Capítulo 40._ Pelea

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Tiempo después...



Entré a mi departamento hecha una furia a aquel restaurante, secarme las lágrimas y tragármelas no había funcionado, la garganta me ardía y los ojos me escocían. Un nudo se formó en mi estómago, en un instante me sentí demasiado cansada y débil. Me encontraba peor que molesta, y triste.

Busqué con la mirada a Alexander, intentando parecer lo más normal posible. Mis brazos, a los costados de mi cuerpo, intenté pegarlos a este y apreté mis puños en un intento fallido de reconfortarme. Di con él en la cocina, estaba riendo con Rosita mientras veían lo que parecía ser una hoja. Sonriendo a medias, caminé hacia ellos.

Me agaché a la altura de la pequeña, cargándola en brazos: Lía estaba tan grande y podía perfectamente decirme tía.


—Hola amor —besé su mejilla, desconcentrándola de su rompecabezas. A su corta edad, la castañita era muy lista y lo había demostrado

—Buenas noches, Isa —miré a Rosita, al instante ambos me miraron confundidos. Mi mejor amiga llegó hasta mí y cargó a su hija —¿Estás bien? —murmuró preocupada, analizando mi rostro. Miré tras ella, Alexander tenía el ceño fruncido —Ya es hora de que la niña duerma, debo irme —entendió mi indirecta, y se dirigió a tomar sus cosas. Me despedí rápidamente de ella

—Me avisas cuando llegues —asintió y salió por la puerta

Una vez que estuve sola con mi novio, me acerqué a él lanzándome a sus brazos —¿Qué sucedió, Isabela? —su voz sonaba inquieta mientras acariciaba mi cabello y espalda —¿Alguien te hizo algo? ¿Por qué estás así? 

Mis ojos volvieron a empeñarse y suspiré, dispuesta a contarle lo sucedido.


Jos y Camile habían decidido quedarse en México, nos lo notificaron en la cena de Nochebuena. Meses más tarde compraron una casa propia y la chica pronto estaba esperando un bebé de él. La noticia me afectó un poco, desde la tarde en aquel jardín todo cambió. Para esto, ya había pasado más de un año de habernos reencontrado.

Todo marchaba bien, hasta que Jos volvió a buscarme, las cosas con Camile se tornaron confusas y siempre peleaban. Creí que todo se arreglaría cuando naciera su hijo, pero no. Aunque debía aceptar, el pequeño Paul era la viva imagen de Jos. 

Jos confesó que creía volver a estar enamorado de mí, tanto fue así que recayó. Canela se encargó de hacerme perder el amor que aún conservaba en él. Varias veces me iba a buscar a mi departamento, donde insistí tiempo atrás a Alexander de vivir. Sobrio o ebrio daba igual, mi mejor amigo siempre encontraba la forma de insistirme en que podíamos arreglar esto. Tanto me fastidiaba, que perdimos un cliente por su culpa con una de sus escenitas y Alexander terminó peléandose con él. Aún lo recordaba, todo fue un plan. Alex y Jos siempre se pusieron de acuerdo para asegurarse que yo estuviera bien.


—Dijiste que querías que fuera feliz, ¡es lo que hice! —lo empujó el ojiazul contra el escritorio de su oficina. Su linda corbata estaba chueca por los movimientos

—Sí ¡y te la cogiste sabiendo que la amo! —le reclamó con el pecho agitado

—¡Es mi novia! Supéralo, Jos, tienes un hijo —otro golpe, oh excelente. Ya había tenido suficiente con tratar de meterme, el pelinegro me pegó por accidente y ahora estaba sentada en el sillón como niña regañada con una botella de agua fría en mi pómulo izquierdo —Tú mismo me aseguraste cuando llegaste, que ella era tu pasado. Déjanos en paz, o pondré una orden de restricción. No nos hagas esto, se supone que somos amigos —Alexander tan lindo como siempre, buscando la paz, y Jos tan egoísta golpeando gente por la vida

Ecos »Jos CanelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora