20-Nadie, I

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El bar Krille estaba atestado de gente, como de costumbre, cada uno más desesperado que el anterior.

Olor a tabaco y alcohol, colonias baratas y limón. Risas falsas, escotes exagerados, el sudor de los cuerpos que seguían apegándose, como si no tuviesen suficiente ya.

Rood parecía buscar con la mirada a alguien. Su expresión se suavizó al divisar al dueño del bar.

Su hermano, se repitió Sam, sabiendo que algo ahí no cuadraba.

Sam conocía a la familia Donnati. Y Rood no era uno de ellos.

No podía serlo.

-Hey -llamó su atención. Él lo miró.

De verdad que le gustaba esa manera de mirarlo.

Sam sonrió, pícaro. Caminó hacia atrás, para no despegar su vista de él en ningún momento, mientras se metía en el tumulto que bailaba, ebrios.

Empezó a mover sus caderas, lento, sensual. Sentía la mirada del muchacho seguir su movimiento, hipnotizado.

No era la primera vez, tenía práctica en eso.

Si él quería hacerlo caer, lo conseguiría.

Sacudió su cabeza, intentando que su atención volviese a la parte superior de su cuerpo.

Volvió hacia él con movimientos suaves. Lanzó sus brazos sobre sus hombros y rodeó su cuello, pegándose a su cuerpo, lo guió para que se moviera de lado a lado.

Alzó su cabeza y su rostro se encontró con el de él, centímetros casi inexistentes los separaban de ser uno. Tanteó su mentón con sus labios y bajó, apenas rozando su cuello con el punta de su nariz.

Dejó su rostro en el hueco entre su cuello y su hombro, y respiró, sintiendo el cuerpo del otro tensarse.

¿Por qué?

Dio un paso hacia adelante, haciendo que una de sus piernas quedara atrapada entre las de él, y presionó su abdomen contra el suyo.

¿Entonces por qué no reaccionaba?

Empezó un rastro de besos en su cuello, que lo llevó de regreso a su mentón. Y desde ahí, pudo mirarlo a los ojos.

Nunca había sentido eso.

Se alejó un poco.

El muchacho tenía en su mirada una peculiar fascinación, un cariño inimaginable para él, como si lo conociese de años y sólo desease protegerlo.

Lo miraba como si fuese una pieza de cristal valiosa, que había refugiado muchos recuerdos en su interior, pero que un día alguien había dejado caer y se había roto. Y quizá esa era la manera perfecta de decirlo.

Roto.

La palabra sonó amarga en sus labios.

¿Cómo hacía para admitir la derrota?

Quería tenerlo a sus pies, necesitaba eso. Esa era su manera de sobrevivir, arrastrar a otros a su infierno personal.

Y así le iba bien.

Sólo que ahora quería a ese chico que lucía inocente, que no despegaba su vista de él.

No entendía.

Era el centro de su atención, sí, pero no tenía esa mirada nublada de lujuria que tan familiar se le hacía.

Ese chico no quería llevárselo y hacerlo suyo.

No, él lo sabía.

No tenía sentido engañarse porque estaba muy claro.

Ese chico quería abrazarlo, besarlo, cuidar del cristal roto para evitar que terminase por destruirse.

Y eso le aterraba incluso más que el hecho de que sólo lo quisiese por una noche.

-¿No me deseas? -preguntó, muy serio, sus labios rozando los de él.

Y Rood sonrió.

Sintió que unos brazos rodeaban su cintura y volvían a juntar sus cuerpos.

Y luego sus labios se encontraron.

Sam puso sus manos en el pecho del muchacho para empujarlo lejos. Él no besaba, nunca lo hacía.

Quiso protestar, pero sus labios unidos no dejaron escapar ningún sonido.

Sus manos, en forma de puños sobre la camisa de él, se rindieron al darse cuenta de la suavidad de sus labios.

Lento, dulce.

Se aferró a la camisa del otro con fuerza, buscando más.

Deseando más.

Sus labios le cedieron el paso a su lengua y él se dispuso a examinar cada recóndito de su cavidad bucal, ansiando conocer, ansiando conectarse.

Sabía a menta y a Rood.

Y le agradaba ese sabor.

Se separaron por falta de aire, sus respiraciones pesadas y agitadas.

-¿Eso te sirve como respuesta? -preguntó.

Sam negó y lo vio fruncir el ceño.

-Creo que...que no entendí -explicó-. Necesitaré otra respuesta, una más larga y detallada.

Y sin esperar su reacción, tiró de su camisa para atraerlo a él de nuevo.

Sus labios se volvieron a juntar y Sam regresó sus brazos a su cuello, rodeándolo, profundizando aquel beso.

Amargura [AYOA#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora