Capítulo 22. Casa de Muñecos

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Sus ojos se abrieron lentamente, pesados y recelosos ante la luz del sol que se colaba entre las cortinas de la habitación. La ventana estaba cerrada, sin embargo aquellos sensibles telones ondeaban un poco, haciendo referencia a la fresca y nublosa mañana que nos acogía el día de hoy.

Sus mejillas y ojos ardían, debió haber estado llorando dormido. Pero... ¿por qué? Se preguntaba.

Estaba desorientado. Ni si quiera reconocía del todo el lugar en el que había despertado o lo que había sucedido previamente como para recuperar la conciencia en ese estado de abstracción. Existía una laguna mental que, de solo intentar recordar, le hacía sentir remordimiento. Así que se rehusó a ello y continuó mirando a su entorno en un intento por terminar de enfocar su nublosa vista.

Trató de mover su cuerpo pero carecía de suficiente comodidad en aquella amplia cama. Fue entonces cuando reparó en que su mano derecha se hallaba presa entre lo que parecía otra semejante pero más amplia, que entrelazaba sus falanges con los propios.

Bajó la mirada lentamente identificando una cabellera color cobre cuyas hebras se enmarañaban y hacían todo un revoltijo sobre esa cabeza. Posteriormente volvió su vista a aquel agarre, pero no reaccionó. Solo se quedó ahí observando cada detalle de tan enmudecido gesto que a su vez expresaba tantas sensaciones que le removieron un poco el pecho. No era una sensación desagradable, no. Al contrario, era cálida. Totalmente reconfortante.

Le hizo falta alcanzar un poco de aire. Pero esta vez no era por defecto físico, sino emocional. Sus circuitos averiados ansiaban fluir en dirección a ese joven de alborotados cabellos, deseo que le generaba todo sinónimo de felicidad en su sistema.

El sonido de la puerta ante el ademán de querer ser abierta, cortó todo tipo de ensimismamiento en el que se había sumergido. Como acto reflejo, lo único que atinó a hacer fue soltar su mano y volver a la posición en la que estaba antes. Cerrando los ojos como si continuase dormido.

El movimiento repentino me hizo despertar de un sobresalto. Aquello no hubiese ocurrido regularmente, pero a causa de lo sensible que me encontraba con cualquier minúsculo ruido o movimiento fue lo que me impulsó a despertar, algo aturdido y nervioso.

— Lo siento, ¿te desperté?

Se disculpó Tao quien ingresaba sigiloso en la habitación. Sus ojos estaban un poco enrojecidos e hinchados, y aunque trató de disimularlo con maquillaje, resultó evidente para mi quien conocía el tras telones. Casi podría jurar verme reflejado en su semblante.

— No te preocupes por eso —me incorporé alzando mis brazos con pereza para estirarme un poco. Había estado durmiendo en una incómoda posición, contando con las innumerables veces que me había despertado en el transcurso de la mañana—. ¿Qué hora es?

— Las ocho y media de la mañana. ¿Te la has pasado toda la noche en ese plan? —Me regañó con tono apacible al verme retorcer en un intento por volver mi columna al lugar donde pertenecía.

Exageraba, por favor no se asusten ni me imaginen como una especie de alien amorfo.

— ¿Cómo se encuentra Baek? —Inquirió al no recibir respuesta de mi parte. Aún estaba un poco ido.

— Hm... Al principio se notaba bastante inquieto... —musité deteniendo mi vista en el aludido— Incluso creo que por un momento convulsionó. No lo sé con exactitud, pero le costaba respirar —el pelinegro abrió sus ojos de sorpresa, mirándome preocupado por saber el resto—. Lo senté un rato y terminó por calmarse. Su fiebre también disminuyó poco después y entonces durmió más tranquilo.

El niñero de los Byun [Hiatus]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora