella antigua iglesia, lo más raro de todo, es que por alguna extraña razón me gusta escucharla reír. Y... ¡Pero qué demonios! ¿Por qué yo estoy diciendo esto? Este no soy yo. No me puede gustar Renata por muy guapa e interesante que me resulte. Me aterra, más porque algo dentro de mí se vuelve a mover, vuelve a pulsar el botón que estaba entre el corazón y la razón, el peligroso botón rojo que jamás debía de ser tocado. No me enamoraría de nuevo, no aquí, no en España, no en Venecia o en China, ni en ningún lugar del mundo. Esa fue una promesa que yo hice cuando Lucía me abandonó.

Un día, estando yo solo con mis recuerdos, frente a fotos y cartas suyas, frente el camafeo que le obsequié y sobretodo, frente al anillo con el que, le hubiera pedido que fuese mis esposa, prometí y juré que jamás en mi vida me enamoraría de alguien más que no fuera ella, que jamás volvería a amar con tal intensidad con la que la amé a ella, ni tendría esas tremendas ganas y esa ansiada necesidad de sentirle cerca... ¡nadie jamás, ocuparía su lugar! Pero ahora, esta mujer poco a poco rompe mi espacio, sin darse cuenta se va metiendo en mí y en mi cabeza, lo que me lleva a pensar que Lucía no ha hecho la misma promesa que yo, que ella se volvió a enamorar, o al menos eso es lo que ella cree... pero al verla de nuevo hace apenas una semana, me di cuenta de que quizás a Lucia no le importó mucho lo que yo sentí durante estos estúpidos tres años de agonía, que quizás para ella esto fue sólo pasajero y no le importé nunca en verdad, quizás por eso jamás se quiso casar conmigo...

A lo lejos, nos es posible visualizar la silueta de unas enormes escaleras. Si mi lógica no está muy mal ubicada, éstas mismas van a dar a la gran campana del templo. Lo corroboro al voltear los ojos a la parte superior y ver ésta misma iluminada entre luces anaranjadas y amarillas.

—Las damas primero...— mis manos sujetan la diminuta cintura de Reny y de ese modo dibujan un pequeño camino al rumbo indicado—. Con cuidado— advierto, sin apartar mis temblorosas manos de su cintura.

Al llegar a la cima, Reny abre sorpresivamente la boca. Al dar otro par de pasos más a la superficie, puedo notar el asombro en su cara porque yo también entro en un estado de shock, al ver lo hermosa y fascinante que resulta la vista desde aquí arriba. Nunca en mi vida me imaginé que Celaya fuese tan bonito como lo veo hoy. Los autos parecen de juguete que podría imaginar que los tomo con dos dedos. Las personas tienen un aspecto similar al de hormiguitas. Desconozco a ciencia cierta la altura sobre el nivel del suelo a la que nos encontramos, pero no miento al decir que ni siquiera los edificios nos hacen frente.

— ¡Esto es hermoso!— comenta anonadada y perdida en las luces de la ciudad.

— ¡Estoy de acuerdo contigo!... valió la pena haber arriesgado mi vida y haber hecho esta locura. ¿No crees?

Reny me regala una hermosa sonrisa.

—¿No crees que merezco alguna felicitación?

El travieso aire vuela sus cabellos, ella tan liviana y dócil gira con el viento, dejándome ver su hermoso rostro.

—De acuerdo, de acuerdo, Samuel Landeros. Te has ganado una felicitación de mi parte. Y mira que lograrlo, es muuuuy difícil.

—Entonces me debo de sentir afortunado. ¿No?— me acerco —. Este es el momento en el que las rosas salen de los costados y me entregan mi premio, circo maroma y teatro. ¿O me equivoco?...

—Pues si eso te hace feliz...

— ¿Te hace feliz a ti?

—Me haría más feliz si me dieras mi premio— entre las palmas de mis manos sujeto su espalda y en un suavemente pero atrevido movimiento le acerco considerablemente a mi cuerpo.

¿TE AMO HASTA EL FINAL?Where stories live. Discover now