— ¡Eres un monstruo! ¡Dios mío! ¡Ayuda! —miró con sus propios ojos la cruel escena. Como si estuviera viendo una gran pantalla de cine frente a él, donde se proyectaba aquel momento donde su vida cambió para mal. Parpadeó constantemente, tratando de volver a la realidad, encontrándose con David, su psicólogo. Crispó sus dedos en la sábana blanca que cubría su cuerpo hasta un poco más arriba de su cintura.
Azahar carraspeó, observando desganado al joven Rubén. Retrocedió algunos pasos para tomar la silla puesta en una esquina, se sentó, pero no habló. Alguna parte en su interior decía que Rubén hablaría tarde o temprano, pero el chico castaño sólo miraba el techo sin expresión aparente. Suspiró, apretando el bolígrafo entre sus dedos, demandante ante el desinterés de Rubén. Sostuvo la libreta en su muslo, golpeando suavemente la suela de su zapato en el suelo.
—No piensas decir nada, ¿Cierto? —el silencio pareció agrandarse tras su murmullo. Apretó los labios formando una perfecta línea recta, y escribió en su libreta algunas sensaciones que creía, Rubén transmitía: Desesperación. Escribió. —Sé qué es difícil. —pronunció en una manera de atraer la mirada inmóvil del castaño. Este parecía más sumido en pensamientos. —Es por ti que hago esto...
—No. —Espetó, bajando la vista al suelo—, se perfectamente que no es por mí. —volvió a hablar, pero ahora con ligero tembleque en su voz. Se mostró débil, eso hizo que Rubén se molestará en su interior.
— ¿Entonces...? —David resopló, incómodo de la tensión que Rubén lograba crear en el espacio. Se sentía sofocado, sin saber el porqué.
—Es por ella..., ella desea que su hijo sea normal, por ello lo hace. —aseveró con una sonrisa burletera. David se puso tenso, ante la impotente mirada de Rubén sobre él. Volvió a carraspear, tratando de verse seguro delante del castaño, quien lo miraba con sus ojos más oscuros de lo normal. — ¡Oh! Qué triste... lástima que su hijo sea un monstruo. —vaciló al decir la última palabra, cosa que notó David.
—No eres un monstruo. —aclaró, Azahar, comenzando a sentirse más abrupto en el tema. Rubén resopló girando su mirada con inconformidad. —Sólo no sabes aceptarte como eres... eso es todo.
— ¿Es es todo? —Preguntó incrédulo. —Enserio, ¿te crees que no lo he intentado? —vuelve a preguntar, ahora con el entrecejo fruncido. —Vete a la mierda —maldice. David resopló con agotamiento, algo en Rubén no le daba alguna señal de querer continuar, o tan si quiera, saber que se abriría un poco. Optó por cerrar la boca, transmitiendo paz a Rubén, quien también callo, dispuesto a cerrar los ojos e intentar dormirse, pero aun en su mente rondaban las imágenes de la escena cruel que siempre llegaban para atormentarlo.
—Duerme, ya casi me voy. —mencionó David, mordiendo la punta del bolígrafo con desinterés mientras leía algo anotado en su libreta. Rubén tragó saliva antes de responder.
—No puedo. —musitó. El psicólogo lo miro con una ceja enarcada. —Te-tengo miedo... —osciló. David pudo mirar como Rubén quería arrepentirse de haber dicho eso, y solo pudo mirarle con comprensión, se sorprendió al ver como el castaño sonreía, pero no era una sonrisa normal, era una burlesca. —Ridículo, ¿No? —David vaciló unos segundos.
—No... Es bueno sentir miedo. También sentir felicidad. Eso, Rubén, se qué muy pocas veces lo has sentido.
—Nunca en realidad. —corrigió Rubén, con la mirada escondida. —El miedo me hace débil, eso lo sé. —dijo, más para sí mismo que para su psicólogo. La voz en su interior afirmó, con un pequeño sonidito. Ahora había aprendido que era algo de él, y, por ahora, no quería deshacerse de ella.
