✨Capítulo 16✨

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Barcelona, España.

Mayo, 10.

Allen leyó la fecha en el calendario que estaba pegado en su habitación. Hacía un mes había sido su cumpleaños, ya tenía diecisiete años. Y justo este día era el cumpleaños de su hermanita, ella cumplía un mes después que él. Seis años sin ella, seis años ya habían transcurrido desde la última vez que la había visto.

Seis años en su búsqueda sin éxito. Rebecca parecía nunca haber existido. A veces le daban ganas de matar a su hermana en su memoria, hacer de cuenta que ella había muerto, pero nunca se atrevía, eso supondría haber perdido todas las esperanzas y dejar de luchar por ella.

Nunca descansaría.

No al menos mientras él tuviera vida.

Su familia adoptiva ya sabía de ella, les había contado y parecían entenderle. Eran buenas personas, sobre todo Emma, no podía negarlo, mas él se sentía un completo extraño en esa casa, un completo infiltrado en unas vidas ajenas.

Y ellos lo sabían, aunque fingían no darse cuenta.

Alguien tocó la puerta de su habitación.

—¿Allen? Ya está el desayuno —dijo Wendy, la señorita de servicio.

—Gracias —contestó a secas.

Caminó hasta el espejo de cuerpo completo —colocado al lado del ropero— y se contempló en silencio. Una presión dolorosa le consumía el pecho y el dolor se reflejaba en sus ojos. Ese día era el cumpleaños de su hermana.

—Pequeña... —susurró con la voz ahogada—. Dónde estarás...

Nueva Orleans.

Esa ciudad llegó a su mente, sí, era la única pista que tenía, era casi nula, ni siquiera sabía si era alguna posibilidad, pero le daba aliento y esperanza. Tenía que ir a esa ciudad, en ese momento no podía, mas estaba seguro de que llegaría, tarde o temprano, solo debía terminar los estudios básicos. Además, los padres adoptivos de Emma tenían negocios internacionales, y en una provincia cerca de Nueva Orleans poseían una casa, así que no todo estaba perdido, existía una esperanza.

Apretó los dientes y suspiró varias veces. Ni una lágrima se permitía dejar escapar, había decidido que las lágrimas solo delataban su pena y su dolor ante la imposibilidad de encontrar a su hermana, por eso no se permitía llorar, lloraría si llegaba al último día de su vida y no la encontraba, entonces, ahí, lloraría. Durante su infancia ya había llorado bastante. Ya no lo hacía.

Odiaba las lágrimas, en él y en cualquiera. Aunque las lágrimas más dolorosas eran las que expulsaba el alma y no se podían ver. Y él estaba repleto de esas.

Peinó un poco su cabello oscuro y entonces salió de su habitación. Ese día no estaría en casa después del desayuno, cada vez que era cumpleaños de su hermana necesitaba estar solo, por completo.

Tomó el collar que le había dado la abuela Sarah hacía tiempo y se lo puso en el cuello, pero ocultó el dije debajo de su camisa. Siempre lo tenía en su pecho, jamás lo dejaba.

Solo así no se sentía tan solo.

Solo así sentía a Sarah y a Rebs más cerca.

Ya todos estaban en el comedor cuando él bajó. Leonel y Emma se reían sobre algún chiste de Sam, su hermano adoptivo, el rubio de veinte años. Allen nunca hubiera imaginado que terminaría siendo parte de una familia adinerada de Barcelona, aunque, a decir verdad, no sentía nada suyo, todo era de ellos. No lo mencionaban, pero su adopción se debía a que Paul, el pequeño hijo de los White, había muerto en una laguna y Emma había enloquecido por ello y por eso pensaron en que adoptar a un niño parecido a él la consolaría y volverían sus ganas de vivir. Algo patético, ya que nadie era reemplazable, pero Emma muchas veces lo trataba con excesivo cariño, con un extraño instinto maternal.

Heridas Profundas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora