Negro

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Habían pasado dos semanas, y todavía no podía creer que Ana me hubiera enviado a casa. Ella sabía que no me iría por voluntad propia, así que junto con sus amigas se las arreglaron para hacer que me expulsaran del instituto. Mi padre se había mostrado de acuerdo con su decisión, hasta parecía contento el maldito.

Me habían echado antes de terminar el año, por lo que lo perdí, pero eso era lo que menos me importaba en este momento. Lo que en realidad me volvía loco era no saber nada de ella, se negaba a contestarme, y sus amigas tampoco me daban ninguna información.

A mi padre empezaba a sacarlo de sus casillas el hecho de que estuviera todo el día vagando por mi casa tratando de contactar a Ana, así que me convenció de buscar un trabajo entre que terminaba el año escolar. Moviendo sus contactos me consiguió un puesto en el bar de un sujeto llamado Joe, el cual tenía el rostro demasiado parecido al de Popeye el marino. Joe se pasaba el día gritando mi nombre y diciendo que no me pagaría por soñar despierto, pero al final ni a él le importaba mi desempeño ni a mi me importaba que me pague, así que nuestra relación no era del todo mala.

Yo no podía verla, y Ana se negaba a hablar conmigo, así que la duda de saber si esa maldita me había dejado en paz o no era algo que rebotaba en mi cabeza constantemente, manteniéndome despierto por la noche y distraído durante el día.

La herida de mi rostro estaba prácticamente curada ya. Ana había dicho que si ella pudo hacer eso había sido porque al atormentar a Ana día y noche, se había alimentado de ella, de su energía, de la de todos nosotros, hasta que consiguió suficiente como para materializarse y tratar de cortarme en pedazos. Al fin comprendía por que ellos siempre trataban de asustar a la gente.

- Klaus... - la voz que usó mi padre me alertó enseguida, él trataba de mantener la calma, así que lo que venía ahora no podía ser absolutamente nada bueno.

- ¿Qué? - inquirí alejando mi cena de mi - solo escúpelo de una vez - nada de tomarse su tiempo ni de pensar en como decirlo.

- Llamaron del instituto ayer por la noche...

- ¿Ana? - me costó tragar. Ni siquiera sabía que era y ya sentía un nudo en la garganta - ¿que pasó?, ¿está bien?

- No saben realmente lo que pasó, dicen que fue solo un accidente...

- Dilo de una vez, papá. ¿QUÉ PASO?

Él suspiró y se aseguró de no mirarme a los ojos para abrir la boca.

- Está en el hospital. Cayó de la ventana de su cuarto.

La sangre se escapó de mi rostro y estaba casi seguro de que fue a parar a mis puños. Ayer... lo habían llamado ayer ¡¿Y ÉL NO ME DIJO NADA?!

Mis nudillos se pusieron blancos por la presión y sentí rechinar mis dientes. Aparté mi silla con un horrible chillido y luego ésta cayó al piso. De grandes zancadas crucé la cocina y fui hasta el salón. Tomé las llaves de la camioneta y me disponía a abrir la puerta principal cuando apoyó su mano en mi hombro. Intenté apartarlo de un empujón, pero aferró mis hombros con fuerza y me obligó a voltear, apretando mi espalda contra la madera de la puerta. Gritarle que era un maldito por no haberme dicho nada antes y que me importaba un demonio lo que dijera no lo detuvo de lanzar razones.

- ¡Déjame en paz, debo ver a Ana!

- ¡No lo harás, Klaus. Ella ya no es Ana! - captó mi atención con esa frase, y lo observé sientiendo un horrible ardor en los ojos - los doctores dijeron que no había nada que hacer. Solo esperaban mi autorización para desconectarla. Se la dí.

- Y no me consultaste por que... - no era yo quién hablaba, era mi parte lógica enterrada en alguna parte en lo profundo de mi mente. Algo ajeno a mi a lo que le importaba. El yo real estaba atótito, paralizado y ausente mientras empezaba poco a poco a desmoronarse, como si trocitos diminutos cayeran de su ser desquebrajado.

- Porque es lo mejor para ella. No vale la pena, Klaus. Y no vas a verla. Ella no querría que la vieras así. Y yo tampoco quiero...

Sus palabras dejaron de tener sentido de un momento a otro. Dejé de escucharlo. Sentí el suelo golpear mis rodillas y creo que sus manos me sujetaron para no desplomarme sobre el frío piso de la sala.

No me importaba el dolor, no me importaba el ardor de mis ojos y mucho menos sus estúpidas explicaciones o palabras de consuelo.

Mi Ana se había ido.

ÍndigoWhere stories live. Discover now