En la mesa de un artista siempre hay sangre

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Soy el inconformismo en persona. Odio la sociedad y odio no tener vida dentro de ella. Odio estar sola y odio a la única persona que me quiere. Odio no sentir nada y odio lo único que siento. Odio guardarlo todo y odio llorarlo. Odio mi aspecto y odio odiarlo. Si un psicólogo de este nuestro querido siglo XXI estudiase mis pensamientos, mis reflexiones, si leyese mis insípidos versos y mi triste y seca prosa, si analizase mis respuestas... Sin duda ya estaría encerrada en una de esas sosas habitaciones con tan solo una cama de noventa con un colchón de un palmo de grosor y una triste mesa donde escribiría algo que más tarde pasaría a ser estudiado por una doctora gorda que me trata mal y me obliga a tragarme las pastillas.
Siempre me acusan de excederme en mis palabras... Si supiesen la precaución con la que narran mis labios conversaciones triviales con simples mortales... Si supiesen lo que calla mi garganta... Soy la nebulosa Lolita y soy los versos más tristes de Neruda, soy la metafísica de Whitman y la hermana de Holden, soy la más triste estrella en una noche nublada y aislada del planeta.
Las fugaces noches donde me vacío, donde mi garganta ya no calla y mi cuerpo llora. Llenando mi mesa de sangre.
Ya me estoy atribuyendo demasiados títulos y todos muy lejos de mi alcance, todos muy imprecisos para solo ser una cría que, ni llora ni es artista, pero cuya mesa está pintada con sangre y parece una puesta de sol incendiada que acaba con mis venas.
No soy más que una triste loca, el rastro de la estupidez, el último aliento de la locura.
Pero mi mesa... Mi mesa está manchada de sangre.

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