XVIII

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Capítulo décimo octavo:

"No hay plan B"

El sol irrumpió con fuerza en la habitación. Las cortinas estaban abiertas de par en par y el sol bañaba de punta a cabo mi habitación. Yo, acostado aún, miré a mi lado y ahí estaba ella.

Su rubia cabellera parecía oro líquido sobre la almohada blanca en la que estaba apoyada su cabeza. Recuerdo que cuando la compramos ella insistió en que toda nuestra ropa de cama fuera blanca. "Vas a ver lo hermosas que se verán cuando despiertes antes del alba y el sol comience a iluminar nuestra habitación" me dijo en la tienda. Tenía razón.

Contemplé el amanecer hasta que el sol ya hubo salido por completo y resplandecía en todo su esplendor. Me levanté y me estiré mirando hacia la ventana. Me giré y nuestras blancas sábanas dejaron de ser tan blancas como en un principio. Ahí, justo sobre ella había una mancha de color carmesí.

Comencé a tiritar descontroladamente, me respiración se aceleró y no fui capaz de articular palabra alguna. Me acerqué lento. Agarré las sábanas y tiré con fuerzas de ellas para atrás..

-Ahí es donde termina el sueño- le dije sin mirarla. Aún estaba tiritando.

-Ray, es solo un sueño- dijo en un volumen casi imperceptible-. No puedes ponerte así por un sueño. Nada le va a pasar a ninguno. El plan va a funcionar.

Yo quería creerlo, pero me era imposible. Solo rebobinemos unos días atrás: después de ver morir a todos en un sueño estaba asustado y tenía un presentimiento atroz. Todos me dijeron que había sido solo un sueño, pero Alex terminó con la garganta cortada. Eso no fue nada. La noche anterior a que el soldado llegara a mi casa a darle la fatídica noticia a mi madre yo tuve una pesadilla. Yo caía al vacío. Todo estaba oscuro hasta una secuencia de imagines comenzaron a pasar interrumpidas. En una de ellas vi morir a mi madre, mi padre y al final me vi morir a mí. Doce horas más tarde nos enteramos que mi padre había muerto en combate.

No les dije nada. No tenían porque saberlo tampoco, pero estaba con el presentimiento que algo malo iba a pasar. Eso no me gustaba para nada.

Llegó el soldado que nos da el desayuno y solo traía tres latas. A mí no me correspondía ninguna lata.

Tan pronto como salió entró Chrissy con un grupo de diez soldados. Yo me puse de pie de golpe. Mi celda se abrió. Ella estaba ahí, de pie frente a mí. Sonreía de forma maquiavélica.

-¿Por qué no te acercas a romperme el cuello?- dijo soltando una carcajada-. Espósenlo chicos.

Sus soldados se acercaron, entraron a mi celda y esta se cerró.

-¡Aprende a no hacer amenazas que no vas a poder concretar Mills!

-¡Espero que estos sean tus mejores soldados, porque después de patearles el trasero voy a por tu cuello!

No tenía oportunidad contra los diez. Tal vez sí. El soldado que estaba justo enfrente de mi tenía un navaja que daba descargas eléctricas- una de las que yo había inventado- y un dispositivos de descargas eléctricas. Tal vez y solo tal vez había posibilidad. Jugué una carta arriesgada.

-¿Tomaron desayuno?- no esperé respuesta. Tampoco la recibí-. Pues yo no. Esto es en desventaja, ¿Por qué no me enfrento a dos primero?- Esta vez sí esperaba una respuesta, pero, ¡no hablaban esos tipos!.

Por suerte para mi dos de ellos se adelantaron. Uno de ellos era aquel que tenía la navaja y el dispositivo de descargas. Me abalancé sobre él y le quité la daga. Sin dudarlo dos veces se la enterré en la garganta y apreté el botón que daba una pequeña descara de corriente. Le saqué la daga y arrojé su cuerpo al otro soldado que había dado un paso adelante. El perdió el equilibrio y cayó al suelo de espaldas. Yo fui sobre él y le clave la daga en el corazón. Me reincorporé después de sacarle el dispositivo de descargas. Tres soldados más se acercaban a mí. A quién venía en frente le lancé la daga justo entre los ojos. Al siguiente le di una descarga justo en las costillas del lado derecho y un cabezazo que le rompió la nariz. Sin embargo el tercero me conectó dos puñetazos que me dejaron tambaleando. Yo contraataque y le di una descarga eléctrica bajo el mentón y no le quité el aparato hasta que sentí a los otros cinco moverse. Me precipité a recuperar la daga de la cabeza del soldado, pero cuando llegué una patada me dio en medio del pecho y me lanzó volando por los aires. Para mi suerte la daga voló conmigo y ahora estaba tirado en el suelo, pero armado.

18 Días De Guerra [#AstraAwards2016]Where stories live. Discover now