Prólogo

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Harry odiaba a la gente.

Le agotaba cualquier conversación espontánea con un desconocido. Le aburrían las tonterías que decían cuando se sentían incómodos. No estaba acostumbrado a socializar, y no entendía muy bien qué se esperaba de él en esas situaciones. El conjunto lo convertía en alguien no demasiado adecuado para mantener una casual charla con sus clientes.

Pero le gustaba su trabajo.

Le gustaba no pensar en nada más que en el encuadre perfecto, le gustaba jugar con luces y sombras, le gustaba el suave chasquido del botón de la cámara que cantaba que acababa de grabarse un recuerdo. Le gustaba esconderse en la sórdida luz roja del cuarto oscuro a revelar fotografías que aparecían como visiones sorprendentes, momentos imposibles de recuperar que ya estaban atrapados para siempre.

Encontró una botella de agua parcialmente llena y le dio un trago, haciendo una mueca. Tenía resaca, y ojeras, comprobó al verse reflejado en la brillante fotografía enmarcada que había tras el mostrador; se deslizó las gafas de sol en la nariz para ocultarlas. Su jefe había conseguido que se vistiera con una camiseta negra, la última que había comprado, y un pantalón "sin agujeros", lo suficientemente sencillo como para que los desgastados de las rodillas pareciesen de adorno.

Entró al diminuto almacén para coger la mochila negra. No llevaba su propia cámara; llevaba la mejor que tenía el estudio, la niña bonita del viejo, y no podía esperar a utilizarla. No le ponía las manos encima a una cámara tan sofisticada desde hacía mucho tiempo, y pensaba aprovechar la ocasión, sacar las mejores fotos, jugar con los encuadres y la luz hasta conseguir el disparo perfecto.

Y además, el viejo estaba enfermo. Tosía fuerte y tenebrosamente, y roncaba húmedamente durante toda la noche. No estaba en condiciones de hacer el reportaje de una boda de gente rica. Muy a su pesar, tendría que dejarlo ir solo.

Así que el aparente horror de un día ruidoso y agitado rodeado de gente frívola y estúpida tendría recompensa. Tenía el día entero para experimentar con la cámara más cara del estudio, sin supervisión.

"Sé amable" le oyó gruñir, mientras rebuscaba en busca del objetivo que necesitaba. "Ni se te ocurra decir esas idioteces sarcásticas con las que siempre sales. Si has bebido, me importa una mierda, y si estás de mal humor, me importa una mierda. Vas a ser amable hoy. Es gente de dinero. Una mierda en sus zapatos vale más que tú, ¿me has oído?"

Puso los ojos en blanco.

"¿Dónde está el focal de 70 milímetros?"

"¿Me estás escuchando, imbécil?"

Encontró el focal. Lo metió en la funda rígida y luego en la gastada mochila negra.

El viejo alzó un brazo desde detrás del mostrador para detenerlo cuando se disponía a salir. Tosió estrepitosamente durante un buen rato antes de hablar.

"Éste es un estudio de renombre" tronó, blandiendo un dedo blanquecino hacia él "Y es un cliente muy valioso. Si alguien me dice que tu comportamiento no ha sido ejemplar, considérate despedido. Te dejaré en la puta calle, que es donde te encontré"

"Que te jodan"

No miró atrás. No le hacía falta.




La boda se celebraba en un hotel inmenso, en lo que parecía un salón privado. La mujer que lo recibió llevaba un atuendo de colores chillones y lo saludó con una mueca mal disimulada.

"¿Tú... tú eres el fotógrafo?" preguntó con cautela.

Harry se contuvo para no poner los ojos en blanco.

"Sí, señora"

Ella pareció dudar.

"¿...Sabes bien lo que tienes que hacer?"

No. Acabo de encontrarme esta cámara en el aparcamiento.

"Sí, señora" repitió.

"Oh, está bien. Antes de que se me olvide, saca unas fotos de las niñas. Que se vean las flores del fondo, ¿eh? Son orquídeas de Madagascar, cuestan doscientos dólares la media docena..."

Sacó la cámara de su estuche y la encendió, escuchando a medias.

"Ningún problema" se forzó a decir. Media docena de niñas, ataviadas de vestidos idénticos pero de colores distintos, se colocaron en fila y esbozaron sonrisas brillantes. Se subió las gafas de sol a la coronilla y montó el flash.

"Asegúrate de que se vean las flores. No me refiero a la parte de arriba, necesito que se vea el jarrón entero" al parecer todavía no se había ido; apretó la mandíbula.

"Puedo sacarles fotos a las flores, directamente" masculló, y la oyó resoplar.

"Eso ha sido un poco grosero, joven. Cuidado con tu tono o llamaré a... quienquiera que sea tu supervisor" advirtió, y se mordió la lengua automáticamente.

"Lo siento, señora" se encontró diciendo. Apuntó con rapidez y ajustó el enfoque.

Sacó varias fotos de las niñas, que empezaban a impacientarse. Las dejó marchar y observó todas las fotos concienzudamente, controlando la luz y el fondo; las flores, comprobó con irritación, se veían con claridad. En la última, la cámara había enfocado a dos personas que caminaban por detrás de los jarrones transparentes: una mujer y un chico joven.

Aumentó un poco el zoom para verlos, aburrido. Ella llevaba un vestido de colores vivos; él, un esmoquin normal y corriente. Tenía los ojos azules, la piel bronceada y el pelo acaramelado, y miraba hacia atrás en el momento del disparo de la cámara.

Era guapo, pequeño, y parecía malhumorado.

Harry se mordió la uña del pulgar distraídamente, pensando...

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