Un poco... sólo un poco.

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Se sentía un poco sola, un poco loca... y un poco muerta.

Quiso soltar un suspiro lamentoso, pero eso no haría más provocar que la persona en su frente le hiciera una pregunta que no querría contestar.

La voz tan roída como desgastada por los años, de la mujer que caminaba de un lado al otro y parloteaba era el único sonido que rompía su preciado silencio. Se mordió el labio inferior para contenerse de rodar los ojos.

No prestaba realmente atención a las palabras que aquella mujer emitía, le acariciaban las orejas como si le estuviese hablando en una lengua desconocida.

Su mano acarició suavemente el pelaje negro del perro a su lado, mirando sin ver realmente a la mujer frente a ella, sus quejidos y resoplidos le provocaba enormemente rodar los ojos.

Quería golpear la pared con fuerza, quería salir de aquella casa, quería escribir o dibujar, quería poner su música favorita todo volumen, aquella cuyo idioma nadie a su alrededor comprendía.

Pero no podía.

Golpear la pared significaría no solo hacerse daño, cosa que realmente no le importaba, también conllevaría una exigente pregunta respecto a su comportamiento... no, realmente conllevaría una reprimenda y quizás una agresión.

No tenía a donde ir, ni una excusa para irse que convenciera a esa mujer, la barrera entre ella y su paz.

No podía escribir frente a ella, o el regaño era seguro, incluso se arriesgaba a que le prohibieran volver a escribir, y sin eso, ella no era nada.
Si intentaba dibujar, sus trazos carecían, como ella, de vida y sentimiento. Ella no era una gran artista, pero su arte no merecía tal desgano.

Amaría perderse en la música pero esa mujer solo la reñiría, se quejaría de su 'demostración de rebeldía'

"Eso no es de Dios" ¡Pues ¿saben qué? Al diablo con Dios!

Los zapatos repiqueteando en dirección a la puerta fueron su campana al receso. La mujer caminó para tomar sus llaves de la casa y salir.

Nuevas palabas a las que no les hizo caso bailotearon alrededor de su cabeza y el sonido de la manija al ajustarse la puerta provocó que algo hiciera click en su cabeza y se dio la vuelta en el sofá para quedar bocarriba y sintió la lengua tibia y rasposa lengua de su mascota contra su mejilla, limpiando el camino que había dejado una traviesa lagrima de la cual no se había percatado.

Palmeó el espacio que aún quedaba a su lado y el can se tumbó junto a ella, acurrucando la cabeza cerca de su cuello y dejando su hocico entre sus pechos.

Dejó una mano sobre el lomo del can negro y la otra la dejó sobre sus ojos. La angustia y la nostalgia aprisionaban su pecho. Añoraba patéticamente aquellos días de libertad que ahora parecían muy lejanos, una libertad que había perdido hace casi un mes.

No, se dijo a sí misma, no era libertad sino paz, se corrigió.

La paz que solo te otorgaba estar completamente sola. Sola con tus escritos, sola con tu música, sola con tu mascota... sola con tu dolor.

¿En serio creían los adultos que estando junto a ella ahora le harían bien? ¡Noticia, señores! ¡¡YA ES UN POCO TARDE PARA ESO!!
Preferiría estar sola a estar con ellos.

Prefería el silencio a sus quejas.

Prefería quedarse en casa si es que no había nadie más allí, aparte de su amado perro.

Porque la soledad ya se había encargado de engullir su alma, solo para dejar un cascaron vacío que tenía poco motivos más para seguir en pie de los que trataba de ejercer cada día.

Escribir y Dibujar.

Escuchar música y Cantar.

Jugar con su amada mascota y Estar con las pocas personas que quería.

Y cuando la preciosa noche caía en el mundo, con su manto azul oscuro salpicado de diamantes, trayendo a la bella luna a deleitar los poco ojos humanos que realmente la apreciaba... ella dejaba que su mente, diferente como toda ella, se perdiera ente mundos fantásticos e historias irreales; allí dónde mantenía a salvo su existencia, su cordura y su esencia misma.

Allí donde mantenía a salvo a su corazón.

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DesahogueWhere stories live. Discover now