Oniria

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Hace vidas que la conocí. Tan grácil y pura, tan sonriente, siempre rodeada de ese halo de luz iridiscente y la permanente canción de su risa. Siempre me acariciaba, me rodeaba con sus brazos, me salvaba, con su inmortal sonrisa nevada y sus ojos de verano.
Dicen que bailaba con el tictac del reloj, en el alféizar de su ventana, mientras plasmaba sus sueños sobre papel, siendo su arte depositada en simples hojas.
Sinceramente, yo nunca la vi derramar una sola lágrima al anochecer por un corazón roto, un alma rota, un sueño roto, un juguete roto.
Era felicidad. Amable con todo ser viviente, incluso consigo misma y con los fantasmas que le susurraban cuando su burbuja se explotaba.
Siempre me dejaba la puerta abierta, pero sabía que volvería pronto a sentarme en su regazo, a escuchar sus historias, a cantar su risa... con ella.
No creía en el cielo ni en el futuro, creía en el suelo que sus pies pisaban y la hora que el reloj marcaba, algo extraño para todo el que la conociese bien.
Se preguntaban cómo alguien tan soñador podía ser tan realista a la vez, y bien, se lo explico: nunca tocó el suelo y su muñeca siempre estuvo limpia de agujas.
También escuché leyendas sobre su origen, siempre la ligaban a lo angelical. Pero les mentiría si les dijese que alguna vez tuvo alas o un origen. Creo que siempre estuvo ahí, para mí y para todos. Y para él, por supuesto.
A él también le recuerdo. Llevaba reloj y pisaba el suelo. Solo le vi un par de veces, ya que consiguió que ella cerrase la puerta y la ventana y que no volviese a bailar moviendo las piernas en el alféizar ni a manchar una sola hoja con tinta.
Ella le quería. Creo que sí derramó lágrimas, pero siempre sonriéndole. Yo nunca las vi.
Nunca más pude volver a verla, debo aclarar, pero su imagen está grabada en mi memoria, después de tanto tiempo...
Contaban que su risa se volvió débil y su falda larga, que sus ojos ya no brillaban si no estaban inundados de lágrimas, aun manteniendo la sonrisa; que aquellos que le dieron un corazón desaparecieron al ver que este estaba roto, que perdió su inocencia y su sonrisa nevada. Que perdió lo más importante de ella, sus sueños, Oniria.
Un día él la terminó de consumir, y volvió a abrir la ventana y, aún rodeada de su burbuja, saltó.
Y se despertó, en la calle, sin padres, sin nadie, ni un techo siquiera, sin reloj aún y sin burbuja. Y, consciente de lo bonito que era su sueño, quiso dormirse para siempre.
Desde este punto no os puedo decir nada con seguridad, pero habla la gente de dos posibilidades: muerte o cielo.
Como sea, todo fue su culpa.
Oh, ¿por qué quisiste romperla? Podrías haberme hecho saltar a mí y
aún me
quedarían
seis vidas.

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