32. -Caos.

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Salí mareada de rehabilitación por el esfuerzo, aunque no pude hacer mucho hoy, y la doctora me echó un sermón cuando mi padre le dijo que me había caído patinando esta mañana.

Estaba lejos de la realidad, sin embargo prefería eso antes que decirle la verdad a la mujer, que era ajena a mis problemas salvo al de la rodilla porque era su trabajo.

Ya íbamos nosotros dos en el coche de camino a casa, pero quería contarle todo a papá. Había estado años sin saber de él y no quería tener secretos, no más, así que rompí el silencio con un carraspeo muy forzado que acabó provocándome tos de verdad.

—Sea lo que sea que necesites aquí no tienes solo a tu padre, Kay, tienes un amigo. —Sus palabras me alentaron.

—Ya... Bueno... Ehm... —No sabía por dónde empezar ni cómo.

—Cuéntame todo desde el principio. —Habló como si hubiera leído mi pensamiento.

—Hay... —Suspiré. —¿Recuerdas que te dije que John había vuelto? —Apretó los puños alrededor del volante y asintió. —Me equivoqué, creo. —Me miró fugazmente.

—¿Crees? —Asentí.

—Hay alguien que me está espiando desde el año pasado, desde que estuve en el hospital mental. —Chasqueó la lengua. No le gustaba saber que había estado en uno.

—¿Cómo lo sabes? —Preguntó cambiando un poco el rumbo de la conversación.

—Me ha mandado unos vídeos y fotos, propios míos, desde entonces hasta ahora y... —Aquí venía. —Y porque ha entrado en casa de alguna forma que no sé explicar. —Tensó la mandíbula.

—¿Sigue haciéndolo? —Afirmé con la garganta. —Vamos a la policía. —Dijo sin dudar.

—No, me dejó una nota diciendo que no avisara a ninguna autoridad porque sería peor. —Su ceño se frunció.

—¿Crees que todo lo que le ha pasado a Charlie y a ti...? —Le interrumpí.

—Sí, lo ha hecho él. —Dije con toda la seguridad que no había tenido en tiempo.

—¿Tiene algo que ver con el chico que fue a casa el otro día? ¿Lo conoces? No pienses que me creí eso de que era un antiguo compañero, ¿eh? —No parecía enfado, pero me avergonzó que pillara mi mentira.

—Solo lo conozco de vista. Me dio aquel peluche el viernes, cuando salí de rehabilitación y papá me llevó a una cafetería a cenar, pero me dijo que alguien se lo había dado para mí. —Confesé.

—Peluche... Espiar... —Murmuró. —¿Has mirado si ese peluche tiene alguna cámara o algún micrófono? —Me sorprendió eso.

—No, no lo había pensado... —Asintió.

—Lo miraré cuando lleguemos. Estuve muchos años trabajando con tecnología. —Afirmó. —¿Ese chico no sabe nada? —Indagó.

—Me dio una descripción de ese hombre que le dio el peluche. Me choqué con él esta mañana cuando volvía a casa junto a Charlie y le seguimos por toda la ciudad hasta que lo perdimos de vista. —Asintió entendiendo.

—Por eso tu rodilla, no porque te caíste patinando. —Asentí sintiéndome algo regañada.

—Lo siento... —Murmuré con cierta vergüenza.

—A ese cabrón no le queda mucho para ser descubierto. —Dijo más para sí mismo.

—Eso espero... —Susurré.

—Ya estamos llegando. —Avisó.

Aparcó el coche a los pocos minutos, entramos a casa y vimos que todos estaban en el salón. Era extraño que pasara eso dos días seguidos, pero no iba a quejarme porque me gustaba que estuviéramos unidos.

Kay.Kde žijí příběhy. Začni objevovat