—Mira, Rubén...—se reacomodó en el sofá, moviendo sus manos para acomodar sus palabras y que estas sonarán convincentes. —No, el miedo puede engañarte, eso sí. Pero no te hace débil en ese modo, es normal en cada persona, la imaginación crea este "Sentimiento", es algo que siempre va a existir en tu persona, algo que tienes que afrontar, Rubén.
—Qué asco. —soltó el castaño, encogiéndose en la camilla con desgano.
—Puedo preguntar algo —asintió, con los ojos perdidos en algún lado de la habitación. Azahar pensó en retractarse, ya que estaba tocando fondo en su segunda sesión, pero no le importó, tenía que saber. —Ese chico que está afuera desde hace un rato... ¿Qué es de ti? —preguntó, reuniendo valentía para enfrentar la mirada inquisitiva de Rubén.
— ¿Qué?
—Os conocéis, eso está claro. ¿Que sois vosotros?
— ¿Te importa?
—Rubén, esto es muy serio.
Le miró como si estuviera intentado contenerse de hacer o decir algo. Lo vio apretar los puños, y refunfuñar por lo bajo, se aclaró la voz y en con voz quedita, pronunció lo que David quería saber con tanto interés. —Somos amigos. —susurró, apretando sus labios después como si estuviera mintiendo. Eso lo supo David de inmediato.
Resopló, nuevamente. Jamás se había sentido tan cansado en una sesión, sabía que Rubén estaba aún más cansado, y no dejaba de parpadear tratando de no cerrar los ojos. «Mientes» quiso disputar, pero no se atrevió y continuó haciendo preguntas sobre cómo se sentía después del accidente o si recordaba algo: Rubén negó, una y otra vez. Sin mentir, realmente..., no recordaba nada.
...
¡Estoy cansada! ¡Quiero que te vayas de aquí!
¡Tú no puedes decirme que hacer, maldita!
La mano abierta del hombre desconocido golpeó la mejilla de la mujer, haciendo que está se tambalease hacia atrás, manteniendo el equilibrio. Jadeó, con la respiración agitada, y sollozó. El hombre pasó a su lado, empujando su cuerpo hasta que este cayese al suelo.
Dejo de respirar un momento cuando un niño pequeño bajo las escaleras, su cabello era castaño, sus ojos verdes y llenos de lágrimas. Tuvo la intención de caminar hasta él, pero... se detuvo a mitad de camino.
En ese momento el chico de cabellos castaños desapareció, y se vio así mismo parado en las escaleras, sus anteojos mal puestos, sus manos aferradas al borde de su camiseta, y el rostro lleno de lágrimas y mocos.
¡Deja de llorar!
Un golpe en seco resonó, él tuvo que cerrar los ojos con fuerza, y...
Despertó. Los cabellos en su frente se pegaban por el sudor, y temblaba. Se sentó, mareándose un poco por la rapidez, mirando un punto en la habitación oscura. Había visto una escena distorsionada, había visto a un chico... y luego a él. Pero la diferencia que tenía uno de otro... es qué.... uno se veía destrozado, otro se veía asustado, otro lloraba, otro se veía fuerte, controlándose mentalmente para no atacar con esa mirada llena de furia y deseos homicidas. ¿Quién era? No podría distinguirlo en su sueño tan distorsionado como ese, pero sabía perfectamente, que aquel niño había terminado con su dolor, lo sabía, pero no era capaz de distinguirlo. Se aferró a su almohada, dando un largo suspiro lastimoso, que minutos después los suspiros se convirtieron en sollozos.
El otro niño también despertó, con las lágrimas cayendo por sus pálidas mejillas. Miró a su madre acurrucada en el sofá para los familiares que dormían con los enfermos por las noches y jadeó aterrado de lo que había soñado. Llevó su mano a su frente, mirando el cable en colgando de la aguja que se enterraba en su piel, transmitiéndole vida.
— ¿Quién era ese niño? —se preguntó absorto en ese momento. Lo había soñado a la perfección, es como si pudiera verlo todavía, pero le sonaba, claro que sí. Pero su mente estaba tan cansada que no podía ni pensar. Así que permaneció ahí, mirando por la ventana de cortinas semi-transparentes en color blanco, hasta que el sol saliera.
