Capítulo 24._ Solo se vale ganar

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»Jos



—Jos, ¿qué mierda? —la puerta cerrarse y la exclamación ahogada no pudieron conmigo, hasta que sentí unas manos zarandearme. Tenía el sueño pesado; y mi boca seca, junto al malestar en mi estómago no ayudaban en nada —José Miguel, despierta. No te me mueras.

Alcé una mano y limpié la baba que escurría de mi boca hecha un fino hilo, puaj —¿Fernanda? —mis ojos pesaban, sin embargo logré abrirlos encontrándome con el rostro de mi hermana a centímetros del mío. Su mirada me lo dijo todo; decepción, asco y molestia —Estoy bien, solo dormía —F A L S O, mi estado era peor que deplorable 

—No puedo creerlo —se levantó poniendo seguro a la puerta y señalando a mi alrededor, yo continuaba tirado en el suelo. El único lado positivo que le veía a la situación, es que las haditas dejaron de burlarse de mí y desaparecieron, sus reproches eran tortuosos —Jos, ¿qué es esto? —su voz se quebró, y sus ojos se aguaron. Me ayudó a levantarme, y pude contemplar el gran desastre que estaba hecho mi cuarto —¡Pudiste haberte ahogado! —rodé los ojos fastidiado, mi hermana era tan exagerada; solo habían sido unas copitas, estaba armando un escándalo por nada


De más estaba decir que todo olía asquerosamente, sin contar mi camisa... y ni hablar del suelo. Mi ropa estaba arrugada, sucia y apestada a vómito; parecía que había vaciado mi estómago por todo el cuarto. Incluso, mi cabello estaba manchado; preferí dejar pasar los extraños trocitos que colgaban de él. Bien, tal vez rebasé un poco el límite.


—José, ¿estás yendo a las terapias? —miré a Fernanda, la cual entrecerró sus ojos alerta a cualquier clase de mentira de las que yo estaba acostumbrado a inventar y que por obvias razones, ella conocía mejor que nadie ¡era mi compañera de vida!

Sonreí de lado, sintiéndome un tanto culpable —Sí... —dio un amenazador paso hacia mí, sin importar mi aspecto y aroma. Bufé esquivando su mirada —Bueno no —dejé caer los hombros, cansado. La cabeza me dolía tanto que salieron quejidos de mi boca

—¿Cuánto tiempo que no vas?

—Cuatro meses —pensativo, comencé a hacer memoria, no recordaba con claridad cuándo había sido la última vez que asistí —Bueno, dos que dejé de ir al aburrido y bobo grupo de adictos. Los otros dos sí iba, pero ya no cumplía con la abstinencia —confesé finalmente, restándole importancia al tema. Esas reuniones no servían de nada, y los coordinadores eran de lo más ineptos ¿de qué me servía saber lo mismo que todos decían? "El alcohol es dañino". De cualquier forma, me moriré de algo ¿no?

—Nos has estado viendo la cara a todos, pendejo, ¿qué hacías por las tardes? —Fernanda comenzó a gritar lo más fuerte que podía. Mierda. Estaba furiosa.

Ladeé la cabeza, cerrando los ojos con fuerza —Iba a casa de Geraldine, a veces Jessica me llamaba o Sandra...

—¡Cállate ya! —una bofetada me hizo tambalearme lo suficiente para volver a caer al vomitado piso, la castaña clara comenzó a negar lentamente —Además de imbécil, eres un cínico y egoísta. Mi madre se va a enterar de esto, Jos —amenazó sin tentarse un poco el corazón, abrí los ojos de golpe

¡NO! —exclamé rápidamente, impidiéndole salir de mi habitación. Ahora, la puerta y yo éramos un obstáculo para ella, y no la dejaría librarse fácilmente. Se trataba de mi vida, y ella estaba dispuesta a arruinarme —Si lo haces enfurecerá, y deberé de olvidarme de mis becas ¿realmente quieres eso Fernanda? ¡Soy tu hermano! —solté temeroso, haciendo mis mejores ojitos lastimeros

Ecos »Jos CanelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora